El ciclo de la desafección política

Hardy Oyarzo
Señor Director:

En política, pareciera que vivimos en un estado permanente de desafección. Nos hemos acostumbrado a mirar la política con distancia, sospecha y desencanto. Como si fuera un espectáculo ajeno, más que una responsabilidad compartida. Y en ese desapego, buscamos refugio en figuras que prometen ser “de fuera”, “distintas”, “no políticas”. Así, el malestar con la política tradicional nos lleva, paradójicamente, a experimentar con el país.

Zygmunt Bauman, al hablar de la modernidad líquida, describía un tiempo donde nada parece durar: los vínculos, los compromisos, las instituciones e incluso las identidades se disuelven con facilidad. Vivimos relaciones transitorias, también con la política. Ya no creemos en proyectos de largo plazo ni en la construcción colectiva; preferimos soluciones inmediatas, emocionales, de consumo rápido. La política, en ese contexto, se convierte en un producto más: algo que se elige, se usa y se descarta.

En esa lógica líquida, los outsiders emergen como respuestas momentáneas a una ciudadanía que ya no confía en nadie. Pero su irrupción no suele venir acompañada de un proyecto serio o sostenible, sino de slogans pegajosos y promesas imposibles. Surgen así discursos populistas que se apropian de los temas que más nos duelen —como la seguridad—, pero lo hacen sin sustento técnico, sin propuestas concretas y, muchas veces, sin siquiera una estimación de presupuesto.

Nuestra desafección se convierte entonces en un círculo vicioso: al desconfiar de la política, elegimos a quienes se presentan como ajenos a ella; y al hacerlo, debilitamos aún más las instituciones que podrían habernos devuelto la confianza. Experimentamos con Chile, hipotecando nuestro futuro en nombre del desencanto.

Ya lo hicimos antes. En 2021 elegimos un gobierno que prometía grandes transformaciones, pero que no logró pasar de lo simbólico. Luego, un primer proceso constituyente se extravió en delirios maximalistas que destruyeron la posibilidad de una Constitución democrática. El segundo proceso repitió el error, anteponiendo los gustitos ideológicos al sentido de realidad y al pragmatismo político.

Hoy tenemos un desafío mayor: romper este ciclo de desafección que solo genera más desafección. Entender que la política no se regenera negándola, sino reformándola. Que la confianza no se construye con slogans, sino con coherencia, seriedad y responsabilidad.

Bauman decía que, en tiempos líquidos, la tarea más difícil es sostener los compromisos. Quizás, en este Chile líquido, nuestro acto más revolucionario sea precisamente ese: volver a comprometernos. No con los extremos ni con las modas, sino con un proyecto de país que, más que prometer cambios fáciles, nos devuelva la confianza en lo común.

Hardy Oyarzo 

Secretario General Evópoli Los Lagos


Fuente información: hoyarzocs@gmail.com

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