De ejecutivo en el retail a referente del agro: La historia de Paulo Paillauhueque
Tras una década de exitosa carrera en el sector financiero y de retail, el técnico agrícola e ingeniero de ejecución forestal, Paulo Paillauhueque, decidió abandonar la vida corporativa para volver a sus raíces en Purranque. Motivado por la falta de realización personal y la convicción de que el campo ofrecía un futuro sostenible, transformó un pequeño terreno familiar de 2.000 metros cuadrados en un próspero negocio de hortalizas, aplicando conocimientos de mercado, tecnología y una inquebrantable vocación por la agricultura. Hoy, no solo abastece a la comunidad local, sino que también se ha convertido en un centro de aprendizaje para otros agricultores, compartiendo su experiencia a través de redes sociales y giras técnicas.
La trayectoria de Paulo Paillauhueque es un testimonio de reinvención y perseverancia. Nacido y criado en el seno de una familia campesina de Purranque, su formación académica siempre estuvo ligada a la tierra, primero como técnico agrícola del Liceo Agrícola Vistahermosa y luego como ingeniero de ejecución forestal de la Universidad de Los Lagos. Sin embargo, sus primeros pasos en el mundo laboral fueron frustrantes. Con 17 años y recién egresado, se encontró con la barrera de la falta de experiencia, una realidad que lo empujó a buscar otros horizontes.
Ese desvío lo llevó a una carrera de diez años en el sector del retail y la banca. Comenzó como vendedor de fin de semana y, gracias a su potencial, la empresa invirtió en su capacitación constante, permitiéndole ascender y especializarse en áreas tan diversas como políticas de crédito, seguros, fondos mutuos y cobranza, llegando a ser jefe zonal. “Jamás, nunca, pero digo, hasta aquel entonces había andado en avión. Y a los tres meses te dicen ya, te vas a Santiago, a Ciudad Empresarial, a Capacitación”, recordó Paillauhueque sobre el drástico cambio en su vida.
A pesar del éxito económico y las oportunidades, una sensación de vacío lo acompañaba. “Tú puedes ganar mucho dinero haciendo otras pegas, pero no sacas nada porque no eres feliz”, confesó. La verdadera vocación resurgió durante una cesantía de dos semanas que pasó en el campo de sus padres, una hectárea donde se practicaba la agricultura de subsistencia. Esa breve conexión con la tierra fue suficiente para tomar una decisión radical: dejaría su trabajo para dedicarse a la producción de hortalizas.
Con el conocimiento comercial adquirido, Paillauhueque vio una oportunidad de negocio clara. Solicitó a sus padres un espacio de 2.000 metros cuadrados en el terreno familiar para iniciar su huerta. Aunque su madre se mostró inicialmente reticente, su visión era ambiciosa. “Si tenía una producción de quince lechuguitas mensuales para ti, para tu casa, ¿no? Yo llegué al tiro ahí con trescientas, quinientas al tiro”, explicó, demostrando su mentalidad empresarial.
Para financiar su proyecto, recurrió a fondos concursables de entidades como CORFO y SERCOTEC. Con una estrategia bien definida, logró adjudicarse proyectos por montos significativos, pasando de solicitar 150 mil pesos a obtener financiamiento por 3 millones de pesos para la construcción de invernaderos. Así, llegó a tener seis invernaderos que sumaban casi 750 metros cuadrados de superficie. Sin embargo, la naturaleza le impuso un duro revés cuando un temporal destruyó cuatro de sus estructuras, obligándolo a empezar de nuevo.
Lejos de desanimarse, aplicó la tecnología para optimizar su producción. Implementó sistemas de riego por goteo, uso de compost para mejorar el suelo y aprovechó las redes sociales como principal herramienta de marketing. Creó "combo packs" de verduras que promocionaba en Facebook e Instagram, gestionando un sistema de delivery que le permitió construir una sólida cartera de clientes. Su modelo de negocio se expandió desde la venta en la Feria Libre de Purranque hasta convertirse en proveedor de fruterías locales.
El impacto de su trabajo trascendió lo comercial. A través de la difusión de su día a día en redes sociales, donde mostraba paso a paso cómo instalar un sistema de riego o preparar una cama de cultivo, llamó la atención de instituciones como el INDAP. Pronto, grupos de agricultores de programas como el PDTI y PRODESAL, provenientes de zonas tan lejanas como Toltén, comenzaron a visitar su predio para realizar giras técnicas.
“No les vas a enseñar, vas a compartir tu experiencia”, afirma Paillauhueque sobre su rol como anfitrión, manteniendo una política de "puertas abiertas" para quien desee aprender. Esta labor educativa se conecta con su frustración inicial, buscando ofrecer a las nuevas generaciones las oportunidades que él no tuvo.
De cara al futuro, Paulo Paillauhueque planea seguir innovando con la incorporación de cultivos hidropónicos y verticales. Su historia demuestra que la combinación de conocimiento técnico, visión empresarial y pasión por las raíces puede transformar no solo una vida, sino también inspirar a toda una comunidad. Su reflexión sobre la pandemia de COVID-19 reafirma el valor de su labor: la crisis sanitaria hizo que la ciudadanía volviera a valorar al productor local y la feria libre, un cambio de mentalidad que, asegura, llegó para quedarse.
Fuente información: Rocío Gambra
La trayectoria de Paulo Paillauhueque es un testimonio de reinvención y perseverancia. Nacido y criado en el seno de una familia campesina de Purranque, su formación académica siempre estuvo ligada a la tierra, primero como técnico agrícola del Liceo Agrícola Vistahermosa y luego como ingeniero de ejecución forestal de la Universidad de Los Lagos. Sin embargo, sus primeros pasos en el mundo laboral fueron frustrantes. Con 17 años y recién egresado, se encontró con la barrera de la falta de experiencia, una realidad que lo empujó a buscar otros horizontes.
Ese desvío lo llevó a una carrera de diez años en el sector del retail y la banca. Comenzó como vendedor de fin de semana y, gracias a su potencial, la empresa invirtió en su capacitación constante, permitiéndole ascender y especializarse en áreas tan diversas como políticas de crédito, seguros, fondos mutuos y cobranza, llegando a ser jefe zonal. “Jamás, nunca, pero digo, hasta aquel entonces había andado en avión. Y a los tres meses te dicen ya, te vas a Santiago, a Ciudad Empresarial, a Capacitación”, recordó Paillauhueque sobre el drástico cambio en su vida.
A pesar del éxito económico y las oportunidades, una sensación de vacío lo acompañaba. “Tú puedes ganar mucho dinero haciendo otras pegas, pero no sacas nada porque no eres feliz”, confesó. La verdadera vocación resurgió durante una cesantía de dos semanas que pasó en el campo de sus padres, una hectárea donde se practicaba la agricultura de subsistencia. Esa breve conexión con la tierra fue suficiente para tomar una decisión radical: dejaría su trabajo para dedicarse a la producción de hortalizas.
El nacimiento de un emprendimiento innovador
Con el conocimiento comercial adquirido, Paillauhueque vio una oportunidad de negocio clara. Solicitó a sus padres un espacio de 2.000 metros cuadrados en el terreno familiar para iniciar su huerta. Aunque su madre se mostró inicialmente reticente, su visión era ambiciosa. “Si tenía una producción de quince lechuguitas mensuales para ti, para tu casa, ¿no? Yo llegué al tiro ahí con trescientas, quinientas al tiro”, explicó, demostrando su mentalidad empresarial.
Para financiar su proyecto, recurrió a fondos concursables de entidades como CORFO y SERCOTEC. Con una estrategia bien definida, logró adjudicarse proyectos por montos significativos, pasando de solicitar 150 mil pesos a obtener financiamiento por 3 millones de pesos para la construcción de invernaderos. Así, llegó a tener seis invernaderos que sumaban casi 750 metros cuadrados de superficie. Sin embargo, la naturaleza le impuso un duro revés cuando un temporal destruyó cuatro de sus estructuras, obligándolo a empezar de nuevo.
Lejos de desanimarse, aplicó la tecnología para optimizar su producción. Implementó sistemas de riego por goteo, uso de compost para mejorar el suelo y aprovechó las redes sociales como principal herramienta de marketing. Creó "combo packs" de verduras que promocionaba en Facebook e Instagram, gestionando un sistema de delivery que le permitió construir una sólida cartera de clientes. Su modelo de negocio se expandió desde la venta en la Feria Libre de Purranque hasta convertirse en proveedor de fruterías locales.
Proyección y legado: Un centro de aprendizaje abierto
El impacto de su trabajo trascendió lo comercial. A través de la difusión de su día a día en redes sociales, donde mostraba paso a paso cómo instalar un sistema de riego o preparar una cama de cultivo, llamó la atención de instituciones como el INDAP. Pronto, grupos de agricultores de programas como el PDTI y PRODESAL, provenientes de zonas tan lejanas como Toltén, comenzaron a visitar su predio para realizar giras técnicas.
“No les vas a enseñar, vas a compartir tu experiencia”, afirma Paillauhueque sobre su rol como anfitrión, manteniendo una política de "puertas abiertas" para quien desee aprender. Esta labor educativa se conecta con su frustración inicial, buscando ofrecer a las nuevas generaciones las oportunidades que él no tuvo.
De cara al futuro, Paulo Paillauhueque planea seguir innovando con la incorporación de cultivos hidropónicos y verticales. Su historia demuestra que la combinación de conocimiento técnico, visión empresarial y pasión por las raíces puede transformar no solo una vida, sino también inspirar a toda una comunidad. Su reflexión sobre la pandemia de COVID-19 reafirma el valor de su labor: la crisis sanitaria hizo que la ciudadanía volviera a valorar al productor local y la feria libre, un cambio de mentalidad que, asegura, llegó para quedarse.
Fuente información: Rocío Gambra