El dedo moralista de moda

El dedo moralista de moda
Por Myriam O, Artista Multidisciplinaria.

Muchos dicen que el mundo va a cambiar, que como por arte de magia después de la pandemia, nos vamos a encontrar con un planeta mejor. El mundo, al que imagino se refieren, está poblado por seres humanos que al mismo tiempo conforman naciones y sociedades, instituciones y agrupaciones más pequeñas. Y sucede que si bien los cambios sólo tienen lugar cuando se gestan en el individuo, veo con estupor que prácticamente nadie parece estar dispuesto a ello, al menos no para bien. Son las bondades y virtudes universales las grandes ausentes, no de los sistemas económicos —como una mitad quiere hacer creer a la otra— sino que brillan por su ausencia en las mismas personas. De hecho, se están haciendo cada vez más habituales las prácticas enjuiciadoras, muy al estilo “inquisición”, frente a la expresión de cualquier idea disidente o pensamiento propio, ocasión en que el ejercicio de la libertad es inmediatamente criticado y abucheado públicamente, como si los inculpadores fueran dueños de la verdad o ángeles caminando sobre la Tierra.

Del mismo modo, hemos sido testigos de un constante desacato a la autoridad y de que las instrucciones dictadas por ella sean motivo de desdén, justo en medio de esta crisis sanitaria. Y ocurre que son estos mismos grupos, que parecieran estar coludidos para llevar intencionalmente al fracaso cualquier estrategia cuyo objetivo sea el bien común, los que apuntan con el dedo moralista de moda, a menudo guiados por ideologías y colectivos políticos o pseudo intelectuales.

Y cómo pretender que su proceder sea distinto, si han estado por siempre enfocados en enjuiciar a otros, concentrados solamente en ideas y conceptos añejos relativos a la posesión de bienes materiales y a lo puramente económico, en una suerte de mantra de “por qué el otro tiene más que yo”. Sí, la misma divisiva y conveniente rencilla que fomenta una convivencia odiosa, además de una imparable delincuencia. Por cierto, este fenómeno se ha acrecentado en gran medida debido a las rutinas reñidas con la ética, y a la escasez de probidad que se ha observado en las esferas del poder político y empresarial. Un ejemplo claro relacionado con este último, es la forma de tratar a los empleados ante el reajuste del funcionamiento de las empresas en momentos críticos como los actuales.




Pero infelizmente, la dura realidad es que los reclamantes no ofrecen una alternativa mejor, muy por el contrario, si consideramos los hechos de violencia gratuita y su disposición destructiva. Entonces cabe aquí preguntarse, si quienes apuntan tan raudos con el dedo son los nuevos paladines de la verdad y la moral. O aún peor ¿será que quizás se deben a amos siniestros solo por ellos conocidos, que los guían por nuevos y torcidos parámetros del bien? Porque si por su actuar fuera, pareciera que aún viviéramos en tiempos bíblicos o al menos medievales, durante los cuales la lapidación y quema de libros eran entretención diaria.

Es mi opinión que para estar en posición de exigir, hay que estar dispuestos a dar. Sin embargo, quienes esgrimen acusaciones a diestra y siniestra ¿son ellos mismos seres íntegros y honestos, capaces de comportarse como tal?

El fin de las civilizaciones ha estado ligado históricamente a la ruina intelectual, moral y espiritual de quienes las integran, al egoísmo partidario y a la pérdida del sentido de unidad. Esta decadencia está a todas luces presente en el comportamiento humano que observamos actualmente en nuestro país, para desgracia de todos. Hasta el punto de cuestionarme si la bondad, el amor y respeto por la vida son anhelos exclusivos de una minoría silente.

Por lo tanto, si deseamos un mundo mejor para nosotros y nuestra descendencia, este no ha de ser construido sobre el juicio y críticas al otro, sino que partiendo hoy mismo con un cambio de conducta personal. Así este enmendar el rumbo se propagará gradualmente a nuestros semejantes. A esta nueva forma de conducirnos en sociedad, es perentorio incorporar desde un principio el concepto de responsabilidad, el respeto por el prójimo, nuestro entorno y el obrar bien, haciendo el bien.

En otras palabras, ser capaces de discriminar entre el bien y el mal, lo correcto e incorrecto, anteponiendo el bien común, transformando nuestras vidas en un camino de superación. En fin, un retorno definitivo a la valoración de la integridad moral y ética, ya sea por medio de un canon espiritual o, como diría Immanuel Kant, encontrando en la razón la fuente de la moral.

“Dos cosas llenan mi mente de creciente admiración y renovado asombro cuanto más frecuente y firmemente reflexiono sobre ellas: los cielos estrellados encima de mí y la ley moral dentro de mí.”, Crítica de la razón pura (1781), I. Kant.


Fuente de la información: Myriam O, Artista Multidisciplinaria.
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