La mejor arma en contra de la violencia… usar la cabeza, reflexionar y pensar más

Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl
Académico e Investigador (UACh)

“El hombre que no cultiva el hábito de pensar, desperdicia uno de los mayores placeres de la vida y no consigue aprovechar lo mejor de sí mismo” (Tomas Alva Edison).

“En toda guerra, del tipo que sea, la primera víctima es la verdad” (203 millones de muertos durante el siglo XX, avalan y dan la razón al autor de la frase: Arthur Ponsoby)

Nunca antes en la historia de la humanidad, hubo tanta guerra, agresividad, violencia, destrucción y muerte en el mundo, como sucedió durante el siglo XX y como ha sucedido en los primeros 16 años del siglo XXI.

De acuerdo con una exhaustiva investigación de Matthew White (2012), autor de la obra “El libro negro de la Humanidad. Crónica de las grandes atrocidades de la historia” sólo durante el siglo XX, el siglo más ilustrado y con el mayor nivel de conocimientos que jamás haya tenido la humanidad, se produjeron nada menos que 203 millones de muertos, de los cuales, el 82% eran civiles inocentes, es decir, niños, mujeres, hombres y ancianos que murieron a causa de guerras intestinas, guerras fratricidas, guerras de conquista, guerras mundiales, guerras religiosas, guerras de “limpieza” étnica y guerras ideológicas, siendo esta última, una de las peores en su esencia, y una consecuencia directa de querer implantar e imponer sistemas políticos e ideológicos a la población de una nación por la fuerza de las armas, de la tortura, del terror y del hambre.

De acuerdo con el cuadro estadístico que entrega White en su página web “Necrometrics” (http://necrometrics.com/all20c.htm), donde consigna que las muertes a causa de la guerra y la opresión política, considera: (a) las muertes por hambrunas intencionales, con 58 millones de muertos, (b) los democidios, es decir, el asesinato sin justificación de cualquier persona por parte de un gobierno, incluyendo genocidios, asesinatos políticos y asesinatos masivos, con un total de 81 millones de muertos, (c) muerte de soldados, con 37 millones de muertos y, (d) muertes colaterales con un total de 27 millones de personas fallecidas, lo que arroja una cifra final de 203 millones de muertos, sólo para el siglo XX.

Al respecto de las guerras ideológicas señalemos, asimismo, que existe otra obra muy bien documentada que fue escrita por un conjunto de seis investigadores, historiadores y cientistas políticos de diversas nacionalidades y de reconocidas universidades de Europa y Estados Unidos, que lleva por título: “El libro negro del comunismo. Crímenes, terror y represión” (Courtois, Werth, Panné, Paczkowski, Bartosek y Margolin, 2005), donde se demuestra claramente, que el uso de la violencia, el terrorismo de Estado y el genocidio masivo bajo los regímenes de Mao Tse Tung en China, Vladimir Lenin y Josef Stalin en Rusia, Pol Pot en Camboya, Ho Chi Ming en Viet Nam, Kim Il-sung en Corea del Norte, Fidel Castro en Cuba, etc., causó la muerte de alrededor de cien millones de personas.

El hombre ha empleado la violencia, el terror, la tortura y la muerte por hambre a través de toda su historia, sin embargo, hoy en día, la ejerce de manera “industrializada” por intermedio de armas de destrucción masiva y, demasiado a menudo, de forma institucionalizada, a través de las mismas estructuras políticas del Gobierno de turno, bajo la fórmula del llamado “terrorismo de Estado”, manejado de manera brutal por temibles y sanguinarios tiranos, por dictadores y por servicios secretos ad hoc, con resultados, a menudo, devastadores para la población.

La violencia se extiende y expande como un reguero de pólvora por todas partes del mundo, sin distinción de raza, color, credo o ideología política, donde el terrorismo, la violencia y la represión por parte de los gobiernos y del Estado, así como los actos aislados de agresividad individual representan una noticia de todos los días.

Una de las explicaciones habituales que se da al respecto del uso excesivo de la violencia, es que quienes la ejercen, están “locos de remate”, una afirmación que resulta ser una tontera y una completa falacia, por cuanto, decir que “Hitler era un loco”, “Stalin un esquizofrénico” o “Pol Pot, Kim Il-sung y Mao Tse Tung eran unos maniáticos trastornados”, no tiene validez alguna. Todos estos sujetos, así como los dictadores identificados más arriba y muchos otros más, sabían (y saben) perfectamente lo que estaban (o están) haciendo. Además, hay que considerar que para llevar a cabo tanto asesinato masivo de millones de personas, estos magnicidas necesitaron la “ayuda”, el “apoyo”, la “colaboración” de cientos de miles de personas fieles a los regímenes dictatoriales y sangrientos, y resulta imposible pensar que todos ellos también eran “locos”, “trastornados”, “psicópatas” o “esquizofrénicos”. Es probable que muchos de ellos hayan tenido tendencias psicopáticas, pero no puede colocárseles a todos ellos el cartel de “locos”.

Los grandes genocidios, tales como: (a) el perpetrado en contra de los judíos por el gobierno nazi, con alrededor de seis millones de muertos, (b) el asesinato premeditado de millones de opositores al régimen comunista en Rusia, así como los cientos de Goulag (o campos de trabajo forzado) repartidos por toda la Unión Soviética, terminaron con la muerte de casi 20 millones de ciudadanos rusos pertenecientes a las diferentes repúblicas que conformaban la antigua Unión Soviética, ensañándose el régimen comunista de Lenin primero, y luego de Stalin, de manera especial con los habitantes de Chechenia, Ucrania y Georgia, y con etnias como las de los cosacos del Don, los tártaros de Crimea, y con los campesinos y agricultores Kulaks, (c) el traslado forzoso, asesinato y muerte por hambre y tortura de cientos de miles de familias completas bajo el régimen comunista de Mao terminó con la muerte de más de 65 millones de chinos, (d) el genocidio perpetrado por el régimen de tipo maoísta de los Jemeres Rojos de Pol Pot en contra de su propio pueblo en Camboya entrega una cifra de personas asesinadas cercana a los dos millones de personas –un cuarto de la población de esa nación–, lo que sumado, entrega más de 93 millones de personas vil y arbitrariamente asesinadas sólo por estos cuatro “grandes líderes” a través de diversos métodos de muerte: torturas, uso de gas mostaza, trabajos forzados hasta morir, traslados obligados de millones de personas en condiciones inhumanas, hacerlos morir de hambre a través de cortarles los suministros de alimentación, a raíz de brotes de epidemias y enfermedades sin brindar atención médica ni medicamentos, fusilamientos de tipo exprés sin juicios de por medio y, muchas veces, sólo por la “sospecha” de que la persona asesinada estaba en contra del régimen imperante –por participar en una huelga, por ejemplo–, internación de por vida en hospitales psiquiátricos, sufrir torturas hasta la muerte en prisiones de la policía secreta, etc.

Estudiosos como el psicólogo Sigmund Freud y los etólogos Niko Tinbergen y Konrad Lorenz ­–este último, ganador del premio Nobel de Medicina en 1973– que investigaron tanto la conducta del hombre como la conducta de los animales (etología), llegaron a la conclusión que el ser humano representa al animal más violento del planeta. En estricto rigor, es el único ser que es capaz de asesinar fría, calculada y en forma premeditada a sus semejantes.

El grado y uso de la violencia aumenta día a día, los actos terroristas se suman uno tras otro en muchos países del mundo, por lo tanto, la preocupación de los investigadores en torno al uso de la violencia se vincula a muchos de los fenómenos históricos que hemos descrito brevemente en este escrito, con el fin de comprender su génesis y, por esta vía, encontrar algunas respuestas que mitiguen y coarten el uso de la violencia destructiva a raíz de los cientos de millones de muertos inocentes que remecen nuestras conciencias.

A lo anterior se suma otro hecho: la violencia se tiende a ejercer desde las estructuras burocráticas del Estado, institucionalmente y de manera industrializada, por decirlo de algún modo. Los diversos investigadores del comportamiento humano, han demostrado que muchas de nuestras conductas son aprendidas y, demasiado a menudo, son guiadas por facultades que no son propiamente “racionales”, tales como los instintos, las emociones y las pasiones. Las ideologías, por ejemplo –sean de tipo religioso o político– tienden a gatillar en el ser humano comportamientos extremadamente violentos, cuando dos visiones distintas se contraponen y una de ellas pretende avasallar o acabar (a muerte) con la otra. En el mismo instante en que ello sucede, entonces rápidamente entran las pasiones, las emociones y los afectos a jugar un rol preponderante, quedando a un lado la parte racional del ser humano.

Dado que muchos actos de destrucción masiva en contra de los seres humanos se explican por una obediencia ciega a la autoridad, cuando se les pide explicaciones a las personas que llevan a cabo este tipo de actos aberrantes y despreciables en contra de sus congéneres, éstas se justifican señalando que recibieron órdenes para ejecutar los crímenes, sin que les haya importado lo horribles e inhumanos que fueran los actos cometidos. Esta pseudo “explicación” la dieron todos aquellos que cometieron actos barbáricos, incluso, en contra de su propio pueblo, tales como en Rusia, China, Camboya, Cuba, etc. Igual cosa hicieron los tripulantes de los aviones norteamericanos que lanzaron las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki.

En este último caso, se advierte que las personas no realizan un razonamiento o reflexión acerca de las consecuencias en relación con la orden recibida, al mismo tiempo que experimentan una suerte de inhibición de sus facultades autocríticas, lo que, finalmente, los lleva a delegar la responsabilidad moral en la “autoridad que impartió” las órdenes. En este tipo de situaciones, la persona no actúa ni se comporta –ni siquiera cercanamente– como el ser moral y ético, que, supuestamente, es.

Por otra parte, a raíz de que, por lo general, son las estructuras institucionales y gubernamentales las que dan las órdenes –sean éstas correctas, incorrectas o criminales–, las responsabilidades terminan por diluirse completamente a través del “traspaso” de las órdenes por las distintas jerarquías. ¿Resultado final? Nadie resulta responsable, y menos aún, castigado por los genocidios y crímenes perpetrados. Además del hecho, de que una institución tampoco puede ser castigada.

La única solución que visualizan los expertos para poder contrarrestar tanta violencia y destrucción, es propiciar desde la infancia una cultura que ayude y enseñe al ser humano a ser más racional, reflexivo y ético, sin perder su lado emocional: hoy, a esto, se lo llama desarrollar la “Inteligencia Emocional”. Innecesario destacar que la cultura occidental no es una cultura que fomente, precisamente, esas facultades, por cuanto, más que cualquier otra cosa, aquello que fomenta Occidente, es la obediencia a la autoridad, conducta que se fundamenta y se basa en el temor al castigo, y esto no nos sirve, si queremos escapar de un eventual holocausto global, como lo es el caso de una guerra con bombas atómicas, situación, que a lo menos en dos oportunidades, estuvimos a un tris de vivir.

Digamos finalmente, que hay que aprovechar que hoy existe un cierto nivel de conciencia crítica que repudia las guerras, las masacres y los genocidios, con el fin de comenzar a pensar en formar y preparar al ser humano para un futuro mejor, donde la educación y la formación de las personas jueguen un rol preponderante en lograr que este sujeto ejercite sus facultades racionales y reflexivas, con el fin de hacer que controle de mejor manera sus impulsos y circuitos agresivos, dando paso, justamente, a la reflexión, a pensar más antes de actuar y, principalmente, a comportarse como un ser solidario, moral y ético con respecto a los demás seres humanos, indistinto de su raza, color, sexo, religión o ideología política.

Es el gran desafío que tenemos por delante, antes de que sea demasiado tarde.




Fuente: flotitoc@gmail.com
Fotos: The Atlantic - ver más imágenes clic aquí.
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