La ética en la política y el servicio público

Soborno

Por Fredy H. Wömpner G. | Economista | Dir. Instituto Humanismo Cristiano

En los últimos años es visto con cierta frecuencia la ocurrencia de casos cuestionables desde el punto de vista ético, en nuestro sistema político e institucional. Así hemos conocido los hechos de los casos Inverlink, Penta, MOP-GATE, Caval, Carabineros, Ejército, Corte de Rancagua, entre otros tantos más, los que han calado hondo en la confianza de los electores hacia nuestros dirigentes y autoridades, por lo que la actividad política parece estar cada vez más desacreditada y cuestionada.

La relación entre la ética y la política ha sido siempre un tema inevitable por una razón esencial: ambas, al menos en su sentido filosófico y desde su propia identidad, tienden al mismo fin: el bien común. En ese sentido podríamos afirmar que Ética y política son o deberían ser, los ojos de un mismo rostro; la política no puede operar acertadamente sin la ética. En la cultura clásica romana, de aquellos que ejercían la política con ética, se decía que tenían “decorum”; tener “decorum” era garantía de ser un político honesto, discreto y que actuaría de manera correcta y justa. En su obra Vidas Paralelas afirmaba Plutarco que “el hombre es la más cruel de todas las fieras, cuando a las pasiones se une el poder sin virtud”.

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Si la inestabilidad, el reproche y el enfrentamiento se están convirtiendo en normalidad en nuestra clase política, la obligación de los políticos serios y responsables, éticamente honestos, consiste en generar estabilidad y tranquilidad en la sociedad. Cuando individuos sin ética ocupan cargos públicos son ellos quienes corrompen el poder que ejercen al hacer un uso indebido de él. Al respecto la política puede ser la más noble de las tareas; pero es susceptible, al alejarse de la ética, de ser el más vil de los oficios. Con la autoridad de siglos, es bueno recordar las palabras del sabio Confucio sobre la manera de actuar de un buen gobernante, necesaria lección para quien desea seguir una carrera política:
“El gobernante se haya obligado, sobre todo, a perfeccionar su inteligencia y su carácter para conseguir la virtud; si obtiene la virtud recibirá el afecto del pueblo; si goza del afecto del pueblo, su poder se extenderá por toda la región; si ha adquirido el poder sobre la región, le resultará fácil alcanzar la prosperidad del Estado”.

Actualmente la confianza de la ciudadanía en la política y en los políticos desciende cada día; pierden credibilidad y, en consecuencia, se confía también poco en el funcionamiento de las instituciones, lo cual representa un gran riesgo de menoscabar lo importantes avances que se han logrado en términos de participación democrática, derechos ciudadanos y legitimización de nuestro sistema político.

Esta necesidad de la ética en la política ha sido también proclamada por el papa Francisco, durante su visita pastoral a Cesena y Bolonia. Ahí, el obispo de Roma habló de la “buena política”, del “buen político”, y de “buena ciudadanía”.

La primera es definida desde el contraste y proponiendo con firmeza que la política no debe ser cautiva de las ambiciones individuales o de la prepotencia de grupos o centros de poder. La buena política es la que no es sierva ni patrona, sino amiga y colaboradora; no temerosa o imprudente, sino responsable y, por lo tanto, valiente y prudente; que aumenta la participación de las personas, su inclusión y participación progresiva; que no deja al margen a determinadas categorías, que no saquea ni contamina los recursos naturales. Es una política que puede armonizar las aspiraciones legítimas de individuos y grupos manteniendo el timón firme en el interés de toda la ciudadanía.

La segunda tiene como destinatarios primeros a los jóvenes, a quienes se les exhorta a involucrarse para que la política retome las aspiraciones ciudadanas más urgentes e importantes.

De esta forma un buen político es el que asume desde el principio la perspectiva del bien común y rechaza cualquier forma, por mínima que sea, de corrupción. El buen político lleva su propia cruz cuando debe dejar tantas veces sus ideas personales para tomar las iniciativas de los demás y armonizarlas, acomunarlas, para que efectivamente sea el bien común el que salga adelante. Y cuando el político se equivoca, que tenga la grandeza de ánimo para decir: ´Me he equivocado´.

Ahora bien, la presencia de la ética en la política no puede lograrse sin la participación ciudadana. Y para que esta sea calificada y tenga incidencia social, requiere de ciudadanos y ciudadanas que no sólo estén atentos a las cuestiones públicas, sino también dispuestos a participar en los distintos ámbitos de la sociedad civil de forma crítica, consciente y comprometida. En esta línea el Papa Francisco hace los siguientes llamados a quienes podríamos considerar como “buena ciudadanía”:
“De ella se espera que exijan de los protagonistas de la vida pública coherencia de compromiso, preparación, rectitud moral, iniciativa, longanimidad, paciencia y fortaleza para afrontar los desafíos de hoy”
Actualmente existe la percepción de que la política ha dejado de ser una instancia de configuración del cambio para pasar a ser un lugar en el que se administra un statuo quo o se protegen los interés de algunos grupos de poder, al respecto el Papa Francisco hace la siguiente reflexión acompañada de sus respectivos retos:

En los últimos años, la política parece retroceder frente a la agresión y la omnipresencia de otras formas de poder, como la financiera y la mediática. Es necesario relanzar los derechos de la buena política, su independencia, su capacidad específica de servir al bien público, de actuar de tal manera que disminuya las desigualdades, promueva el bienestar de las familias con medidas concretas, de proporcionar un marco sólido de derechos y deberes –equilibrar unos y otros— y de hacerlos eficaces para todos.

Todo lo anterior apunta a fortalecer la dimensión ética de la política. A entenderla como servicio al prójimo y a la sociedad. Por lo que necesitamos una democracia de calidad, un marco ético, capaz de estimular la responsabilidad social y la buena educación. Lo que más desanima a los ciudadanos no es que se enriquezcan los políticos, sino que de paso, también la ciudadanía caiga en el escepticismo, se dedique en exclusivamente a su propia vida y no le importe el “servicio público”. Por lo que urge dignificar la política y rescatar su verdadero y original significado. Necesitamos políticos que les importe menos el poder y mucho más lo qué piensan, quieren y les conviene a los ciudadanos.

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