Estrés, ansiedad y depresión: emociones que enferman (y que también pueden matar)

Dr. Franco Lotito C., Académico, escritor e investigador (PUC-UACh) – www.aurigaservicios.cl

“El temor agudiza los sentidos. La ansiedad los paraliza” (Kurt Goldstein, psiquiatra y neuropsicólogo).

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A raíz de los acontecimientos que continúan convulsionando a nuestro país, las consultas con especialistas del ámbito de la psiquiatría y de la psicología han aumentado en forma significativa, por cuanto, son muy pocas las personas que logran escapar a ciertos sentimientos y emociones de tipo negativo que, hoy por hoy, flotan en el ambiente –estrés, incertidumbre, miedo, angustia, ansiedad, impotencia, frustración, depresión, etc.– que terminan por afectar física, mental y anímicamente –y de manera transversal– a una parte importante de la población de Chile.

Es muy difícil –por no decir imposible– separar al estrés de la ansiedad, ya que cuando aparece uno de ellos, de inmediato surge el otro para hacerle compañía, y cuando el estrés y la ansiedad invaden a la persona y se hacen crónicas, entonces el final del calvario que significa estar sumido de manera profunda en el estrés y en la ansiedad, es la posible aparición de una depresión, convirtiéndose así, en una suerte de corolario final, es decir, en la presencia de un severo trastorno de salud mental.

Digamos –y aclaremos de inmediato– algunas cosas en relación con la depresión, así como también de algunos de sus síntomas concomitantes:

  1. La depresión no tiene edad: es una enfermedad grave que afecta a las personas de manera transversal, sin respetar sexo, clase social, condición económica, color o edad de los individuos.
  2. Los ataques de pánico (o de ansiedad) que, eventualmente, puede experimentar una persona no son “un show”, ni el sujeto que los sufre está “haciendo teatro” ante los demás. Por el contrario, la persona que experimenta un ataque de pánico tiene la fuerte sensación de que se va a morir en ese mismo instante y en el mismo lugar donde lo está experimentando.
  3. La ansiedad no es una exageración, ni la persona que lo sufre un sujeto “alaraco” o al que le gusta hacer gala de un histrionismo exagerado. La ansiedad implica sentir una preocupación y miedos intensos, excesivos y continuos, que puede ir acompañada de taquicardia, sudoración intensa, respiración muy agitada, trastornos de alimentación, insomnio, etc.
  4. El hecho de sufrir de baja autoestima no es un juego, y representa un grave error de juicio mirar “en menos” a las personas que lo sufren. La baja autoestima hace referencia a la dificultad que tienen algunas personas para sentirse valiosas en lo profundo de su ser y, en consecuencia, de sentir que no son dignas de ser amadas y queridas por los demás. Las personas con baja autoestima tienden a experimentar mucha ansiedad ante situaciones que impliquen intimidad con el otro, así como también, en situaciones donde los afectos y los sentimientos juegan un rol. 
  5. Los intentos de suicidio no son sólo para llamar la atención, ya que cuando los pensamientos suicidas hacen acto de presencia, lo más sabio –o por lo menos, lo más prudente– es prestar mucha atención y dedicación al sujeto afectado, con la finalidad de reaccionar de manera rápida, y evitar por esta vía, situaciones que pudiesen terminar con la persona fallecida, especialmente, cuando la ansiedad, la baja autoestima y la depresión revolotean de manera constante alrededor de la persona afectada.

Quiero aprovechar un suceso muy reciente, a saber lo sucedido con la Prueba de Selección Universitaria (PSU) para ejemplificar de manera concreta algunos trastornos que pueden experimentar las personas. En este sentido, son escasos los estudiantes que debían rendir la PSU –en su objetivo de ingresar a la educación superior–, que no experimentaron una variada mezcla de emociones negativas, donde la incertidumbre, el estrés, la ansiedad, la frustración, la rabia y el temor estuvieron a flor de piel y acompañando constantemente a la gran mayoría de los cientos de miles de estudiantes durante todo el proceso.

  1. Incertidumbre y estrés por no saber en qué y cómo va a terminar este proceso de admisión universitaria del CRUCH que quedó trunco.
  2. Ansiedad, como consecuencia de un evento como la PSU, que sufrió una serie de boicots e inconvenientes, y que, paralelamente, puede condicionar el futuro de una persona, ya sea, porque no se lograron los resultados esperados, porque el alumno no se preparó lo suficiente, o bien, porque los colegios estuvieron mucho tiempo tomados –o con los profesores en huelga–, y no se pudo cumplir con todo el programa de materias consideradas en la PSU.
  3. Frustración y rabia ante las reiteradas postergaciones que sufrió la rendición de la prueba, así como por los sucesos violentos que impidieron el normal desarrollo de dar la PSU para cerca de 30.000 estudiantes –a causa de la toma de los recintos donde debía rendirse–, o bien, por la suspensión de la Prueba de Historia, Geografía y Ciencias Sociales por primera vez en 17 años, a raíz de la filtración de facsímiles, que terminó afectando a 202.000 estudiantes.
  4. El temor a ser objeto de agresiones por parte de aquellos grupos de estudiantes violentistas que se oponían a la normal realización del proceso y que conculcaron el derecho que tenía la absoluta mayoría de los alumnos a dar su prueba.

Hoy en día, no hay profeta, mentalista, futurólogo, ni experto que pueda anticipar, aventurar o pronosticar en qué va a terminar el estallido social, ni tampoco cómo se va a reparar el enorme daño psicológico, moral y valórico que han generado las violentas y dramáticas situaciones que han debido vivir millones de chilenos de todas las edades en estos meses, a lo que ahora se suma el boicoteado proceso de admisión que afectó a más de 290.000 estudiantes.

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