18 de septiembre en un Osorno del ayer

Por Omar González Hurtado. Osornino radicado en Santiago.


Era un 17 de Septiembre del año 1943, cuando escuche a mi padre decir: ¡Mañana nos levantaremos temprano, porque iremos a la parada militar que se realizará como es costumbre en la Plaza de Armas!

El Pabellón patrio ya estaba puesto en casi todas puertas y ventanas en cada una de las viviendas osorninas.

Mientras en la única radio emisora “Radio Sago de Osorno”, se escuchaba música chilena, cuecas y tonadas, interpretadas por conjuntos folclóricos de la época.

Llegada la esperada instancia patriótica marcial, por la calle O’Higgins, veíamos entonces pasar a las fuerzas armadas encabezando la marcha las tropas del ejército del Regimiento Arauco, fuerzas de Carabineros, y los infaltables lustrabotas organizados y dirigido por un ilustre carabinero, cuyo nombre no recuerdo.

Como era habitual se acumulaba gran parte de la población de Osorno, muchos llegaban al lugar provenientes de las distintas zonas urbanas y rurales de Osorno, entre ellas de los lugares de San Juan de la Costa, Barros Blanco, Puyehue, Puerto Octay, Rio Negro, Purranque, por el sur y por el norte Rio Bueno, La Unión y todas las localidades del ámbito campesino.

Una vez iniciado el acostumbrado desfile, recuerdo que mi padre me levantaba y me subía sobre sus hombros para que yo, siendo un niño de tres o cuatro años, pudiera ver con cierta comodidad como iban pasando las diferentes delegaciones más representativas de las agrupaciones osorninas.

Recuerdo siempre, con cierta nostalgia, que siempre me llamó mucho la atención, la gallardía que observaba en algunos personaje militares que pasaban erguidos y orgullosos, montados en un brioso caballo de hermoso pelaje y cuidadoso cepillado.

En mi mente de niño, aquello me producía un enorme asombro, deseando dentro de mi insipiente pensamiento infantil, el poder hacer eso algún día cuando fuese adulto.

Una vez pasado el lúcido desfile que duraba aproximadamente un par de horas, con presencia de las autoridades gubernamentales más representativas de la ciudad, la gente se retiraba en orden a sus casas, aunque muchos seguían la celebración, ya sea en sus propias casas o bien, pasando desde muy temprano a las atractivas fondas y ramadas que en esos tiempos se hacían con tanto esmero y espíritu patriótico en distintas partes de la ciudad, en cuyos locales se podía consumir desde muy temprano más de algunas bebidas, refrigerios, empanadas fritas, asados de cordero al palo y otras comidas típicas y obviamente con expendio de algunas bebida alcohólica, entre las cuales obviamente estaba el infaltable vino y la chicha o sidra de manzana. En múltiples locales ubicados en las calles Eleuterio Ramírez, Los Carrera y Errazuriz por el centro, Patricio Lynch por el oriente y en la avenida o calle República por la zona de Rahue, por el poniente.

Luego, con el transcurrir de las horas, la celebración seguía con mucha algarabía, gran dedicación y entusiasmo, alrededor de la gran plaza de Osorno, rodeada de frondosos árboles, con la existencia de una gran pileta de agua en el centro y el tradicional Odeón que ya en esos tiempos existía, en donde los integrantes de la banda musical del Regimiento Arauco hacia sus retretas musicales, con marchas, himnos y aires marciales de la época.

Al llegar la tarde, de nuevo toda la población osornina se reunía en familia, alrededor de la Plaza de Armas de Osorno, dentro de una periferia que incluía las calles Eleuterio Ramírez por el lado norte, Mackenna por el sur, Avda. Antonio Matta por el oriente y O’Higgins por el poniente, lugar en donde al caer la noche, se esperaban dos grandes eventos esperados por muchos, que eran “los fuegos artificiales o pirotécnicos", que en aquellos tiempos se hacían por toda la ladera poniente de la plaza, muy cerca del monumento a Eleuterio Ramírez (El León de Tarapacá). Evento junto al cual se continuaba la celebración agregando la habitual costumbre de las “Challas”, que consistía en pequeños trozos de papel picado de distintos colores, que los vendedores ambulantes, vendían en sobres y que eran motivo para el galanteo o el piropo físico, que la gente joven usaba para tirarse mutuamente, durante el habitual paseo en círculo dentro de la Plaza de Armas, en direcciones opuestas.

Lamentablemente este hecho que siempre debió ser un acto simpático, grato, alegre y bello, sobre todo entre jóvenes adolescentes, no faltaban ya la acciones incorrectas de muchachos que recogían estas challas desde el suelo y creyendo hacer una gracia, se sumaban a algo que en esencia era simpático se transformaba en un acto vandálico, al tirar estos papeles picados junto a la basura del suelo.

En tal sentido, recuerdo cierta indignación que observé en mis padres, que siendo yo un niño y antes de poder observar los juegos pirotécnicos, no los pude ver, porque me llegó un puñado de mugre, basura en pleno rostro y ojos, evitando poder gozar de ver  los esperados fuegos artificiales.

Pero en fin, era una de las pocas notas negras de esta gran celebración patriótica que vivía mi querida ciudad de Osorno, allá por los años '40 y '50.


Fuente: Omar González Hurtado alonsitogh@gmail.com

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