¿Existe algún sistema político que, realmente, sea justo y que funcione igual para todos?

¿Existe algún sistema político que, realmente, sea justo y que funcione igual para todos?
Por el Dr. Franco Lotito C. - www.aurigaservicios.cl - Académico, escritor e investigador (PUC-UACh) –

En un país bien gobernado, la pobreza es motivo de vergüenza, pero en un país mal gobernado, el motivo de vergüenza es la riqueza de unos pocos” (Confucio, filósofo y pensador chino, siglo V antes de Cristo).

Se le atribuye al político Otto von Bismarck, artífice de la unificación alemana, haber afirmado que “Nunca se miente más que después de una cacería, durante una guerra y antes de las elecciones”. Ahora habría que agregar… y mientras dure una pandemia”.

En función de lo señalado por este estadista de origen alemán del siglo XIX, resulta importante revisar –por lo menos, un par– de las últimas despreciables acciones y/o mentiras que han surgido de la boca de la clase política –sin que importe mucho si son de “izquierda” o de “derecha”– tal como por ejemplo, la supuesta y ventilada “donación de la mitad de su dieta parlamentaria” que hacen, mes a mes, los diputados del partido Revolución Democrática (RD), entre ellos, Giorgio Jackson y Gabriel Boric, quienes fueron puestos en evidencia –y al desnudo– ante la opinión pública por, nada menos, un ex integrante de Revolución Democrática, el diputado Renato Garín (ahora INDP), quién señaló –en forma textual– que esas “donaciones NO eran ciertas”, por cuanto, “ese dinero se iba a un ahorro bancario que ya sumaba cientos de millones, en que el objetivo de ese ‘ahorro’ es financiar sus campañas políticas a la constituyente, reelección y Senado”.

Sería recomendable, entonces, que la coalición Frente Amplio cambiara su nombre y pasara a llamarse, de ahora en más, Fraude Amplio, por la forma en cómo defraudan, le mienten y engañan al pueblo que, confiando en ellos, ha sido, una vez más, traicionado.

Por otra parte, el (des)honorable senador Rabindranath Quinteros –bajo fundadas sospechas de que estaba contagiado con el coronavirus–, no encontró nada mejor que “pasarse todas las consignas y normas sanitarias por el forro” y, con una conducta imprudente y criminal, no respetó la cuarentena, se reunió con un montón de gente, saludó de beso, viajó en avión desde Santiago a Puerto Montt, exponiendo, por esta vía, a cientos de personas al contagio, a saber: trabajadores de ambos aeropuertos, pasajeros del avión, tripulación de la nave y quizás cuantas otras personas más.

A lo anterior, se suma el hecho que el (des)honorable tiene ¡76 años! y tenía prohibición –por su edad– de andar circulando por las calles, pero parece que esa orden y prohibición sanitaria sólo se aplica a los “patipelaos” –quienes de inmediato se van presos– y a la gente pobre del pueblo, ya que el principal lema del senador Quinteros es “Hagan lo que yo les digo, pero no lo que yo hago”. Como alguien muy sabio dijo por ahí: “Los políticos son como las monedas: valen muy poco y tienen dos caras”. Aquí hemos visto –en toda su luminosidad– las vueltas de carneros, doble moral y doble estándar del gobierno, autoridades y clase política. Con esto, lo único que hace el gobierno y la mala clase política, es preparar y abonar el terreno para un nuevo estallido social 2.0.



En función de todo lo anterior, resulta importante –y muy práctico, por cierto–, revisar algunos de los distintos sistemas políticos que han regido –y que continúan rigiendo– los sufrientes destinos de miles de millones de personas en todo el mundo.

Es así, por ejemplo, que la “monarquía” es un sistema político en que un solo individuo tiene –y concentra en su persona– todo el poder para dirigir “sabiamente” a una nación. Sin embargo, todos sabemos en que han terminado las monarquías, las cuales, al igual que las “dictaduras” –sean éstas, otra vez, de derecha o de izquierda–, sólo han favorecido al sujeto mismo, a los familiares directos, a sus amigotes y compinches cercanos –quienes gozan de todos los favores y privilegios–, trayendo, en cambio, muchas penurias y desgracias para la gente del pueblo, quedando la “sabiduría” en el fondo del excusado.

Por otra parte, la “aristocracia” –originalmente, al menos– hacía referencia a un “sistema político de los mejores” que fue sugerido por filósofos y pensadores de la talla de Platón y Aristóteles. Un sistema que debía ser encabezado por los más capaces de la sociedad, es decir, por unas pocas personas que sobresalían por sus conocimientos, gran capacidad intelectual y su elevada virtud. Sin embargo, lo que realmente ha vivido la humanidad con la aristocracia a través de la historia, fue la escasa –por no decir nula– virtud que demostraron estos sujetos para gobernar al pueblo, un pueblo al que explotaron a gusto y placer, amén de su pobre estatura moral y su dudosa capacidad intelectual.

La “plutocracia”, por otro lado, representa una forma de gobierno en que todo el poder se concentra en las manos de los más ricos y privilegiados de una nación, una élite que goza de mucho poder e influencia en función de la gran riqueza que posee. Diera la “leve” impresión, que existe un considerable número de países en que la “plutocracia” y la “oligarquía” –esta última, una forma de gobierno donde el poder está en manos de una clase social privilegiada– han hecho una gran alianza estratégica, con la finalidad de abusar y seguir explotando a los pueblos bajo su gobierno.

La “democracia”, concepto que deriva del griego y significa “el gobierno del pueblo”, se define como un sistema político donde el pueblo tiene el derecho de elegir y controlar lo que hacen sus gobernantes. Abraham Lincoln decía que sólo podía prevalecer una democracia, si ésta reflejaba “El gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”.

La interrogante que surge de esta última definición, es en qué aciago momento de la historia se perdieron los maravillosos fundamentos, normas y principios que debían regir y “guiar” a la democracia, porque hasta ahora el “sistema democrático” representado por nuestra mentirosa y poco ética clase política ha fallado rotundamente, y pareciera que se convirtió en una suerte de engendro resultante de una relación incestuosa entre la monarquía, la aristocracia y la plutocracia, por cuanto, el pueblo poco y nada puede decir –o decidir– acerca de lo que es justo o injusto, correcto o incorrecto, donde las pérdidas económicas, el desempleo, el trato indigno, la educación de mala calidad, el desamparo, el nulo acceso a una salud digna, la extrema pobreza, el hambre, el abuso y la desigualdad las asume siempre –y sin distinción de género, edad o raza– el pueblo al que dicen –y rejuran– servir.

Es más: en todo tipo de crisis, sean éstas de tipo económicas, políticas, sociales o sanitarias, quién pone el pecho, su sangre, su vida y su bienestar en riesgo, es siempre el pueblo y nadie más. Hasta ahora, ninguno de nosotros ha visto que la clase política y gobernante haya sido capaz de rebajarse en forma voluntaria sus obscenas dietas, sus millonarias asignaciones y sus considerables gastos operacionales, mientras una absoluta mayoría del pueblo pierde su dinero, sus pensiones, su bienestar,  su salud y sus puestos de trabajo.

Pareciera, como alguien sabiamente dijo por ahí, que la “democracia” terminó por caer en el fondo de la taza del baño, donde nuestra clase política y gobernante hace –con mucha gracia y distinción, por cierto– sus “perfumadas” necesidades.

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