Ciudad de gratos recuerdos

Por: Hugo Pérez White.

El amor materno aparece en cierta literatura como un mito, pero, cuando este amor ha estado ausente en los afectos de un niño, lo habitual es considerarlo como parte de un sentimiento impulsivo natural de amar y ser amado.

El amor maternal es una experiencia impactante para muchas personas y los insta a reflexionar sobre el tema a pesar de considerarlo una enorme carga emocional que cada ser humano lleva consigo como consecuencia de la impetuosidad del mundo actual, que no nos deja un momento para amar y menos aún para recordar con cariño a los seres queridos que se han ido de nuestro lado resultando complejo darle un espacio temático al amor maternal.

Analizando mi propia experiencia, puedo manifestar que mi madre me dejó al cuidado de sus padres cuando yo tenía cinco meses de vida al decidir irse a trabajar a Puerto Natales, para juntar algún dinero que le permitiese sufragar los gastos que la crianza de un niño implicaba.

Qué doloroso tuvo que haber sido para una joven, alejarse de su hijo recién nacido y emprender rumbo a una ciudad tan lejana y de difícil acceso.

Su viaje fue sin retorno y la muerte la sorprendió súbitamente no pudiendo satisfacer su alegría de madre, de volver a tener a su hijo en sus brazos como seguramente eran sus deseos y de toda madre por lo demás.

Así pasaron los años, extrañando su cariño, siempre guardando en mi memoria, su vago recuerdo esbozado en las conversaciones diarias del núcleo familiar, con una esperanza que algún día nos íbamos a encontrar en alguna parte, porque, necesitaba saber de ella, oler en el aire su perfume de mujer adolescente que vio truncada su vida tan prematuramente.

Suponía que en algún rincón del cementerio de Puerto Natales, podían estar sus restos y un día cualquiera emprendí rumbo al extremo sur a cumplir la triste y a la vez grata misión de encontrarme con ella aunque fuese un breve instante y orar por su alma, fundiéndose ambos deseos en un solo sentimiento de recogimiento y acercamiento espiritual y con resignación mística recorrí cada metro del camposanto sin resultados positivos.

El tiempo había hecho su trabajo y a pesar de ello volvió la tranquilidad a mi espíritu al acompañarla en el silencio lúgubre de un camposanto tétrico en su estructura, pero, luminoso en lo anímico.-

Me alejé lentamente del cementerio y dirigí mis pasos al lado del mar y en un instante de silencio viajé junto a las gaviotas que libremente revoloteaban junto al mar.

Por eso a Puerto Natales, lo guardo en mi corazón, porque en él se hospeda el motivo de mi existencia y me permitió cumplir el gran sueño de mi vida.

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