Trastorno por déficit atencional con y sin hiperactividad

Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl - Académico, Escritor e Investigador (PUC-UACh)
“No estoy debajo de lo normal, tampoco valgo menos, ni soy menos capaz, sólo que funciono de manera diferente” (Frase anónima, aplicable, en realidad, a todo ser humano).

“Déficit de atención: trastorno que afecta a aquellas escuelas que no logran adaptarse al niño”.

De acuerdo con datos suministrados en el año 2013 por el Ministerio de Salud, la prevalencia en Chile del Trastorno por Déficit Atencional –ya sea con hiperactividad (TDAH) o sin hiperactividad (TDA)–, estaba rondando el 6,5% de la población infantil y juvenil, lo que convertía a este trastorno en uno de los principales motivos de consulta en salud mental relacionado con los niños y jóvenes en el país, y que estaba asociado al uso de medicamentos del tipo estimulantes, como una de las principales fórmulas para tratar el trastorno.

Ahora bien, junto con ser un dato muy poco auspicioso, el MINSAL reconocía en esa fecha que los casos de TDA cubiertos, exclusivamente, por el sistema público de salud, se había más que duplicado en los últimos cuatro años –entre el 2009 y el 2013–, alcanzando una cifra de alrededor de 53.000 niños y jóvenes bajo tratamiento, siendo el grupo etario más afectado, el que iba entre los 10 y los 14 años, el cual, en el mismo lapso de tiempo, había experimentado un alza de, nada menos, que un 106%.

Por otra parte, pese al hecho de que la prevalencia del TDA y TDAH –también Síndrome de Déficit Atencional con tres subtipos: tipo hiperactivo-impulsivo, inatento y combinado– es un área con muchas zonas grises, lo que sí se sabe con certeza, es que en nuestro país el TDA es diagnosticado con mucha frecuencia –algunos expertos hablan incluso de que existe un “sobre-diagnóstico” del tratsorno–, al mismo tiempo que se recetan grandes cantidades de fármacos. ¿Por qué razón destaco esto? Porque en el año 2017, el neuropediatra Yuri Dragnic del Hospital Clínico de la U. de Chile puso sobre el tapete de la discusión que un 10% de los niños presentaba TDA, es decir, una cifra más que preocupante y mucho más abultada que la anterior.

Tanto es así, que la International Narcotic Control Board, un organismo internacional dependiente de la ONU, situó a Chile entre los 10 primeros países en el mundo cuyos niños y jóvenes consumían grandes cantidades de metilfenidato –droga más conocida como Ritalin–, es decir, un medicamento psicoestimulante para el tratamiento del TDAH, ya que con una demanda que sobrepasaba los 500.000 gramos, el metilfenidato representaba la segunda sustancia psicotrópica más requerida por el gobierno de Chile durante los años 2016-2017.

Complementariamente con lo anterior, y de acuerdo con datos publicados por el portal EDUCARCHILE, alrededor del 9% de los niños en Chile estarían tomando Ritalin y también Concerta. Sin embargo, no existe encuesta nacional de salud que entregue certeza alguna al respecto de esta situación.

Lo delicado del tema en comento –y por razones que se desconocen–, es que las altas tasas de TDA, así como el elevado consumo de estimulantes han sido omitidas en su mayoría de los registros oficiales, al punto, que instituciones gubernamentales como el MINSAL y el MINEDUC, han sido incapaces de producir y entregar datos significativos y que sean coherentes, tal como también sucedió con el alza indiscriminada y altamente peligrosa del Síndrome de la Inmunodeficiencia Adquirida (SIDA) en el grupo de los más jóvenes bajo el gobierno de la ex presidenta Michelle Bachelet. La señal de alerta, una vez más, tuvo que surgir desde el exterior del país, más que desde nuestras propias instituciones.

Y aquí dejo un dato de suma importancia para los padres: si bien no se tiene total certeza acerca de cuáles son las causas que provocan el TDA, sí se sabe que existe un origen genético en alrededor de un 30% de los niños diagnosticados con TDA, lo que indicaría que, a menudo, uno –o ambos padres– padecen (o padecieron) el trastorno.

Un segundo dato relevante: el TDA, con y sin hiperactividad, habitualmente es diagnosticado cuando el menor tiene seis años, es decir, justo en aquella etapa de vida del niño en la cual requiere de un mayor ajuste escolar, situación que puede repercutir:

1. En el rendimiento y desempeño escolar del menor, ya sea por falta de control de impulsos y/o incapacidad de concentrarse.

2. En el desarrollo de su personalidad, al presentar sentimientos de inutilidad, baja autoestima y bajo nivel de frustración.

3. En el proceso denominado “integración social”, donde el menor puede quedar excluido, y experimentar el rechazo por parte de sus pares, sus profesores y el colegio, en función de que suele molestar con frecuencia a otros niños, e incluso, a sus maestros.

Un tercer dato a tener en consideración para el diagnóstico, es que los menores que tienen este trastorno pueden presentar varios de los siguientes síntomas (y señales):

1. Se distraen fácilmente a causa de estímulos que pueden ser considerados irrelevantes.

2. Les cuesta seguir instrucciones, siendo incapaces de finalizar las tareas que se les dan.

3. Muestran dificultades para focalizar la atención en las tareas encomendadas, dificultades que se extienden, incluso, a actividades como los juegos con sus pares.

4. A raíz de sus problemas de concentración, olvidan muy rápido las cosas que se les han dicho.

5. Pierden las cosas y los objetos necesarios para la realización de sus actividades y tareas.

6. Tienen grandes dificultades para organizarse y quedarse quietos.

7. Tienden a ser más impulsivos e irritables que otros niños.

8. Cambian bruscamente de estados de ánimo y aparecen ante los ojos de quienes los observan como niños muy enojones y agresivos.

9. Pueden ser algo destructivos con sus juguetes, ropa y otros objetos.

El tratamiento que ha demostrado tener una mayor cuota de éxito, es el “tratamiento multimodal”, es decir, un enfoque terapéutico que incluye fármacos y un cambio necesario de hábitos, tales como: ajustes en los hábitos de sueño, de alimentación, de tareas, de recreación, etc., donde el rol principal lo juega la familia del menor, requiriéndose, en algunas ocasiones, tratamientos de tipo psicológico o psicopedagógico. Lo anterior significa que los niños afectados por el síndrome de déficit atencional requieren adquirir rutinas, horarios y ambientes medianamente predecibles, por cuanto, es necesario que el menor comience a darse cuenta que ante ciertos actos que él realiza, las consecuencias serán siempre las mismas, ya que, en términos generales, los niños con TDA aún no han aprendido a discriminar, si algo que hacen es correcto o no, hasta que comienzan a experimentar las consecuencias de sus actos en forma directa.

Ahora bien, no obstante lo señalado más arriba, los padres de niños con TDA han de tener presente que el tratamiento con medicamentos no es del tipo “curativo” sino que tan solo “paliativo”, es decir, que los medicamentos prescritos ayudan a compensar los déficits existentes a nivel de neurotransmisores en el cerebro, pero no los cura, por cuanto, llegados a la edad adulta, las diversas investigaciones y seguimientos hechos a miles de pacientes han evidenciado que el trastorno remite –o desaparece– sólo en un 50% de los casos diagnosticados.//.

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