El abuso como forma de relación social

Eduardo Barahona
Por Eduardo Javier Barahona Kompatzki, Psicólogo - Magíster.

En una masa, todo sentimiento, todo acto es contagioso (…) El individuo, sumergido durante cierto tiempo en el seno de una masa actuante, cae muy pronto (…) es una situación particular, que se aproxima mucho al estado de fascinación del hipnotizado en manos de su hipnotizador. Gustave Le Bon, 1895

Es imposible quedar ajeno a todo aquello que brota hoy en día en nuestro país. Un estallido que refleja un desgaste y abuso emocional que ha durado treinta años. El paso hacia la democracia, la recaptura del modelo capitalista y la lógica de lograr consensos entre ambos sectores políticos nos auguraba ser libres e iguales, al menos en teoría, para desenvolvernos en sociedad. Se mantenía la legítima esperanza de ingresar al intercambiando bienes, adquiriendo y proveyendo servicios o proyectos, o, simplemente, interactuando unos con otros, compartiendo nuestros sueños y desafíos bajo una lógica de trabajo comunitario.

Había esperanza en el progreso de nuestro país a partir de la libertad de las personas. Sin embargo, a treinta años de ir recibiendo en su mayoría migajas, la espera emocional generó un desgaste psíquico evidente, entendible y amparable en cualquier persona. Cual volcán sin previo aviso, pero si con señales claras -revisemos lo que la OCDE en 2015 nos recomendaba desde sus principales hallazgos-, hace erupción hoy el eco de los postergados, de los que sobran, de los que confiamos, lucharon, trabajaron y sintonizaron con los consensos por el bien mayor que nos ofrecieron, y que, al no cumplirse -al no soportar más la espera-, las emociones se transformaron a rabia, rencor, insatisfacción, fractura, escisión, desesperanza y pérdida.

Imposible no recordar a mi viejo que con sus sueños, tiempos e ideales abrigó, abrazó y trabajó por y para todos la vuelta a la democracia (también yo toqué la olla en más de alguna oportunidad); entendió lo que se proyectaba, se situó y alineó con el Chile la alegría ya viene, pero, en lo que esperó se lo consumió el letargo, el infortunio, la desazón… el desgaste. ¿Dónde está SU alegría a lo que un día se le prometió? Hoy, al sonar la nota final, en un gesto de franqueza y de profunda humildad hay que concebir que el añorado rey del rock and roll ha terminado su acto, el jaguar se ha ido al fundamento.

Rousseau en su obra “El contrato social” plantea que la sociedad no es obra de Dios, sino resultado de la voluntad del ser humano; así como también dice que el problema está en conciliar la obediencia, el orden y la autoridad, todas estas con la libertad, anhelo inalienable de los individuos. Para el autor, la sociedad es algo malo en sí mismo al fomentar la desigualdad entre los seres humanos, de que es ella la que corrompe al individuo. Sin embargo, Rousseau confía en el estado natural de bondad del ser humano y afirma, que la perversión no es algo inherente al individuo, sino que esta reside en quienes los gobiernan, que son ellos quienes provocan una mala relación entre individuo y sociedad. Esta mala relación (entre la triada individuo-gobernantes-sociedad) genera, en su punto máximo: manifestaciones, respuestas contestatarias, movilizaciones, insatisfacción, aglomeraciones, donde en todas ellas se pierden las características individuales emergiendo las experiencias subjetivas.

Desde el Psicoanálisis, sujeto e individuo no son entidades homologables. El sujeto es un sujeto insatisfecho… en falta. Desde esta visión, hemos vivido en falta con la esperanza de volver a sentirnos únicos, completos, enteros, indivisibles. En esto, como errantes caminantes, nuestras vidas buscan incansablemente sentirse satisfechas… ser felices. En una sencilla pregunta para bajar esta idea, pregúntese usted: si nos sintiéramos completos, dichosos, enteros, satisfechos en todo momento, ¿Para qué vivir?, ser feliz, ¿no es un estado de plenitud al que aspiramos día a día donde hay justificados casos de que no lo alcanzamos?

Es la subjetividad -nuestra falta- la que ha aparecido en nuestro país en estos días, aquella cuestión más propia de nuestra insatisfacción, nuestra pulsión -fuerza, energía- desbordada que no a encontrando objeto (Instituciones) donde dirigirse y/o que le permitan regularla, por tanto, su propósito, (satisfacción-disminución de tensión) sigue en causa. Esta experiencia subjetiva en manifestaciones o expresiones colectivas, genera y/o construye una especie de alma colectiva (busca un lugar donde satisfacerse o disminuir su energía), entidad que les hace sentir, pensar y actuar de un modo completamente distinto de como lo haría cada uno de nosotros por separado.

Diría Sigmund Freud: “…en la esencia del alma colectiva existen también relaciones amorosas (o para emplear una expresión neutra, lazos afectivos) … cuando el individuo englobado en una masa renuncia a todo lo que le es personal y se deja sugestionar por los otros, experimenta la impresión de que lo hace por sentir en él la necesidad de hallarse de acuerdo con ellos y no en oposición a ellos, eso es, por “amor a los demás”. Es cierto, estamos descontentos, desilusionados, decepcionados. Hemos sido humillados y varias veces hemos puesto la otra mejilla. Las bondades de nuestro sistema siempre han sido de pocos. Las instituciones que abrigaron el evento de canalizar nuestros sueños y anhelos, con su mejor esfuerzo, no han estado a la altura, sean estos: Los gobiernos de treinta años, ministros, políticos, fuerzas públicas y de orden, alcaldes ni la de siempre, nuestra esperanzadora Iglesia. Todas han sido sino cuestionadas, sancionadas o bullosamente descubiertas, precisamente, por lo que hoy rebalsa: sentirnos abusados.

Permítanme dar algunos ejemplos:

a) Hasta hace no muchos años se le catalogó de delincuente a un joven que, por necesidad, vendía discos piratas en la calle, este terminó en la cárcel y en ella muerto por los precarios sistemas de seguridad de la misma. Jamás se ha ocupada similar concepto y determinación para referirse a los delincuentes reales, esos de cuello y corbata, como son -sólo por nombrar a algunos- Délano y Lavín (caso Penta) quienes evadieron impuestos sobre los 800.000.000 millones cada uno, condenándolos a 4 años de libertad vigilada en la comodidad de sus hogares.

b) Hoy, se les cataloga de delincuentes a quienes evaden un pasaje de metro o micro, en muchos casos no por el mero hecho de adulterar el sistema, sino, simplemente, porque el dinero no les alcanza. No con los mismos conceptos, ante la pérdidas de dineros fiscales que tendrá dicha evasión del metro se les trata a los casos “Paco o Milicogate”. En el primero, una malversación de caudales públicos sobre los 28.348 millones de pesos. En el segundo, un fraude y derivación de fondos obtenidos desde la ley reservada del cobre sobre los 1.300.00.000 millones, incluso de habla de sobre los 200 millones de dólares… para que hablar del financiamiento político en los casos SQM que terminó en un “acto de paz y no nos investiguemos” entre los mismos a quienes nosotros hemos elegido. De esto nos hemos cansado, ante ellos se releva nuestra subjetividad, ¿Por qué se les sanciona a algunos y a otros se les piden clases de ética o se mueven a los fiscales cuando están llegando al asunto?

c) Poco tiempo atrás se les tildaba de oportunistas, aprovechadores u “hombres de poca fe” a quien denunciaba delitos de abuso sexual, de poder o de consciencia a quienes que, con verdad, dolor y roturas personales iban tras las congregaciones, sacerdotes o laicos encubridores. Se les callaba, se acordaba con la prensa emitir otra información, se les sobornada o simplemente se les mentían a las investigaciones canónicas. A estos hombres y mujeres ya violentados se les obligaba a pasar por un tedioso (para no ocupar lo que era, una violación a los derechos humanos, una tortura) escarnio privado, luego público, y como no, de profundo cuestionamiento personal.

Tras todo el escarnio privado y luego público que sufrieron, por ejemplo, James Hamilton, José Andrés Murillo, Juan Carlos Cruz, Fernando Batlle, Verónica Miranda, entre otros, las violaciones a sus derechos humanos, del abuso al cual fueron expuesto, no se ve con las mismas fuerzas que la justicia actué de oficio y sancionando al el Señor Leonardo Valdivieso, juez quien tomó el caso -tras haber caído en una trampa el correcto fiscal Xavier Amendáriz cuando quería llegar más a fondo en el bullado caso Karadima- dónde, el Señor Valdivieso obstaculizo, retrasado y detuvo la correcta investigación contra Fernando Karadima y su clan. Pero, como el mundo es redondo, no contaban con la gracia, la ética y el cuidado de la labor, en la Ministra Jessica González y la Fiscal Loreto Gutiérrez quienes consiguiendo reabrir el caso y conocer lo que ya todos sabemos.

No vemos como en los casos de Helmut Kramer, Alejandro Abarzúa, Allan Pineda, entre muchos otros, la justicia vaya a paso firme, dispuesto y sin miedo a sancionar, condenar y encarcelar a aquellos jesuitas y su mundo laico que hay encubierto los abusos sexuales, de poder y de conciencia de los sacerdotes Poblete, Leturia, Ibacache, entre tantos, tantos otros.

Salvo contadas excepciones no vemos -permítame a usted incluirlo- del mundo clerical, real acogida del mensaje, basta leer las últimas declaraciones del Señor Chomalí. De estos también estamos cansados.

Si hay un descontento, entonces, entre muchas otras cosas, desde mi perspectiva se encuentran en un mismo punto: los abusos, dichas, generan un estallido emocional. Ante esta serie de injusticias, sostenidos por tanto tiempo, nuestros sentimientos se han polarizado hacia lo negativo transformando la alegría, el amor, la empatía en miedo, rabia y odio.

Siguiendo a Rousseau, pues también confío en la bondad del ser humano, invito a que ese odio se transforme en algo movilizador, de empuje, de fuerza. Que esa rabia, ese odio se transforme en indignación ya que esta busca reconstruir la dignidad. Entonces, cuidando el preciado bien que es la democracia no construir un nuevo pacto social, sino más bien, un nuevo trato social desde un diálogo fecundo y constructivo. Aquí la clase política está al debe y es quien debe dar la cara para devolvernos a nosotros, los ciudadanos, el Estado y somos nosotros quién, completamente bien informados vayamos a las urnas en las próximas elecciones.



Fuente de la información: Eduardo Barahona
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