Niños criminales: Las bandas y pandillas de delincuentes juveniles

Por: Dr. Franco Lotito C. Académico, Escritor e Investigador (UACh)– www.aurigaservicios.cl

“Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces, pero aún no hemos aprendido el sencillo arte de vivir en paz, sin violencia, con respeto y en armonía con los demás” (Martin Luther King, pacifista y pastor norteamericano)

Desde hace un tiempo a esta parte, nuestro país se ha visto –literalmente– invadido por bandas de jóvenes delincuentes de entre 11 y 17 años que se dedican –con un grado de violencia inusitado y aterrador– a realizar portonazos, robar vehículos, asaltar casas, practicar “maletazos” a turistas, atracar bencineras, vender y consumir drogas, y un largo listado de fechorías. Lo anterior, a vista y paciencia de una población impotente e indefensa frente a tanta delincuencia.

Sólo a título de ejemplo ilustrador: el sábado 13 de enero –de madrugada– cinco asaltantes intentaron robarle su vehículo a una persona que era funcionario de la PDI, quien repelió el asalto usando su arma de servicio e hiriendo a tres de los delincuentes, dos de ellos menores de 16 años y un tercero de 18 años, con un largo prontuario delictual.

Uno de los aspectos más graves –y peligrosos– de esta situación, es que los niños criminales menores de 14 años, tienen clara conciencia de que ellos son “inimputables” y que la sociedad los considera, incluso, “sin discernimiento”, en función de lo cual, estos jóvenes delincuentes pueden realizar casi cualquier barbaridad en términos delictuales –incluyendo el asesinato de las víctimas de sus delitos– sin recibir castigo alguno. ¿Resultado de lo anterior? En junio de 2016, el Poder Judicial reveló que los Juzgados registraron alrededor de 20.000 casos de “niños inimputables” menores de 14 años que fueron detenidos por diversas infracciones y delitos cometidos desde el año 2014 en adelante. Dada su edad, a estos menores no se les pudo atribuir responsabilidad penal alguna, por lo que terminaron siendo absueltos de los delitos cometidos y entregados a sus padres y guardadores.

En cuanto a los menores que iban de los 14 a los 17 años –quienes sí pueden enfrentar la justicia–, sólo durante el año 2015 la fiscalía formalizó a 44.619 delincuentes juveniles. De acuerdo con las proyecciones estadísticas, en el año 2017 el número de jóvenes formalizados se acercó a los 50.000 y las cifras no cesan de aumentar. El Gobierno de la presidenta Bachelet habla de “cifras extremadamente preocupantes y alarmantes” y de que estamos “frente a un problema dramático y complejo”, sin embargo, luego de tanta palabrería y alarma públicas, ninguna autoridad responsable ha tomado algún tipo de medidas concretas que permitan acabar con el problema (o por lo menos mitigarlo).

Algunas de las causas que dan origen a las trágicas y popularmente conocidas pandillas y/o bandas juveniles son, entre otras:

1. La desintegración del núcleo familiar.
2. La ausencia de valores desde el hogar.
3. El ambiente social que rodea a los menores.
4. La necesidad de pertenencia de los niños a un grupo que los acoja, aunque sea de tipo delictual.

Por otra parte, de los archivos y estadísticas del FBI acerca de los crímenes infantiles que sacuden a Estados Unidos se pueden extraer datos escalofriantes: en Nueva York más de dos mil niños entre siete y doce años de edad fueron arrestados durante el año 2016 por violación, robos a casas, asaltos a mano armada, robo de vehículos, etc. En tanto que el número de jóvenes delincuentes entre 13 y 18 años puestos ante las justicia sólo en Nueva York sobrepasó los 60.000 jóvenes, y las cifras aumentan a una tasa de 20% cada año. Las pandillas de delincuentes juveniles tienen, por así decirlo, “divisiones infantiles” para niños entre 9 y 13 años, muchos de ellos moliendo heroína para organizaciones criminales que los emplean en el negocio de las drogas, porque saben que cuentan con la protección de la ley si son atrapados cometiendo delitos, ya que, en el caso de Estados Unidos, estos chicos no pueden ser encarcelados si tienen menos de 12 años. El grave problema, radica en que aquellos que, posteriormente, se convierten en asesinos adolescentes, casi siempre tienen antecedentes criminales policiales desde mucho antes, en ocasiones desde los nueve años.

Estos niños criminales comienzan a delinquir desde muy jóvenes, porque saben que nada les va a pasar. El segundo grave dilema radica en que gradualmente, va aumentando la gravedad de sus delitos –atracos, robos con violencia, asaltos con arma blanca o con pistolas, etc.–, lo que significa que cuando lleguen a adolescentes entre 15 y 17 años serán criminales hechos y derechos.

Por lo tanto, es preciso que nuestro país preste mucha atención a esta situación antes de que se desborde totalmente y se convierta en un tema imposible de controlar, por cuanto, es cosa de observar y estudiar lo que ha sucedido en otros países: el problema de la delincuencia infantil se ha convertido en una verdadera pesadilla no sólo en Estados Unidos, sino que también en España, Inglaterra, México, Brasil, Perú, El Salvador, etc. Es así, por ejemplo, que una quinta parte de los delitos graves cometidos en la ciudad de Londres fueron obra de colegiales: niños y niñas de entre 10 y 12 años que atacaban a ancianos, robaban y asaltaban a la gente con mucha violencia. Una de las razones para este comportamiento –aún cuando en ningún caso constituye una justificación–, es que estos niños delincuentes actúan de manera impulsiva, sin control y sin ningún tipo de temor a las consecuencias de sus actos.

La tónica que se advierte después que se apresa a estos niños delincuentes y se los lleva ante los tribunales de justicia o de familia, es que muestran muy poco arrepentimiento por sus delitos y fechorías. Por el contrario: algunos de ellos hacen ostentación y presumen abiertamente en las redes sociales y entre sus grupos de pares acerca de los ilícitos cometidos.

Las diversas investigaciones internacionales señalan claramente, que las pandillas juveniles se han convertido en un fenómeno social propio de las grandes urbes y, en algunos países, este fenómeno está siendo considerado como uno de los principales problemas de “seguridad nacional”. Lo anterior, a raíz de las repercusiones que tiene en la población la proliferación sin freno del número de niños criminales y de pandillas juveniles dedicados a cometer delitos y desmanes, amparados por las propias leyes de inimputabilidad. En este contexto, digamos que una pandilla es una agrupación de menores de edad que comparten los mismos intereses y que con el tiempo se convierte en sinónimo de violencia, robo, desmanes, destrucción de propiedad pública y privada, inseguridad ciudadana, etc.

De ahí surgen distintos tipos de pandillas o grupos: las “pandillas de barrios” (que actúan en su propio barrio o jurisdicción), las “barras bravas” (asociadas a los distintos clubes deportivos), las “marchas escolares” (con el pretexto de protestar contra ciertas situaciones educacionales, algunos de estos menores terminan destruyendo, robando e incendiando todo cuanto se les pone por delante), las “pandillas de guerra” (dedicadas a enfrentarse con otras pandillas rivales) y, aunque resulte difícil aceptarlo, también surgen las “pandillas femeninas” que actúan como socorristas, mensajeras, auxiliando a los heridos y apoyando a sus compañeros varones.

Por otra parte, recordemos que el desborde de la delincuencia juvenil en Brasil condujo a la desgraciada aparición de los “escuadrones de la muerte” que en el año 1990 sólo en Río de Janeiro asesinaron a más de 500 niños menores de edad. En este sentido, el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística reveló un par de años después que el 63% de los niños entre 9 y 12 años que murieron en Brasil en el año 1989 fue, igualmente, asesinado.

Dado que la delincuencia juvenil y la aparición de pandillas se están convirtiendo en un problema de tipo social, entonces su tratamiento requiere de una respuesta también social, que implique, tomar medidas tanto de tipo políticas, como así también utilizar estrategias multisectoriales con participación no sólo del Estado, sino que de los padres de estos menores y de la comunidad, en general, donde el enfoque no se reduce exclusivamente a tomar medidas represivas y punibles, sino que, prioritariamente, medidas de tipo preventivas. Es altamente probable que esto requiera de ciertos cambios y adecuaciones de las leyes actualmente vigentes. Por mucho que queramos ponernos una venda y cerrar los ojos ante la realidad que nos rodea, a partir de una determinada edad, los niños saben –y discriminan– claramente la diferencia entre el “bien” y el “mal”, así como también saben perfectamente, que si tienen menos de 12 años y cometen delitos, nadie los puede tocar.

En vista de los hechos y datos que se han consignado más arriba, si muy pronto no se toman cartas en el asunto de manera seria, responsable y efectiva, nuestro país, en un plazo razonable, se podría ver completamente desbordado por jóvenes delincuentes, tal como ha sucedido en Estados Unidos, Inglaterra, España, Brasil, El Salvador, Honduras, Guatemala, Perú y muchos otros países.

No caigamos en el error de rendir honores al dicho que señala: “Mal de muchos, consuelo de tontos”.

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