Hay que ser inteligentes… pero emocionalmente

Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl - Académico, Escritor e Investigador (PUC-UACh)

“En el mejor de los casos, el coeficiente intelectual parece aportar tan sólo un 20% de los factores determinantes del éxito” (Dr. Daniel Goleman, psicólogo, periodista y escritor).

Tenga usted muy presente, que el hecho de que usted sea una persona con un alto Coeficiente Intelectual (C.I.) no le garantiza en absoluto el éxito profesional. Tanto es así, que el Dr. Daniel Goleman, quien adquirió fama mundial a partir de la publicación de su libro “Inteligencia Emocional”, así como también el Dr. Warren Bennis, quien fuera considerado el gurú del liderazgo de la Universidad de Harvard y un consultor organizacional de fama internacional, afirman, que hoy en día, más importante que tener un alto C.I., la gran ventaja la tienen aquellos sujetos que cuentan con I.E., es decir, que tienen Inteligencia Emocional, enfocada como aquella capacidad que tienen algunas personas no sólo de gestionar y controlar las propias emociones, sino que además, de comprender las emociones del otro, de saber relacionarse positivamente con su equipo de trabajo, de ser capaces de aplicar un liderazgo de tipo flexible y que saben cómo enfrentar y resolver conflictos de buena manera.

Estos son solo algunos de los temas que hemos estado analizando –y revisando con mucha atención– con un grupo de mis estudiantes de postgrado del Magíster en Administración de Empresas (MBA) de la Universidad Austral de Chile en Puerto Montt, en la asignatura “Gestión del Talento Humano”, con una única e importante finalidad: que mis estudiantes desarrollen y aprendan todo cuanto puedan acerca de esta habilidad, de modo tal, que ellos puedan aplicar los conocimientos adquiridos en su labor profesional diaria, realizando su trabajo de una mejor forma y con mejores probabilidades de éxito y aceptación por parte de sus colaboradores, ya que la gran mayoría de estos profesionales que tengo como estudiantes –ingenieros civiles, ingenieros comerciales, abogados, emprendedores, profesores universitarios, etc.– tienen a mucha gente bajo su responsabilidad, tanto del ámbito público como privado y educacional, y la idea de fondo, es hacer las cosas mucho mejor de lo que actualmente la realizan ciertos gerentes y dueños de empresas que no tienen muy desarrollada su Inteligencia Emocional.

Teniendo muy presente los aspectos arriba señalados, la I.E. y la manera en cómo hacemos uso del lenguaje –vista como un medio de intercambio de información significativa– se convierten en factores claves a la hora de alcanzar el éxito profesional, social y personal, al punto que el Dr. Bennis aseguraba que lo “que hacemos, es el resultado directo no sólo de qué y cómo pensamos, sino que también de qué y cómo sentimos”. En este sentido, la I.E. se ha convertido en un importante predictor de la efectividad con la que se desempeñan los individuos, ya sea que se trate del plano organizacional o personal, y se compone de cinco dominios (o factores), que son, justamente, aquellos que propician y sustentan el crecimiento personal y profesional:

1. El autoconocimiento (o autognosis): es decir, la capacidad de reconocer las propias fortalezas y debilidades, así como la identificación de las emociones y el impacto que éstas tienen en el entorno cercano. El sujeto que ha aprendido a conocerse a sí mismo, aprovecha este conocimiento para superar sus debilidades (o defectos) y para fortalecer aún más las virtudes que posee, estando en grado de solicitar ayuda a otros, cuando el sujeto se da cuenta que sus habilidades y competencias personales son insuficientes.

2. Autocontrol: relacionado directamente con el manejo y control de impulsos (o control emocional), lo que a su vez, facilita la autogestión personal, donde la integridad del sujeto, así como su coherencia y escrupulosidad en el actuar, le permiten el reconocimiento de los propios errores, así como el reconocimiento del éxito ajeno.

3. Automotivación: el sujeto está en condiciones de “movilizarse” por intermedio de su propia fuerza interna y voluntad, siendo innecesaria la intervención de terceros para que el sujeto con I.E. actúe, por cuanto, lo que mueve a esta persona es su pasión y su deseo de avanzar, crecer, aprender y progresar.

4. La empatía (o conciencia de otros): se manifiesta en la escucha activa en relación con “el otro”, así como en el hecho de estar consciente de la necesidad de generar y construir redes de confianza con los demás, que favorezcan la toma de decisiones. La persona empática es capaz de crear un clima acogedor y de confianza que permite al otro mostrarse tal cual es, especialmente, cuando acude en busca de ayuda y apoyo.

5. Capacidad para relacionarse e interactuar con otros: aquí es donde se despliegan las habilidades de liderazgo y se gestionan las relaciones interpersonales con los integrantes del equipo de trabajo, proceso que permite movilizar y conducir a las personas, con el objetivo final de superar obstáculos y desafíos.

Todo lo anterior, permite aquilatar el gran impacto que tiene la I.E. al momento de enfrentar conflictos y frustraciones, ya que el conjunto de habilidades que se ponen en marcha marcan la diferencia en relación con el éxito o el fracaso de toda gestión. La razón es muy simple: la efectividad personal no está dada sólo –o exclusivamente– por las competencias técnicas que posee el sujeto para enfrentar determinadas situaciones laborales, sociales o familiares, sino que son las “competencias socioemocionales” las que marcan la diferencia entre un sujeto que tiene éxito, de otro que fracasa.

Digamos finalmente, que quienes poseen un elevado nivel de I.E., están en condiciones de:

Reconocer y gestionar de manera positiva aquellas emociones que surgen en el grupo (o equipo) humano, como consecuencia de una situación de conflicto.

Identificar la funcionalidad o disfuncionalidad de una determinada emoción, y evaluar si dicha emoción estará en grado de resolver una situación de conflicto que haya surgido entre las personas.

En función de todo lo anterior, la persona es capaz de rediseñar el espacio emocional en el cual se mueven los integrantes del equipo, de manera tal, de propiciar un ambiente constructivo y de confianza hacia el otro, con la finalidad de resolver el problema que los afecta.

Para solucionar los posibles conflictos, la persona está en condiciones de generar un diálogo abierto, donde están presentes los siguientes elementos: (a) claridad acerca de quién pide –u ofrece– qué cosa a quién, (b) qué se pide y por qué razón se pide, (c) cuáles serán las condiciones de satisfacción, así como los requisitos de satisfacción para el sujeto, y (d) el establecimiento de un plazo definido, con el objetivo de dar cabal cumplimiento a los compromisos que se hayan acordado.


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