Liderar… nadando en contra de la corriente

Liderar… nadando en contra de la corriente
Dr. Franco Lotito C. Académico, escritor e investigador (PUC-UACh) – www.aurigaservicios.cl



“Un líder, guía y lidera a su gente con su ejemplo, no con el uso de la fuerza” (Sun Tzu, general, estratega y filósofo de la antigua China).

El acto de querer implementar cambios y transformaciones en las organizaciones –sean éstas públicas o privadas– se convierte en un tema que, además de difícil, es también altamente riesgoso.

Todo aquél que pretenda hacerlo, de seguro que se va a encontrar –por no decir enfrentar– con fuertes resistencias de todo orden y desde todos los sectores, sean éstos de tipo social, económico, político o religioso.

La razón es muy simple: todos aquellos cambios que se quieran implementar van a generar –nos guste o no nos guste–, altos costos en muchas personas, así como también en los diversos grupos que se verán afectados. El mejor ejemplo de lo que se ha señalado más arriba, lo representa el estallido social que se produjo en Chile el 18 de octubre de 2019, un estallido que aún hoy, sigue repercutiendo fuertemente en todo el país.

Ahora bien, si el proceso de cambio no se gestiona de un modo estratégico y con una amplia visión de futuro, lo más probable, es que todo termine en un rotundo y completo fracaso. Una de las claves que permite lograr un cambio exitoso, es el acto de ejercer un liderazgo que tenga un norte claro y que sea transparente y efectivo, en función de lo cual, se requiere un manejo –y un conocimiento– apropiado de todas las herramientas que se tienen a disposición.

En este sentido, el liderazgo ya no puede ser visto como un conjunto de “cualidades personales” que posee un determinado sujeto, sino que como una actividad que se ejerce de manera adecuada, con conocimiento de causa y que se pone en movimiento en el momento preciso.

Harry S. Truman, uno de los pocos presidentes honestos que ha tenido Estados Unidos, afirmaba que el liderazgo era la capacidad que tenía una persona para influir sobre el comportamientos de otros individuos y lograr que estas personas hicieran cosas que no deseaban hacer, pero que sin embargo, las hacían con gusto, porque su líder se las había solicitado. Se sobreentiende, que en este caso estamos hablando de ejercer un liderazgo del tipo positivo y constructivo, como el que ejercieron reconocidos personajes de la Historia, tales como Mahatma Gandhi, en la India, o Nelson Mandela, en Sudáfrica.

Lo anterior, a diferencia de liderazgos negativos y destructivos como los que llevaron a cabo figuras históricas como Mao en China, Lenin y Stalin en Rusia, Hitler en Alemania, quienes fueron los causantes de que cientos de millones de personas fueran violentadas, torturadas y asesinadas vilmente en sus respectivos países en pos de una ideología que terminó en quimera, y quienes, además, fueron los responsables y causantes indirectos de la muerte de otros varios millones de personas en países extranjeros que quisieron adoptar tal ideología.

Jack Welch, por su parte, quién fuera el Presidente Ejecutivo (CEO) de General Electric, una de las empresas más grandes y poderosas de Estados Unidos, con un Producto Interno Bruto superior al de todo Chile en su conjunto, decía que el liderazgo no era tan sólo la capacidad que tenía un sujeto para influir sobre las demás personas o para servir de guía, de modo tal, que los demás lo siguieran, sino que para Jack Welch, el acto de ejercer un liderazgo positivo era movilizar a un grupo de individuos –una familia, un equipo de trabajo, una empresa, una comunidad, un ejército, un país– para producir un cambio profundo que beneficiara a todas las personas que estaban –en cuerpo, mente y alma– involucradas en alcanzar una determinada meta o propósito.

En función de lo anterior, es necesario tener muy en cuenta, que es altamente probable que se produzca un grave problema –y altos niveles de frustración– cada vez que nos topemos con una brecha entre la realidad y las aspiraciones de la gente, entre lo que las cosas son y aquello que esperamos que sean, y por cierto, que mientras más grande sea la brecha, más grande –y más grave– será el problema que habrá que enfrentar. La razón, otra vez, es muy simple: las brechas que son injustas nos inquietan, nos angustian, nos tensionan, nos frustran, y lo único que queremos, es evitarlas, superarlas y dejarlas atrás de nosotros.

Todo cambio –lo aceptemos o no– genera pérdidas para quienes están expuestos a él: pérdidas económicas, emocionales, de motivación, de compromiso, de lealtades y, en ciertos casos, incluso hasta de sentido.

La persona que decide ejercer el liderazgo de un proceso de cambio, no siempre sabe con certeza hacia dónde quiere que la organización, la comunidad o el país, se movilice. Lo que sí sabe con seguridad, es que existe un problema del cual hay que salir y al que hay que enfrentar. Por lo tanto, sólo cuando el problema ha sido identificado con claridad y todos los involucrados acepten y reconozcan su existencia, sólo entonces todas las partes involucradas y/o afectadas estarán dispuestas a comprometerse y aceptar la necesidad de trabajar codo a codo, con la finalidad de construir –de manera conjunta– una solución que sea satisfactoria.

De ahí que se diga, que el acto de ejercer el liderazgo representa muchas veces, nadar en contra de la corriente, y aquél sujeto que decida ejercerlo bajo el pretexto de generar un cambio, se auto impone una labor titánica y, al mismo tiempo, llena de peligros que pueden conducir al fracaso.

Digamos finalmente, que la idea de fondo de todo proceso de cambio, es que dicho cambio favorezca a la gran mayoría de las personas involucradas, de otra forma, todo el esfuerzo realizado en cumplir con el objetivo, corre el riesgo de convertirse en un fiasco o, en el mejor de los casos, en un error de grandes proporciones.

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