El resentimiento social : El gran capital del Populismo


Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl - Académico, Escritor e Investigador (UACh)

“El Estado: una gran ficción, por intermedio del cual, unos pocos privilegiados pertenecientes a la élite del país, se las amañan para vivir como reyes a costa del sudor y sangre de todos los demás” (Dr. Franco Lotito C.)

Ahora bien, ya sea que hablemos del populismo de izquierda o del populismo de derecha –los dos, al final, terminan siendo la misma basura–, el gran capital del cual se nutren y se hacen fuertes, uno y otro, es el resentimiento social de una parte importante de la población de un país. Lo anterior, debido a la existencia de grandes bolsones de pobreza e injusticia, así como por la presencia de una gran desigualdad social y económica.

Más de algún lector se preguntará… ¿y qué diablos es el populismo? El populismo es, nada más y nada menos, que una tendencia política que proclama –a gritos y con grandes alardes escénicos– defender los intereses, derechos y aspiraciones del pueblo.

Lo curioso de esta proclama, es que los partidos políticos más “moderados” –de centro izquierda y centro derecha– también prometen exactamente lo mismo. Entonces… ¿dónde diablos está la diferencia? Es posible, que la única diferencia perceptible sea el nivel de demagogia e hipocresía que se esconde detrás de las miles de promesas que se hacen al pueblo, un pueblo deseoso de cambiar, de una vez por todas, su precaria situación socioeconómica y las condiciones de vida miserable que llevan, cada vez que hay elecciones.

Ahora bien, uno de los factores que colabora para que esta situación se perpetúe, es que las personas – o ciudadanos con derecho a voto– tienden a escoger un partido político pasando por encima de los PRINCIPIOS ÉTICOS Y VALORES POR LOS CUALES SE RIGE la propia persona, así como por una mala entendida lealtad. Dicho de manera aún más clara: la gente se somete y es leal a los partidos políticos, sin importar las estupideces que éstos hagan y lo corrupto que éstos sean, en lugar de regirse por sus principios y valores personales. Incluso más: a menudo blindan y “cierran filas” en torno a sus líderes corruptos. Una triste y deplorable realidad.

En estricto rigor, hoy en día, muchos observadores e investigadores coinciden en que el populismo se ha convertido en una suerte de fórmula de combate altamente ideologizada a disposición de todo aquél sujeto –élite o partido político– que la quiera usar.

Y otro lector se preguntará… ¿y qué diablos es la demagogia? Y aquí chocamos de frente con un gran problema de la política contingente: TODOS nuestros políticos y partidos gobernantes –SIN EXCEPCIÓN– se han vuelto unos irreductibles demagogos disfrazados con ropas de demócratas. Basta leer la definición del concepto demagogia para comprender de qué estamos hablando. Demagogia: empleo de halagos y falsas promesas que son muy populares entre la gente –pero que son imposibles de cumplir–, con el fin de convencer al pueblo de entregarles su voto, con un único objetivo final: convertir a ese pueblo que ansía desesperadamente un cambio, en un mero instrumento de la propia ambición política.

¿Cuántas veces, en los últimos 25 años, hemos visto lo que se acaba de describir? ¿Cuántas veces hemos visto a decenas de candidatos y candidatas que explotan en forma desvergonzada y sistemática las emociones humanas con la finalidad de hacerse con el favor y el voto de las masas? Y un tercer lector se preguntará… ¿y de dónde diablos surge el resentimiento popular? Ésta, en realidad, es la pregunta más sencilla de responder. Cuando los representantes de los partidos políticos llegan al poder –y sin que transcurra mucho tiempo de instalados en el gobierno–, comienzan rápidamente a poner en práctica el engaño, la corrupción y el robo a destajo en contra del mismo pueblo que los eligió, ya que lo que, generalmente, vemos en esta élite, es un egoísmo triste y patético, que además, está incrustado en el corazón de los partidos políticos, partidos que sólo piensan en auto perpetuarse en el poder y disfrutar de sus amplios privilegios. Lo hemos visto con la Concertación, lo vimos con la tristemente célebre Nueva Mayoría y también lo vimos con Alianza por Chile.

El peor ejemplo hasta ahora –y el más patético, por cierto–, es el que ha dado una mujer perteneciente ella misma a la élite de este país: la presidenta Michelle Bachelet, quién, tal como lo afirmó el diputado PPD de la Nueva Mayoría, Jorge Tarud –uno de los aliados más cercanos a Bachelet–, ha llevado a cabo, y cito textual: “Un gobierno que ha actuado de forma voluntarista y con una ciudadanía en contra de sus propuestas”, y que condujo a una de las debacles políticas más graves de los últimos tiempos.

Tenemos a una presidenta Bachelet que está más preocupada de su “legado presidencial, que de gobernar al país”. En todo caso, su legado, en este momento, es dejar el gobierno –y una nación– con: la más baja aprobación ciudadana que jamás haya tenido un presidente de Chile; con las cuentas públicas totalmente deterioradas y con un impresentable aumento del déficit fiscal; con una Institución de Carabineros totalmente desprestigiada a raíz de una estafa gigantesca por más de 26 mil millones de pesos por parte de sus oficiales de más alta graduación y con un grupo selecto de altos oficiales de carabineros dedicados a “fabricar pruebas falsas” con el fin de condenar a personas inocentes; con una Fiscalía peleada con Carabineros y con el mismísimo Gobierno, tildado de “indiferente”; con un sistema de justicia en entredicho y en el cual hoy no se puede confiar; con un alto y desbocado nivel de delincuencia, cuyos delitos nunca son castigados; con acciones y actos con carácter de terroristas en dos regiones del país; con el ingreso a Chile de cientos de miles de inmigrantes, especialmente haitianos, sin control alguno; con gigantescas listas de esperas en hospitales y miles de muertos cada año por falta de especialistas y cirugías; con una salud pública desmejorada y una deuda hospitalaria imposible de cubrir y pagar. A lo anterior se suma –de acuerdo siempre con el diputado Tarud– y cito nuevamente en forma textual: “una serie de militantes de diversos partidos que se dedicaron a cambiarse de un ministerio a otro durante varios gobiernos de la ex Concertación y la Nueva Mayoría”, pertenecientes a la élite y que han estado disfrutando del poder y de sus privilegios. Todo esto, lo único que genera, es mucho resentimiento y amargura en la población en contra de esta élite, que se aprovecha sin freno, de su poder, influencia y riqueza.

Es altamente probable, que si las cosas se siguen haciendo tan mal como se han hecho hasta ahora, también volveremos a vivir estos nefastos actos y situaciones con Chile Vamos y, posteriormente, con el Frente Amplio si sale electa en el año 2022, una alianza política dispuesta a prometerle al pueblo cielo, mar y tierra, con tal de atraer el favor y los votos del pueblo.

En este sentido, una clase política que está altamente cuestionada por el pueblo y que tiene un altísimo porcentaje de rechazo y reprobación por parte del ciudadano común NO TIENE NINGÚN GRADO DE AUTORIDAD MORAL para gobernar. Ninguna.

Un país –donde las leyes se hacen y la información se manipula y se tergiversa “a gusto”, en función de los intereses particulares de quienes tienen el poder político, el poder económico y que son dueños de los medios de comunicación– no tiene mucho futuro, salvo, el de convertir a su población en semi-esclavos al servicio de una reducida élite.

Es, precisamente, para efectos de retener el poder y la riqueza en manos de unos pocos privilegiados, que el populismo de izquierda y de derecha –con su inseparable compañera de travesía: la demagogia– se ha convertido en la nueva plaga que asola a la política nacional. Tal como muy bien lo señalara el doctor en Historia, Ezequiel Adamovsky: ahora todos los políticos parecen populistas, se mueven como populistas, hablan y suenan como populistas. Y cuando todas las cosas fallan, los populistas tienen un arma infalible y poderosa a disposición: acusar y culpar a “los otros” por los propios fracasos e incompetencia. Todos los demás –y todos aquellos que no están de acuerdo con el populista– se convierten automáticamente en corruptos, mentirosos, golpistas, holgazanes, antirrevolucionarios, fascistas, vende-patrias, derrotistas, momios, chupasangres, etc.

Mariano Grondona, abogado, periodista, escritor y sociólogo argentino, señaló en una oportunidad, que el populismo amaba tanto a los pobres que se dedicaba con muchas ganas, fruición y energía a multiplicarlos por doquier.

No vaya a ser, entonces, que a los casi dos millones de jubilados chilenos con pensiones miserables y de hambre, así como a los más de cuatro millones de chilenos que hoy deben subsistir –literalmente– con menos de $350.000 al mes, en un corto plazo tengamos que sumarle otro par de millones de chilenos viviendo como verdaderos esclavos modernos, porque nuestra clase política y gobernante decidió seguir viviendo como reyes a costa de la sangre, sudor y lágrimas de un pueblo explotado. No vaya a ser, que se cumpla el precepto del esclavo griego Fedro, quién decía, que en un cambio de gobierno, el pueblo jamás cambiaba de otra cosa que de amo.

Por lo tanto, sería altamente recomendable, que el nuevo gobierno –y sus representantes– no comiencen a meter las manos donde no corresponde. Todo un pueblo espera que el electo presidente Sebastián Piñera se dedique a trabajar dura, ética y honestamente en favor de ese pueblo que lo eligió, así como por su bienestar social y económico. De otra forma, lo que terminará cosechando su gobierno, será una gran tormenta de gente resentida, frustrada y amargada dispuesta a arrebatar el poder –aún cuando sea por la fuerza y la violencia– a esa élite rica, poderosa y privilegiada que hoy domina y rige los destinos de nuestro país, sin que importe mucho, tal como ya lo he señalado, si dicha élite es de izquierda o de derecha, mientras monopolice el poder y se dedique, exclusivamente, a salvaguardar sus propios y egoístas intereses a costa del pueblo.

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