Informalidad laboral: el costo oculto que pagan las mujeres
Señor Director:
Bajo la reciente alza en la tasa de desempleo en Chile persiste una realidad preocupante: con una desocupación que supera el 10 %, son las mujeres quienes más fuertemente resienten la falta de oportunidades laborales.
Y el problema va más allá. Una proporción significativa de estas mujeres no queda simplemente fuera del mercado, muchas terminan en la informalidad. Es cierto, la tasa de ocupación informal ha mostrado una leve baja respecto del año pasado, pero sigue afectando a más de una de cada cuatro personas ocupadas en el país. La mayoría de ellas son mujeres. Muchas, jefas de hogar que emprenden por necesidad y sin acceso a redes de protección, seguridad social ni garantías básicas de un país que aspira al desarrollo.
El autoempleo puede ser una salida poderosa para las múltiples carencias que enfrentan cientos de miles de familias a lo largo del país. Sin embargo, esta desaparece cuando está atrapada en la precariedad: sin seguridad social, sin acceso a protección en salud o pensiones, sin redes que respalden su desarrollo. Y esa es nuestra realidad, hoy: miles de mujeres emprenden sin apoyo ni reconocimiento.
Esta deuda remarca la urgencia de medidas claras y específicas. Entre ellas, simplificar la operación en formalidad de los pequeños emprendimientos, diseñar incentivos diferenciados para mujeres autoempleadas (con subsidios, formación técnica y acceso al crédito), promover modalidades laborales flexibles en el empleo formal (que permitan conciliar trabajo y vida personal), ampliar la protección social para trabajadoras informales (que posibilite una transición progresiva hacia la formalidad).
Reconocer el potencial del autoempleo requiere acompañarlo con herramientas concretas y fácilmente aplicables, que valoren el trabajo femenino y promuevan su transición hacia la formalidad.
Bajo la reciente alza en la tasa de desempleo en Chile persiste una realidad preocupante: con una desocupación que supera el 10 %, son las mujeres quienes más fuertemente resienten la falta de oportunidades laborales.
Y el problema va más allá. Una proporción significativa de estas mujeres no queda simplemente fuera del mercado, muchas terminan en la informalidad. Es cierto, la tasa de ocupación informal ha mostrado una leve baja respecto del año pasado, pero sigue afectando a más de una de cada cuatro personas ocupadas en el país. La mayoría de ellas son mujeres. Muchas, jefas de hogar que emprenden por necesidad y sin acceso a redes de protección, seguridad social ni garantías básicas de un país que aspira al desarrollo.
El autoempleo puede ser una salida poderosa para las múltiples carencias que enfrentan cientos de miles de familias a lo largo del país. Sin embargo, esta desaparece cuando está atrapada en la precariedad: sin seguridad social, sin acceso a protección en salud o pensiones, sin redes que respalden su desarrollo. Y esa es nuestra realidad, hoy: miles de mujeres emprenden sin apoyo ni reconocimiento.
Esta deuda remarca la urgencia de medidas claras y específicas. Entre ellas, simplificar la operación en formalidad de los pequeños emprendimientos, diseñar incentivos diferenciados para mujeres autoempleadas (con subsidios, formación técnica y acceso al crédito), promover modalidades laborales flexibles en el empleo formal (que permitan conciliar trabajo y vida personal), ampliar la protección social para trabajadoras informales (que posibilite una transición progresiva hacia la formalidad).
Reconocer el potencial del autoempleo requiere acompañarlo con herramientas concretas y fácilmente aplicables, que valoren el trabajo femenino y promuevan su transición hacia la formalidad.
Mario Pavón Prat
Gerente General de Fondo Esperanza
Fuente información: contrerasm@fondoesperanza.cl
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