La clase política y la mitomanía, o el gusto y la atracción por la mentira

Dr. Franco Lotito C.
Académico e Investigador (UACh)
www.aurigaservicios.cl



“Las grandes masas sucumbirán más fácilmente a una gran mentira que a una pequeña” (Adolf Hitler, político y militar alemán que desencadenó la Segunda Guerra mundial).

El trastorno psicológico que consiste en engañar y mentir de manera compulsiva y patológica se denomina mitomanía, es decir, el uso de la mentira como una forma de vida.

Ahora bien, aquellas personas que tienden a mentir de manera habitual, tienen como objetivo final –o agenda oculta– buscar aparecer ante los ojos de los demás como el individuo más poderoso, más fuerte, más sabio, más capaz e inteligente de lo que realmente es, acompañado de una suerte de obsesión única: generar en sus interlocutores aceptación y admiración, sin que importen los medios y las fórmulas que se utilicen para lograr este fin. Si alguna vez, la famosa frase: “El fin justifica los medios” atribuida a Nicolás Maquiavelo, estuvo mejor aplicada, entonces ese es el caso de los mitómanos y de los políticos.

En este sentido, el sujeto mitómano muestra una constante inclinación y atracción por falsear, desdibujar y alterar la realidad que lo rodea, con el fin de convertir “su” realidad en algo más grandioso, más extraordinario y grandilocuente de lo que objetivamente es, lo que lo conduce paulatinamente a generar una imagen distorsionada de sí mismo, generalmente con aires y delirios de grandeza, una característica que, demasiado a menudo, vemos reflejada claramente en nuestra clase política, a la que, además, hay que agregarle la firme creencia que tienen estos sujetos de estar por encima de la ley, así como los rasgos de cinismo, incoherencia e hipocresía, lo que tiene los siguientes resultados y acciones:

1. Mentir y engañar a sus seguidores y público en general.

2. Exagerar sus “aportes” a la sociedad.

3. Manipulación constante de quienes se encuentran en su entorno cercano (y no tanto, también).

4. Prometer el cielo, el mar y la tierra para luego “olvidarse” totalmente –en un ataque repentino que mezcla armoniosamente la arterioesclerosis y el Alzheimer– de sus promesas, una vez que han logrado sus objetivos.

5. En función de su hipocresía, oportunismo y cinismo, se dan las conocidas “vueltas de carnero” para luego desmentir –dando un grito en el cielo y rasgando vestiduras– de que nunca dijeron lo que dijeron, no obstante las abundantes pruebas que demuestran todo lo contrario, en cuyo caso –y con una amplia sonrisa en sus caras– usan la otra estrategia que siempre tienen escondida como un as bajo la manga: sus palabras y dichos fueron “sacados de contexto”.

A lo anterior, se suma que estos sujetos están como “separados” y alejados del resto de los mortales, creyéndose los dueños de la verdad, con lo cual, se torna muy difícil, por no decir imposible, la posibilidad de construir país de manera conjunta. Pero lo más delicado, es su exacerbado narcisismo, rasgo que en privado los lleva a jactarse abiertamente de cuán hábiles son para engañar a las personas que los escuchan, sin que sean sorprendidos ni “pillados” en estas andanzas por la gente que aún cree en ellos.

Hablamos entonces, de mitomanía, cuando existe una conducta con carácter enfermizo, en que el sujeto desfigura, disfraza o maquilla la realidad, ya sea engrandeciéndola o sustituyéndola por completo por otra que sea más “conveniente” con aquella historia que el sujeto desea representar ante la sociedad. Lo anterior, incluye, por cierto, adulterar y adornar la información de lo que se es (con estudios, diplomados y doctorados que no se tienen, por ejemplo), magnificar aquello que se sabe o aquello que se cree saber, de una forma que es crónica y reiterada, lo que determina, finalmente, que el sujeto comience a vivir una suerte de doble vida utópica, con la cual se identifica completamente, una vida que la persona experimenta como si ésta fuera totalmente cierta.

El segundo problema con los individuos mitómanos, es que no tienen un freno ético o moral ante esta conducta o actitud mental, condición que termina por provocar una gran desconfianza, así como el rechazo y la total pérdida de credibilidad en la gente que escucha sus eternas cantinelas y cantos de sirenas.

Esto es, justamente, lo que ha terminado por suceder con nuestra clase política, cuya credibilidad, hoy en día, es, prácticamente, nula e inexistente entre los millones de ciudadanos de nuestro país. Lo peor de todo, es que aún así, son sujetos pertinaces y tozudos, incapaces de aprender de sus continuos errores.

Tampoco cesan en sus intentos de manipular a la opinión pública y a la ciudadanía a través de:

1. Sus ridículas y patéticas puestas en escena acerca de la “unidad inquebrantable” que reina entre sus filas y entre los miembros de su coalición, sea ésta de izquierda o de derecha (mientras se descalifican, insultan y acuchillan por la espalda, unos a otros).

2. Con declaraciones públicas de “compromiso y lealtad eterna” (mientras se destrozan y se canibalizan políticamente entre ellos).

3. Con afirmaciones grandilocuentes y afiebradas que vienen desde sus máximos dirigentes señalando “la suprema excelencia con la que funcionan los equipos políticos” (mientras dichos equipos se caen a pedazos), y así sucesivamente.

¿Se requieren más muestras y pruebas de mitomanía? Pues bien, señalemos algunas más.

Hoy en día, todos quieren ser presidentes de esta nación, porque consideran que tienen las competencias, la experiencia, la experticia y todos los otros atributos que acompañan a esta “ilusión” de querer convertirse en presidenciables y presidentes de Chile. Pero… ¿quiénes son, en realidad estos sujetos?

Aparte de los eternos viejos carcamales y dinosaurios de la política, también nos encontramos con otra serie interminable de sujetos decrépitos, plagiadores, hipócritas, narcisistas, oportunistas, embusteros, manipuladores y llenos de tics.

Son individuos incapaces de evitar sus eternas declaraciones acerca del “debate productivo de ideas” que debe producirse en la sociedad, de la necesidad de “elevar el tono de discurso” entre el oficialismo y la oposición, así como de la “cordura” que debe primar en las discusiones acaloradas que ellos sostienen, en las cuales, por supuesto, caen una y otra vez, demostrando… todo lo contrario, a saber: intolerancia con el otro, incapacidad para escuchar de manera respetuosa, descalificaciones mutuas, traiciones y acusaciones de un cuanto hay, ante un público que mira estupefacto desde las graderías a esta estirpe tan especial.

También vemos –tal como muy bien lo ha señalado Fernando Villegas, escritor, periodista y comentarista político–, junto a viejos (y a nuevos) operadores políticos, a un mar de zánganos, sanguijuelas y cafiches del Estado que viven eternamente a costa del Fisco y de los dineros de todos los chilenos, es decir, sujetos que –salvo honrosas excepciones– no le trabajan un peso a nadie. (Por si alguien tiene dudas al respecto: algunos de estos cafiches estatales llevan más de 25 años apernados en sus puestos y no tienen intención alguna de dejarle libre el puesto a alguien más, salvo cuando comienzan a saltar en sus sillas musicales de una repartición pública a una subsecretaría, de una subsecretaría a una embajada, de una embajada a un ministerio, de un ministerio a la gerencia de alguna empresa estatal o, en el peor de los casos, como agente en la Haya para ganar visibilidad y adherentes.

Durante el año 2016 varios diarios electrónicos nacionales tales como Theclinic.cl, Gamba.cl, Eldesconcierto.cl han publicado diversos artículos, cuyos títulos editoriales –algunos de los cuales, cito a continuación en forma textual– son muy gráficos: “GOBERNADOS POR DELINCUENTES: LA MITAD DE LOS PARLAMENTARIOS CHILENOS TIENE UN PRONTUARIO DELICTUAL”, en que el análisis que hace uno de estos diarios no deja posibilidad alguna de un error en su título: de los 158 parlamentarios 74 de ellos estaban (o estuvieron) involucrados en procesos judiciales.

En el desglose por cámara, el 55% de los senadores había sido objeto de alguna querella o demanda judicial (21 casos), en tanto que para los diputados la cifra alcanzaba el 44%, es decir, había nada menos que 53 diputados que estaban siendo procesados ante los tribunales de justicia, en función de alguna de las siguientes causas: enriquecimiento ilícito, malversaciones de fondos, estafas reiteradas, fraude al fisco, cohecho y un largo etcétera.

Al tenor de estos datos, no cabe duda alguna que a muchos de nuestros parlamentarios y presidenciables, el poder se les sube a la cabeza, especialmente, cuando dicho poder se encuentra con un cerebro vacío, a tal punto, que en su mitomanía, estos individuos están convencidos que ellos y ellas son intocables y están por encima de la ley: basta ver la larga lista de diputados, senadores, presidenciables, subsecretarios y ministros de estado que han debido hacer filas en los tribunales de justicia con el fin de dar cuenta de sus ilícitos y turbios manejos. Confiemos entonces, que la justicia terrenal hará su parte y terminará por desenmascarar a tanto político turbio y mediocre, que se encuentra obnubilado y enceguecido por la supuesta “luminosidad” que ellos irradian.



Fuente: flotitoc@gmail.com
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