¿Qué puedo hacer con los familiares que se vuelven tóxicos?

Familiares que se vuelven tóxicos
Por el Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl - Académico, escritor e investigador (PUC-UACh)



Clínica Alemana

Cuando una persona busca el significado de la palabra “tóxico” se encuentra con la siguiente explicación: “sustancia venenosa que puede causar trastornos y/o la muerte como consecuencia de los efectos que tiene sobre las personas”. Ahora bien, si ampliamos la palabra y buscamos las implicancias que tiene el concepto “persona tóxica”, el resultado final no resulta ser muy diferente de la anterior definición, por cuanto, la persona tóxica –familiares, (pseudo)amigos, jefes– hace referencia a aquellos sujetos que afectan directa, severa y negativamente a sus más cercanos, debido, entre otros aspectos, a su personalidad inestable, egocéntrica, narcisista y manipuladora.

De acuerdo con la psicóloga española Raquel Aldana, las personas tóxicas muestran patrones de comportamiento que son típicos y característicos de los individuos egocéntricos, tal como es el caso de aquellos individuos que son poco empáticos en relación a lo que sienten o piensan los demás, siendo sujetos que, a menudo, se presentan como las “pobres víctimas” de una relación, sea ésta de tipo familiar o de amistad. Son personas frías, calculadoras, distantes, mentirosas, manipuladoras que inundan el ambiente –o la relación interpersonal– con emociones negativas y destructivas, intentando proyectar su propio rencor, odio, frustración o resentimiento en los demás, ya sea de manera abierta o encubierta.

De ahí la gran importancia que tiene el hecho de verificar –y detectar– quién es la persona que tenemos frente a nosotros, y si es que es necesario alejarse lo antes posible de este tipo de sujetos, por cuanto, son individuos que nos hacen sentir mal y cuya compañía –o relación– puede llegar a influir –más de lo que nosotros suponemos o queremos creer– en nuestra salud y bienestar, provocando desconcierto, ansiedad, agotamiento, dolores de cabeza, depresión, trastornos del ánimo, trastornos del sueño y muchas otras dolencias que pueden terminar, incluso, en ideaciones suicidas.

Lo primero que uno debe tener muy presente, es que no está en nuestro poder –ni tampoco es nuestro deber o responsabilidad– intentar hacerlos cambiar, ya que las respuestas que se reciben cuando uno intenta hacerlo, son siempre las mismas: “¡Es que tú no me comprendes!”, “¡Es que tú no quieres entender!”, “¡Es que tú no sabes nada!”.

En ocasiones, lo mejor que una persona puede hacer para no empeorar las cosas, es mantener una distancia saludable o, simplemente, alejarse del sujeto tóxico, sin que importe mucho de quién se trate, ya que el más perjudicado será siempre aquél que busca el “abuenamiento” a través del diálogo y del acercarse al otro. El grave problema, es que con este tipo de personas el diálogo, simplemente, no existe, ya que son individuos incapaces de escuchar o de respetar y prestar atención al otro, corriéndose el riesgo que el sujeto tóxico tergiverse las cosas a su gusto y transforme el diálogo en un eterno monólogo imposible de romper y que está lleno de quejas, recriminaciones y acusaciones, a menos que uno esté dispuesto a enfrentar al sujeto tóxico y, en palabras coloquiales, “pararle el carro” de una vez por todas, poniéndose firme y elevando el tono de voz, si fuera necesario.

Las personas deben saber que no es la “sangre” lo que te hace o te convierte en familia, sino que es el respeto, la confianza, el cariño, el amor, el compromiso con el otro, lo que crea y le da forma al vínculo familiar. Por lo tanto, la recomendación es una sola: si no existe lo anterior, entonces no hay que tener miedo a cortar las relaciones familiares, cuyo veneno te puede terminar enfermando, e incluso, matando.

Las personas deben tener muy en cuenta, que nadie –ni siquiera los propios familiares cercanos– tienen el derecho a atentar en contra de nuestra estabilidad física, mental o emocional, dado que su egocentrismo, su negatividad, su eterno papel de víctimas, su falta de empatía y de deferencia, su resentimiento y rencor contaminan y coartan toda posibilidad de encuentro (o de reencuentro) con el otro.

Hay que tener presente, que a menudo, es uno mismo el que debe velar por su propio bien y es el principal responsable de buscar el sendero hacia el bienestar, la tranquilidad y la felicidad, por cuanto, puede suceder que un familiar –padre, madre, hijo(a), hermano(a)– puede provocar mucho más daño que un sujeto extraño. Las personas deben quitarse –o eliminar– el hábito de repetir en forma ritual –o como loros– “es que es tu hermano(a)”, “es que sigue siendo tu mamá”, “es que es tu sangre”, etc.

Las personas tóxicas son tóxicas, sin que importe mucho –o que haga una gran diferencia–, si es que se trata de un familiar cercano que se ha vuelto venenoso. En este sentido, la persona tiene permitido –y está en todo su derecho– de alejarse de aquellos individuos que no tienen ningún reparo o cuidado en lastimarte.

Por ahí se dice que hay familias tan tóxicas y venenosas, que es mejor cortar los vínculos y alejarse para siempre, con el objetivo de poder respirar libremente y ser todo cuanto la persona quiere ser. Lo anterior significa, que dicha persona debe cuidar mucho su autoestima y quererse lo suficiente a sí misma, de modo tal, de no permitir jamás que nadie la maltrate, ni siquiera si es que se trata de su propia familia, sea que hablemos del papá, la mamá, la hermana, un hijo, un tío o un abuelo(a).

Digamos finalmente, que el pariente tóxico tiende a aparecer ante personas que son ajenas a la familia, como sujetos encantadores, simpáticos, serviciales, gentiles, de fácil risa (que es falsa), etc., es decir, aparecen como verdaderos camaleones y embaucadores profesionales. En rigor, son sujetos que tienden a engañar con palabras, gestos y cantos de sirenas a los de “afuera”, pero una vez que los extraños o que las personas ajenas a la familia se han ido, entonces surge el verdadero yo de estos sujetos tóxicos con sus manipulaciones, sus distintos roles de “pobre víctima”, sus rencores, odios y resentimientos acumulados, en un círculo vicioso difícil de romper.

Un último recordatorio –y grábelo bien en su cerebro–: aquél supuesto “familiar” que habla mal a sus espaldas y con gente que nada tiene que ver con la familia, simplemente… no es familia.

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