El valor de una Madre

Ximena Acuña
Por Ximena Acuña

No recuerdo cuántas veces escuché frases como “cuando seas madre, comprenderás”. Tampoco cuántas veces escuché a mi madre argumentar que le “dolía el estómago”, cuando lo que sentía era cansancio. ¡Y claro! Cuánta razón detrás de un par de simples frases… porque sólo cuando fui madre, lo entendí.

A un año del inicio de la pandemia, no puedo dejar de empatizar con todas aquellas madres que se quedaron encerradas junto a sus familias. Unas, cuidando a sus hijos; otras, la vejez de sus padres. Multiplicándose. Transformándose en malabaristas de la vida. Expertas en higiene y sanitización del hogar. Aprendiendo de medicina. Oficiando la docencia. Haciendo de las mascarillas un accesorio imperioso en sus vidas. Y me resisto a pensar en las que con menor suerte, por razones sociales y económicas, quedaron expuestas y desamparadas frente al maltrato…


Me imagino cuántas madres de este país, cansadas física y emocionalmente, esperan ansiosas caiga la noche y que sus niños duerman, pues el plato de sopa que preparó al medio día, permanece frío sobre la mesa, esperando por ella. Y con razón, si cargaron con una irreproducible jornada de responsabilidades familiares y sociales. Dignas de admirar. Y al fin, cuando llega la noche y descansa su cabeza sobre la almohada e intenta cerrar sus ojos, recuerda que olvidó la tarea de uno de sus hijos. A lo mejor incluso, la culpa no le deje dormir. Injusto, ¿no? 

La madre de hoy carga un compromiso inmenso sobre sus hombros: la de ser mujer, esposa, amiga, trabajadora, debe ser y al mismo tiempo parecer. Ser siempre la mejor en todo.

Oí frases como: “arregla tu cabello. Maquilla esas ojeras. Debes lucir perfecta”. ¿Y a quién le importa si te duelen los pies por llevar zapatos altos? También escuché: “siéntate como señorita” espalda erguida, piernas juntas… ¿Acaso cumplir estas reglas te convertirían en mejor persona…? 

La lista sigue: debes ocuparte de la comida, del mercado. Debes ser psicóloga, porque es tu responsabilidad cuidar la estabilidad emocional familiar, especialmente porque tus niños hace un año que no sociabilizan con otros. Tampoco olvides lavar la ropa, de lo contrario, la acumulación al día siguiente te la cobrará. Y bueno, la mujer del sur no puede no saber usar un hacha, porque con ella fabricará las astillas que secarán su ropa.

Las que tele trabajan, tienen aún menos suerte, creo. Y digo menos, porque a ellas les toca no sólo estar disponibles frente a la pantalla, sino también sufrir al escuchar a sus hijos golpear la puerta porque que no conciben tener a la mamá en casa, sin poder estar junto a ella. Difícil tarea, ¿verdad?

Hay otras que nunca se les ha reconocido, porque desde siempre han sido castigadas con salarios paupérrimos. Tenemos los planes de isapre más caros por el sólo hecho de cargar un útero. Incluso para aquellas que no quieren ser madre. Siempre lidiando con el limitado acceso al mercado laboral. Y a lo mejor tu suerte fue distinta, y encontraste un jefe que entiende que los niños se enferman. Pero si no tuviste esa fortuna, deberás soportar al que te contrató y hoy se arrepiente porque te irás con post natal.

Qué decir de las amas de casa. A ellas les surge una última condición de menoscabo cuando el sistema previsional “las castiga” por haber sostenido inactividad laboral durante largos periodos y por tener una mayor esperanza de vida que los hombres. Cuando no hiciste más que trabajar sin descanso, sin reconocimiento. Y me pregunto ¿es justo cargar con esa cruz hasta el último día de nuestras vidas? Yo estoy segura que tenemos oportunidades. Que los cambios son hoy y podemos darle un giro a nuestras vidas. Que debemos seguir creyendo y luchando por una sociedad más igualitaria. ¡Por nada tranzaré mis esperanzas!

El cambio ya empezó. Y nuestros hijos y nietos son los que tienen la misión de generar espacios más inclusivos donde la brecha entre hombres y mujeres comience a disminuir. ¡Eduquémoslos!

Comparto con ustedes este inquietante sentimiento, porque a veces es difícil ponerse en el lugar del otro. A veces vamos tan apresurados, que ni siquiera nos detenemos para respirar tranquilos. A mí la vida me enseñó que ser mujer es un regalo maravilloso. Yo siempre tuve el mejor ejemplo de mujer: mi madre. De ella aprendí mucho. Y también aprendí que cuando una mujer llora por dolor de estómago, debo detenerme, mirarla y entenderla, porque a lo mejor no es su estómago, sino el cansancio que la ha vencido.
 

Comunicado de Prensa / Fuente: Oficina comunicaciones - Carmen Valenzuela Chelén
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