La generación de la tercera ola ya está aquí

La generación de la tercera ola ya está aquí. Son aquellas personas menores que nosotros que comparten en común una realidad familiar y personal. Son irreverentes, se le califica de insolentes, pero sobre todo nunca se callan. Cuentan con una familia que se extiende a 4 abuelos vivos, alguna bisabuela y les alcanza al menos una tatarabuela. Abuelos jóvenes que cuentan con recursos.

Por otro lado, la generación de padres actuales son los que “aperran” independiente de las condiciones que se dio el momento del embarazo. Son aprehensivos por oposición a la crianza de sus padres, preocupados principalmente de cumplir con funciones de alimentar, cuidar, asistencia a las escuelas.

Toda la tecnología a pesar de que muchos dicen que aísla a las personas, ha producido un efecto diferente, que todos sepan donde están todos y para ello miran su red social. Esto llegó para quedarse.

La inclusión de la mujer en el circuito laboral llevó a que ambos padres se ausenten del hogar por largos períodos creando como consecuencia el llamado “síndrome de la casa vacía”. El nuevo paradigma implicó que muchos niños quedaran a cargo de personas ajenas al hogar o en instituciones. Esta tercerización de la crianza se extendió y naturalizó en muchos hogares. Algunos afortunados todavía pueden contar con sus abuelos para cubrir muchas tareas: la protección, los traslados, la alimentación, el descanso y hasta las consultas médicas.

Los abuelos y abuelas no sólo cuidan, son el tronco de la familia extendida, la que aporta algo que los padres no siempre vislumbran: pertenencia e identidad, factores indispensables en los nuevos brotes. La mayoría de los abuelos siente adoración por sus nietos. Es fácil ver que las fotos de los hijos van siendo reemplazadas por las de estos. Con esta señal, los padres descubren dos verdades: que no están solos en la tarea, y que han entrado en su madurez. El abuelazgo constituye una forma contundente de comprender el paso del tiempo, de aceptar la edad y la esperable vejez. Lejos de apenarse, sienten al mismo tiempo otra certeza que supera a las anteriores: los nietos significan que es posible la inmortalidad.

Porque al ampliar la familia, ellos prolongan los rasgos, los gestos: extienden la vida. La batalla contra la finitud no está perdida, se ilusionan. Los abuelos miran diferente. Como suelen no ver bien, usan los ojos para otras cosas. Los abuelos tienen el tiempo que no pudo dársele a los padres; de alguna manera pueden recuperarlo. Leen libros sin apuro o cuentan historias de cuando ellos eran chicos. Con cada palabra, las raíces se hacen más profundas; la identidad, más probable. Son incomparables cómplices de secretos.

Malcrían profesionalmente porque no tienen que dar cuenta a nadie de sus actos. Consideran, con autoridad, que la memoria es la capacidad de olvidar algunas cosas. Por eso no recuerdan que las mismas gracias de sus nietos las hicieron sus hijos. Pero entonces, no las veían, de tan preocupados que estaban por educarlos. Algunos todavía saben jugar a cosas que no se enchufan. Son personas expertas en disolver angustias cuando, por una discusión de los padres, el niño siente que el mundo se derrumba.La comida que ellos sirven es la más rica; incluso la comprada. Los abuelos huelen siempre a abuelo. No es por el perfume que usan, ellos son así. ¿O no recordamos su aroma para siempre?

Los niños y niñas que tienen abuelos y abuelas están mucho más cerca de la felicidad. Se crían apoyados por todos los adultos a su alrededor y sus abuelos y abuelas son el contacto con la realidad de sus emociones y sentimientos. Somos incondicionales para ellos y ellas. Se hacen dueños muchas veces de nuestro tiempo.

Un día nos vamos, ya que el cuerpo se vence y tenemos la oportunidad de convertirnos en leyenda y existir por generaciones.



Fernando Jorquera
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