Los 10 “mandamientos” de los populistas o cómo un país entero se puede ir al diablo

Dr. Franco Lotito C.
Académico, Escritor e Investigador (UACh)



“El populismo ama tanto a los pobres… que los multiplica tanto como puede” (Mariano Grondona, abogado, periodista, escritor y profesor argentino).

“Le tengo mucho miedo a los pendejos, porque son muchos y pueden elegir a un presidente” (Facundo Cabral, cantautor).

Una de las definiciones más usadas para caracterizar al populismo, señala que éste corresponde a una tendencia política orientada a explotar los sentimientos de las masas con el simple objetivo de ganar su favor, su simpatía y la preferencia de éstas con el fin de instalarse en el poder. Y si este poder es absoluto, cuanto mejor aún. En este sentido, tanto las posturas ideológicas de la izquierda política, como así también de la derecha podrían reivindicar para sí mismas la paternidad sobre la práctica del populismo a destajo. ¿Quiere saber cómo lo hacen? Muy sencillo: se produce bajo el magnetismo y el conjuro mágico que se desprende de la palabra “pueblo”, palabra con la cual, se revuelcan y babosean hipócritamente unos y otros, sin que se les caiga la cara de vergüenza.

Lo cierto, es que la triste realidad termina por demoler todos y cada uno de los mitos que rodean al populismo: basta mirar el colapso, el caos, el hambre, la desesperación y la pobreza que sufre, hoy en día, una parte importante de la población de Venezuela con la revolución Bolivariana de Chávez y Maduro –una nación que una vez fuera una de las más ricas y prósperas del mundo–, para darse cuenta de lo que estamos hablando. Tampoco está de más, recordar que Argentina, considerada alguna vez como una de las diez naciones con más riquezas del orbe fue convertida en un verdadero desastre económico por el matrimonio Kirchner, es decir, por los herederos del peronismo, “alma mater” del populismo exacerbado.

Hoy en día, con tanto populista dando vueltas en el escenario político chileno, estamos corriendo el riesgo, de que el Estado de Chile se convierta en la gran ficción del siglo XXI, en que una parte muy pequeña –y elitista– de la población, intenta a toda costa disfrutar una vida llena de privilegios a expensas de todos los demás. Las razones son varias. Una de ellas se asocia con una acción recurrente del Estado, donde el machaqueo ideológico, así como el adoctrinamiento político de la población prevalecen, por lejos, por sobre una educación de calidad y que se refuerza en la ignorancia que reina en dicha población, en cuyo caso, de continuar por la misma senda, estaríamos condenando a nuestro país al completo fracaso –o a una copia (in)feliz de Venezuela–. En relación con una segunda razón, resulta apropiado parafrasear una reflexión del gran físico alemán de origen judío, Albert Einstein, quien decía que no se puede acabar con el dominio de los tontos, porque éstos son demasiados y sus votos cuentan tanto como los votos de las personas educadas, informadas e inteligentes.

Revisemos, de acuerdo con el historiador y escritor mexicano, Enrique Krauze, algunos “mandamientos” de los populistas:

1.El populista –y su séquito de fanáticos admiradores y seguidores– tiene por costumbre fustigar en forma constante y sistemática a sus oponentes y enemigos ideológicos del “color” que sean, existan o no, razones para hacerlo. Y cualquier excusa para hacerlo, es buena. El populista es totalmente inmune a la crítica y es muy alérgico a la autocrítica, por lo tanto, para desviar la atención a los múltiples problemas internos, siempre buscará –y encontrará– un chivo expiatorio ideal, en el cual concentrar TODAS las culpas, todas las desgracias y todo lo malo que le sucede al país.

2.El populista alienta el odio entre las clases sociales, en que los “ricos” son siempre los causantes de las injusticias y de la pobreza de las clases bajas y, por lo tanto, sus riquezas deben ser embargadas, expropiadas, arrebatadas y “repartidas” entre los pobres.

3.El populismo exalta la figura de un líder carismático, quien, a fuerza de alabanzas, la adjudicación gratuita de “habilidades sobrenaturales”, el invento de “dotes” inexistentes, etc., se convierte en el salvador y en el paladín de los pobres, de la justicia y de la riqueza instantánea, es decir, todo en uno, ya que es la figura que ha sido enviada por la providencia –y el destino– para resolver TODOS los problemas del pueblo. Este populista se transforma en “profeta”, “caudillo”, “guerrero” y “defensor” del pueblo, es decir, representa la quintaesencia del perfecto demagogo.

4.El populista fabrica las verdades a gusto, e insiste de manera enfática en la “grandeza” de sus reformas, en la “bondad” de sus decisiones, en lo “estupendo” que le va al país, en lo “maravilloso” que es vivir en el paraíso sobre la Tierra creado por él, explotando al máximo el proverbio latino que dice “Vox populi, vox Dei”, es decir, la “Voz del pueblo, es la voz de Dios”, donde, por cierto, quien “interpreta” libremente –y con todas las licencias posibles– la voz del pueblo y de Dios, es el populista, quien se siente autorizado a elevar esa interpretación al rango de VERDAD ABSOLUTA Y OFICIAL, finalizando al poco tiempo por decretarla por ley como “verdad única”, ya que como rechaza y abomina de la libertad de expresión, el populista se preocupa de crear “leyes mordazas”, a través de las cuales, amenaza, intimida y elimina, finalmente, cualquier atisbo de opinión que difiera o discrepe de la “verdad oficial”. Y si alguien se atreve a hacerlo, es catalogado de inmediato como “fascista”, “espía contrarrevolucionario”, “agente vendido del capitalismo”, “explotador de las masas”, “zángano derrotista”, etc., si es que antes no es encarcelado y asesinado.

5.El populista no sólo usa y abusa de la palabra, sino que se adueña de ella, convirtiéndose, por obra y gracia del espíritu santo, en el portavoz supremo y único de la verdad oficial, y en una suerte de “agencia noticiosa”, que se empeña en utilizar a destajo todos los medios de comunicación disponibles –radio, prensa, televisión– con discursos encendidos y con carácter demagógico, que buscan hipnotizar y movilizar violentamente a las masas.

6.Los populistas utilizan de manera generosa, libre y discrecional los fondos públicos que pertenecen al pueblo –que el populista dice representar–, sin poner ningún tipo de cuidado por el resguardo de los principios, leyes y reglas que rigen a la economía y a las finanzas de una nación. Tal grado alcanza el desprecio por las reglas económicas –así como su ignorancia y desconocimiento en materia financiera–, que dicha conducta se traduce en descomunales desastres económicos –incluyendo el caer en default o quiebra de un país–, quiebra de la cual, las naciones tardan décadas en poder recuperarse.

7.A tanto llega el desprecio por las leyes y principios económicos, que los populistas se encargan de repartir en forma personal, arbitraria y directa los altos puesto, así como la riqueza de la nación entre sus admiradores y seguidores, lo cual, naturalmente, tiene un claro sentido de auto-preservación, ya que esta “repartija” no es del todo gratis: con ello, el populista compra con mucho dinero y favores la lealtad y la obediencia ciega por parte de sus seguidores. El costo de esta “generosa” repartija la paga, posteriormente, TODO el pueblo, ya que con tanta “generosidad”, muy pronto los precios se disparan, los productos de primera necesidad comienzan a escasear (o desaparecen totalmente), la inflación se eleva a cifras monumentales que superan hasta el mil por ciento, logrando que el dinero circulante pierda completamente su valor.

8.El populista se preocupa de movilizar constantemente a las masas y grupos sociales que lo siguen: apela a su lealtad y patriotismo, los organiza de acuerdo con sus propios intereses, los enardece en contra de sus “enemigos” de clase social, color político o credo religioso –sean estos enemigos internos o externos, reales o imaginarios–, y los azuza y anima para que la violencia resultante dé muestras claras del “poder del pueblo” detrás del caudillo.

9.Dado el hecho de que el populista siente un verdadero desprecio por el orden legal que “amarra” sus manos y restringe su poder, el siguiente paso es apoderarse del Congreso o del Parlamento legítimamente elegido, dictando leyes arbitrarias o llamando a elecciones fraudulentas buscando el “clamor popular”, la “justicia directa” del pueblo, que para los efectos que busca el sujeto populista, no es otra cosa, que lograr el poder absoluto.

10.En función de lo anterior, el populista inicia muy pronto un proceso de domesticar, dominar y, finalmente, minar y destruir las instituciones democráticas existentes, con el objetivo final de liberarse de cualquier traba o límite a su poder, un poder que le ha sido servido en bandeja por “su” pueblo y por sus leales seguidores y aduladores. El objetivo final es uno solo: diseñar y validar una nueva constitución que le entregue plenos poderes, con lo cual, transformar a su gobierno en uno con características totalitarias, donde sólo uno manda, en tanto que el resto sólo se limita a callar y obedecer. De no hacerlo, se corre, otra vez, el riesgo de ser declarado un “traidor” y un “vendepatria”, y ser llevado a prisión, encarcelado, torturado o –limpiamente– eliminado.

Digamos finalmente, que tal como muy bien lo ha señalado Luis Ornelas, el vicio y el gran defecto inherente del capitalismo, se refleja en el desigual reparto de la riqueza, en tanto que la gran virtud inherente del socialismo asociado estrechamente al populismo, es el credo de la ignorancia, la prédica de la envidia y la distribución igualitaria de la miseria.
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