¿Tendremos derecho a cambiar de opinión?

Guido Asencio Gallard
Por Guido Asencio Gallard. Académico.

La pregunta del título, corresponde a una de las más frecuentes que muchas personas se hacen, frente a la evolución de sus propias vidas, en este caso la trasladaremos al mundo de los políticos, líderes o dirigentes de cualquier institución donde se tomen decisiones que tienen repercusión en sus liderados.

Uno de los argumentos más sólidos sobre el derecho a cambiar de opinión se encuentra en la consideración sobre la vivencia y/o experiencia, puesto que en la forma en que vamos teniendo más conocimientos podemos mejorar la argumentación de un mismo tema o fenómeno, trabajado por un tiempo considerado como relativo, porque no depende de la cantidad, sino que del impacto que genere en un momento determinado. En este sentido, es posible encontrar a personas que se dedican a investigar por mucho tiempo, incluso toda su vida, un mismo fenómeno, dándose cuenta de que, bajo ciertos parámetros, una opinión sobre el objeto estudiado puede ir descubriendo nuevas aristas, nuevas posiciones, nuevas interpretaciones, lo cual obedece a la legitimidad de la evolución o involución para algunos casos, en otros bastará solamente un suceso extraordinario para hacer cambiar de opinión radicalmente.

Una de las principales trabas a la hora de cambiar de opinión es que, frente a cualquier cambio de rumbo, tenemos una tendencia natural a emitir juicios de valor, porque nuestro pensamiento influenciado fuertemente por la cultura occidental se encuentra racionalizado, encasillando o clasificando nuestro actuar por intermedio de patrones de comportamientos comunes, que se desencajan cuando ven algo distinto a lo establecido. En una interpretación posmoderna, es posible alejarse de lo tradicional para avanzar hacia matices o sutilezas que reconocen la existencia de la diversidad del pensamientos, estableciendo verdades en vez de una verdad absoluta, coexistiendo en una misma dimensión, sin colisionar entre ellas, esto cambia la mirada, entendiendo que el mundo no es dicotómico, no se trata de que lo negro sea opuesto al blanco, lo derecho sea radicalmente distinto a lo izquierdo y que lo negativo anule a lo positivo, como bien sabemos, en el campo de la física estos polos se atraen y deben existir al mismo tiempo, para que produzcan la electricidad.

Por su parte, existen elementos centrales en el pensamiento que pueden mantenerse en el tiempo como son los principios, valores morales, o una posición frente a un hecho, así como decía Víctor Hugo “un árbol cambia periódicamente de hojas, pero las raíces se mantienen toda su vida y se van fortaleciendo, pese a las condiciones del tiempo”, esto también se relaciona con el vínculo inmanente del entorno con el fenómeno opinable, en estas circunstancias el contexto es complejo poder cambiarlo, porque depende de muchos factores, pero una opinión pudo haber estado influenciada por aquello en un momento dado, lo cual se transforma en un verdadero termómetro, porque mide la temperatura en distintos momentos pero no necesariamente refleja una interpretación más amplia del objeto.

Michel Foucault fue uno de los autores que dedicó toda su vida a hablar de la evolución del conocimiento, cambiando la perspectiva de una ciencia humana como es la historia, por epistemes, es decir capas de historia que influencian el conocimiento, generando una dependencia de lo interpretable según sea el contexto donde ocurrieron los hechos, marcando un punto de inflexión que determina el desarrollo del estudio de las ciencias antropológicas y sociológicas, para interpretar el mundo y las cosas. En su trayectoria este autor incorpora el análisis del discurso, el cual puede aportar a esta discusión la importancia de comprender que el discurso es un compromiso que tiene contexto y que, por supuesto tiene derecho a ser cambiado para diferentes objetivos y públicos, pero las raíces de este resultan imperecederas a la hora de plantear una verdad.

Para Nietzsche la transmutación de los valores no es una ideología política sino un llamado al individuo para que se supere a sí mismo, lo cual hacía merecedor de la vida para no caer en ficciones nihilistas que cotidianamente se producen en la sociedad, con esto demuestra que fue uno de los filósofos que más cambió de opinión durante su vida, la aparición de cada una de sus obras anulaba a la anterior. Del mismo modo, en la Teoría de la Evolución de Darwin, plantea que la Naturaleza es la lucha por la supervivencia que está arraigada al progreso de las especies que buscan permanentemente superar sus condiciones iniciales, por lo tanto, esta trasmutación de valores reclama una constante evolución.

En tanto, el cambio de opinión no implica alejarse de las esencias, sino que darse cuenta de que las personas puedan asumir que el error es parte del desarrollo, pues lo que se creía acertado en algún momento, con la experiencia nos damos cuenta que no lo era tanto, lo que demuestra la madurez del pensamiento, asumiendo que existe un dinamismo permanente en la forma de interpretar el mundo que nos rodea. En esta misma línea Alexei Tolstoi planteaba que “todos piensan en cambiar el mundo, pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo”, demostrando que el cambio interior corresponde a la necesidad de evolución que está presente en cada individuo.

El economista John Maynard Keynes fue acusado por un adversario de cambiar su punto de vista, frente a esto su respuesta fue “si las circunstancias cambian, y cambia la información disponible, desde luego yo cambio mi punto de vista. ¿Y usted, qué hace, señor?”, esta idea refuerza un pensamiento de libertad y la habilidad que deben de tener las personas de cambiar de opinión, pues pretender que las visiones sean pétreas, resulta una negación del pensamiento de libertad y de disentimiento, esto ocurre hoy en día con las democracias representativas modernas, que buscan generar consensos, colocando a disposición sus argumentos, pero aceptando lo que otros agregan para llegar al entendimiento en conjunto.

Para el biólogo y filósofo chileno Humberto Maturana, en la declaración universal de los derechos humanos de las Naciones Unidas, faltan tres derechos fundamentales: el derecho a cambiar de opinión, a irse sin que nadie se ofenda y a equivocarse, los cuales son primordiales para que un organismo pueda vivir en plenitud. En cuanto al derecho a equivocarse, afirma que es fundamental, porque evita el miedo a hacer las cosas mal, soslayando las expectativas que los demás esperan de nosotros, por lo que termina diciendo que “sin equivocaciones, estaríamos condenados a una eterna repetición de lo mismo”, esto se conecta con la inmanente capacidad de asombro que las personas tenemos frente a diferentes situaciones. Volviendo al derecho de cambiar de opinión, resulta interesante que aduce a una libertad de experimentar distintas posiciones frente a la vida, donde el desarrollo personal se presenta como una forma de moverse en distintos espacios sin la arrogancia de sentirse dueños de una verdad, para asimilar el lugar simbólico que requiere aceptar que nada es definitivo.

Así todo, cambiar de opinión no es un sacrilegio, debido a que es reconocer que las personas pueden abrir su mente a nuevas perspectivas, buscando estímulos que agregan valor al proceso natural de cambio, alejándose de la rigidez mental que evita un sentido progresista de redescubrir nuevas sensaciones permanentemente, cuya coherencia no está en juego, sino que apunta a abrirse a ser flexible, evitando lo que los psicólogos llaman el “fundamentalismo crónico”, lo cual invita a desafiar el conocimiento establecido por medio del reconocimiento de la experiencia como un factor importante a la hora de cambiar de opinión y no sentirse culpable por ello.

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