La “Pitutocracia” o la otra vía del fracaso político y económico en Chile

Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl - Académico, investigador y escritor



“En un cambio de Gobierno, el pueblo raras veces cambia de otra cosa que de amo” (Fedro, un esclavo de la antigua Grecia).

La población de diversos países latinoamericanos –incluido Chile– se ha visto obligada a sufrir lo indecible a causa de condiciones de pobreza inaceptables, grandes desigualdades económicas, actos y decisiones arbitrarias, así como también a causa de una gran injusticia social. Lo anterior, debido a la variopinta y numerosa “pitutocracia” enquistada en los diversos gobiernos nacionales, en función de los altos niveles de corrupción que desangran a los países, por el eterno abuso del poder político, por un servicio de salud ineficiente y negligente, por una educación donde abunda la mala calidad y escasean los recursos.

Estos factores y condiciones no sólo afectan a una parte importante de Latinoamérica, sino que también se han “tragado” por entero a Chile, donde la pitutocracia, el amiguismo, el nepotismo, el compadrazgo, el padrinazgo, el tráfico de influencia y el alto nivel de corrupción se han disparado como nunca antes se había visto en la historia de este país. Ni siquiera durante la dictadura del General Augusto Pinochet Ugarte se vio algo semejante.

Gremios políticos como el Partido Socialista y el Partido Comunista acostumbrados a “pontificar” acerca de la necesidad de ser “honestos”, “probos”, “éticos”, “transparentes”, etc., han sido sorprendidos in fraganti –es decir, con “las manos en la masa”–, practicando, justamente, todo aquello de lo cual acusan, insultan, reprochan y denostan a los demás, a saber: lucrando a costa de quienes dicen defender, haciendo pingües (y sucios) negocios con empresas altamente cuestionadas, sacando gran provecho de la demonizada “economía de libre mercado”, manipulando y tergiversando información. Su tan cacareada “ética” no resultó ser otra cosa que solamente “moralina”, es decir, moral con anilina.

Incluso las fuerzas armadas, de orden y seguridad se han unido felices y alegres al asalto en masa de las cajas fiscales: casi un centenar de altos oficiales de carabineros –incluidos algunos generales– han festinado y se han repartido entre ellos una cifra cercana a los veinte mil millones de pesos. En el “MilicoGate”, por su parte, diversos altos oficiales del ejército –incluidos varios generales– se han repartido entre sí cifras similares a las de los carabineros. Incluso mayores.

En este momento estamos en Chile en la etapa de la “indigestión” y –de continuar así– nos faltará muy poco para que comencemos con el proceso de la “demolición” del resto de justicia y equidad que aún nos queda, para terminar con la etapa final del proceso: la etapa “vomitiva”, con grandes arcadas de rechazo por parte de la ciudadanía. Son muy pocos los individuos que aún dudan, de que estamos sumergidos en un sistema corrupto e injusto, un sistema que, necesariamente, debe cambiar, de otra forma, el final que nos espera, es un precipicio sin fondo y sin retorno. Tengamos muy presente la siguiente fórmula explosiva:

Uso de propaganda maliciosa + manipulación de información + ausencia de justicia social + abuso de poder + corrupción galopante= bomba de relojería.

Las cosas que nos han estado retrasando en nuestro país –y que constituyen un verdadero lastre que nos hunde un poco más cada día–, incluyen a un Gobierno muy complaciente e indulgente consigo mismo, indiferente ante la delincuencia y el terrorismo, ineficiente en el manejo de los recursos del Estado y un gran auspiciador y promotor de la corrupción, blindando alegre y solidariamente a los “amigos ideológicos” que son sorprendidos estafando al Estado. Eso por una parte. Por otro lado, nos encontramos con una sociedad, donde las personas que desean avanzar no pueden utilizar en plenitud sus talentos, su sana ambición de progreso económico, su gran ingenio, ni la formación académica que hayan podido alcanzar. Incluso más: hoy en día, el lucro está absolutamente demonizado en Chile (salvo cuando lo practica el Partido Socialista, el Partido Comunista o ciertos funcionarios de Gobierno, en cuyo caso, el lucro se torna equivalente a “progreso”, a “avance económico” y a “un fortalecimiento de las arcas de los partidos políticos que lo practican”). ¿Cuánto cinismo, hipocresía y doble estándar es posible practicar, sin que se les caiga la cara de vergüenza a esta estirpe tan especial?

Chile sigue siendo pobre, precisamente, porque continúa siendo gobernado por una reducida élite política y económica que se ha dedicado a organizar a la sociedad de manera tal, que todo lo que hace, lo hace legislando en su propio beneficio y a costa del pueblo bajo su gobierno. El poder político se ha concentrado en muy pocas manos y se lo está utilizando para crear una gran riqueza sólo para todos aquellos que adhieren a ciertas ideologías políticas y que además, ocupan el enorme poder acumulado en beneficio exclusivo de sus respectivas familias. Hoy, ya da exactamente lo mismo ser de “izquierda” o ser de “derecha”. A la basura y el estiércol, aunque le cambien el nombre, siguen siendo solo eso: basura y estiércol.

A diferencia de muchos países latinoamericanos, las naciones europeas y asiáticas, tales como Suecia, Finlandia, Noruega, Singapur, Corea del Sur, etc., se han hecho más igualitarias porque sus ciudadanos terminaron expulsando –y en algunos casos derrocando– a las élites políticas que controlaban el poder y la economía de país, creando una sociedad más igualitaria en la que los derechos y el poder político están mucho más (y mucho mejor) repartidos; en una sociedad en la que el gobierno de turno está obligado a rendir cuentas y asumir sus responsabilidades ante los ciudadanos de la nación que gobiernan, y en una sociedad en la que la gran mayoría de la población puede aprovechar las oportunidades económicas que se entregan a todos por igual, y no sólo a una minoría elitista y corrupta que se empecina en retener el poder y apoderarse de la riqueza nacional.

Es así, por ejemplo, que en lugar de “transformar fundamentalmente” la forma de hacer política en Chile –tal como se había prometido y rejurado que se haría– la actual manera de gobernar y conducir el país, ha terminado en que otra élite política y económica se haya enquistado en el poder y esté ahora gobernando en su lugar, una élite que hoy en día está tan poco interesada y preocupada en lograr la prosperidad, el bienestar y la felicidad de los chilenos de a pie, como de desinteresada lo estuvo la élite gobernante anterior.

La “alegría” que se suponía traía la Concertación –hoy (todavía) Nueva Mayoría– a la población de Chile, nunca ha sido tal. Lo único que hicieron fue arrebatarle el poder y las riendas del país a aquellos sujetos que las tenían antes, para terminar recreando un sistema exactamente igual –o por lo menos, muy parecido– al que se suponía debía reemplazar. Bajo el actual gobierno –y su forma de gobernar–, se hace muy difícil que los ciudadanos “corrientes” logren un verdadero poder político y puedan cambiar la forma de funcionar de la sociedad. Es más. Lo que hace el gobierno, es burlarse de los ciudadanos cuando les dice, les grita y les repite que ellos deben “empoderarse”. Este es el nuevo y mágico eslogan que se difunde por doquier. ¿Empoderarse? Empoderarse… ¿de qué? ¿De un TranSantiago fallido y que se traga miles de millones de dólares de todos nosotros? ¿De un parlamento repleto de zánganos y sanguijuelas que viven a costa del Estado? ¿De un país que se ha llenado de pituteros y gente corrupta, donde los escándalos financieros, las malversaciones de fondos, la evasión de impuestos, etc., etc. están a la orden del día? (En realidad, todos estos supuestos “servidores del estado” están tan acostumbrados a vivir a costa de la sangre y el sudor de los millones de chilenos, que para ellos salir a buscar un trabajo “normal” y de “verdad” les resulta casi repulsivo. ¡No saben ni siquiera cuánto vale un pasaje en Metro!).

Nuestros diputados, senadores y presidentes quieren ser reelegidos una y otra vez con el claro objetivo de no perder sus privilegios y garantías de inmunidad, lo que termina por lo general en: (a) graves y millonarias pérdidas para la sociedad, así como con serios retrocesos para el país en términos económicos, (b) en un sistema de salud pública en bancarrota que permite que cada año mueran más de 25.000 chilenos por falta de atención médica oportuna, (c) en inestabilidad política e incertidumbre económica, (d) en elevados niveles de delincuencia (y con delincuentes que salen libres una y otra vez), (e) en la pésima calidad de la educación que se entrega a los jóvenes (por muy gratis que ésta sea), (f) en la pérdida de patrimonio del Estado y del Fisco, ya sea por el derroche del dinero de todos los chilenos a manos del gobierno, así como por un nivel de corrupción desatada como nunca antes se había visto en la historia de este país, donde incluso los altos generales de Carabineros y del Ejército quieren su parte del botín.

Lo que vemos hoy en día, es que –de manera solapada– la élite política y económica de nuestro país amasa enormes fortunas, mientras que el resto de la población queda excluida y debe conformarse con migajas, como es el caso de las pensiones y jubilaciones de hambre que reciben millones de chilenos que se han deslomado trabajando, o en función de la esclavitud moderna disfrazada de sueldo mínimo de $267.000 “generosamente” concedido por el gobierno y el parlamento al “populacho” –un sueldo mínimo que encadena de por vida al sujeto y a su familia–, mientras la élite política, económica y gobernante se regodean con cifras que van desde los $8.000.000 hasta los $24.000.000 mensuales, cuando se incluyen los viajes gratis en avión, las asignaciones por concepto de bencina y por uso de celulares, el pago de asesores y secretarias, el arriendo de sedes distritales, el uso de autos fiscales, los viajes al extranjero, el pago de viáticos millonarios y un largo, largo etcétera.

Pregunta final: ¿seremos capaces, alguna vez, de romper con la profecía de Fedro, el esclavo de la antigua Grecia?
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