El ninguneo como estrategia: la desconexión moral de la izquierda
Por Hector Zuñiga Gajardo.
El 58,16 % no es un error estadístico ni una anomalía democrática. Es una mayoría clara y legítima que expresó una preferencia política concreta: José Antonio Kast por sobre Jara. Sin embargo, lejos de asumir ese resultado con humildad democrática, una parte importante de la izquierda ha optado por el ninguneo, el insulto y la descalificación moral de millones de ciudadanos.
Hablar de “ignorantes”, “manipulados” o “fachos pobres” para referirse a más de 7 millones 600 mil votantes no solo es una falta de respeto, es una muestra evidente de desconexión con la realidad social del país. La izquierda parece incapaz de aceptar que existe una ciudadanía que, informada y libremente, no comparte su visión ideológica ni su proyecto político.
Esta actitud revela una peligrosa superioridad moral. Desde una supuesta élite ilustrada se juzga al votante común como incapaz de razonar, como si la democracia solo fuese válida cuando el resultado les favorece. Cuando pierden, el problema no es su propuesta, ni su discurso, ni su distancia con las preocupaciones reales de las personas: el problema, según ellos, es la gente.
Ese desprecio constante no hace más que profundizar el rechazo ciudadano. Cada insulto, cada caricatura del votante, cada burla en redes sociales y medios de opinión va erosionando aún más la imagen de una izquierda que dice defender al pueblo, pero que no duda en atacarlo cuando no obedece.
La democracia exige aceptar la diversidad de pensamiento. Exige reconocer que millones de chilenos pueden querer orden, seguridad, crecimiento y un camino distinto al que la izquierda propone. Negar eso no es progresismo, es soberbia.
Si la izquierda quiere recuperar credibilidad, debe empezar por respetar al ciudadano común, dejar de tratarlo como ignorante y asumir que su proyecto no logra convencer a una mayoría. Mientras no lo haga, su discurso moralizante seguirá ensuciando, día a día, la visión que la ciudadanía tiene de ella.
Fuente información: heangajardo@gmail.com
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El 58,16 % no es un error estadístico ni una anomalía democrática. Es una mayoría clara y legítima que expresó una preferencia política concreta: José Antonio Kast por sobre Jara. Sin embargo, lejos de asumir ese resultado con humildad democrática, una parte importante de la izquierda ha optado por el ninguneo, el insulto y la descalificación moral de millones de ciudadanos.
Hablar de “ignorantes”, “manipulados” o “fachos pobres” para referirse a más de 7 millones 600 mil votantes no solo es una falta de respeto, es una muestra evidente de desconexión con la realidad social del país. La izquierda parece incapaz de aceptar que existe una ciudadanía que, informada y libremente, no comparte su visión ideológica ni su proyecto político.
Esta actitud revela una peligrosa superioridad moral. Desde una supuesta élite ilustrada se juzga al votante común como incapaz de razonar, como si la democracia solo fuese válida cuando el resultado les favorece. Cuando pierden, el problema no es su propuesta, ni su discurso, ni su distancia con las preocupaciones reales de las personas: el problema, según ellos, es la gente.
Ese desprecio constante no hace más que profundizar el rechazo ciudadano. Cada insulto, cada caricatura del votante, cada burla en redes sociales y medios de opinión va erosionando aún más la imagen de una izquierda que dice defender al pueblo, pero que no duda en atacarlo cuando no obedece.
La democracia exige aceptar la diversidad de pensamiento. Exige reconocer que millones de chilenos pueden querer orden, seguridad, crecimiento y un camino distinto al que la izquierda propone. Negar eso no es progresismo, es soberbia.
Si la izquierda quiere recuperar credibilidad, debe empezar por respetar al ciudadano común, dejar de tratarlo como ignorante y asumir que su proyecto no logra convencer a una mayoría. Mientras no lo haga, su discurso moralizante seguirá ensuciando, día a día, la visión que la ciudadanía tiene de ella.
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