De la furia a la ciudad
Por Juan Carlos S. Claret Pool, Presidente Colegio Abogados Provincia de Osorno AG.
Hace un mes, en este mismo espacio, publiqué una columna titulada “La Ciudad de la Furia” que reflexionó sobre la funas inmediatas sobre hechos que después se aclaran y nadie responde por el daño causado. La idea fue resaltar el valor de conocer la verdad como requisito para la justicia, lo que demanda tiempo y rigor. Como las reacciones fueron múltiples, quisiera ahondar en la actitud que estoy promoviendo.
Lo que sucede, es que ante hechos de alta connotación, nuestro estremecimiento suele ser expresado mediante funas, asonadas, redes sociales, etc. La inmediatez de una noticia terrible que nos parece de una injusticia tremenda, es usada como legitimación para transformarnos en justicieros de una víctima. Sin embargo, ¿son las funas una forma de proteger a las víctimas? De igual forma, aspirar a esa protección ¿nos habilita a usar la violencia?
Dejar que las instituciones funcionen no significa desentendernos del caso, ser frívolos o indiferentes, más bien, precisa que seamos lúcidos, es decir, ocuparnos que las investigaciones echen luz en aspectos que se quisieran ocultar, que se respondan las preguntas incómodas, que los derechos de las partes sean ejercidos sin obstáculos. Es decir, no soltar el tema, velar que las instituciones hagan su trabajo y se hagan valer responsabilidades en caso contrario.
Ejemplos que confirman la virtud de esta actitud hay por montón. Sin prensa lúcida haciendo preguntas, el Ministerio Público no habría descubierto lo que hoy conocemos como Operación Huracán y tampoco habríamos descubierto a hijos de dos ex presidentes recibiendo créditos preferentes de un banco o aprovechando giras de Estado para hacer negocios. También, en lo local, sin una comunidad activa, no se habrían destapados los encubrimientos de abusos en la Iglesia Católica y motivado a más víctimas a buscar verdad y justicia.
Controlar nuestro impulso primario a sobre reaccionar ante un hecho que nos parece injusto se llama templanza, y comprendo que no goza de popularidad. Sin embargo, si después de una funa los hechos se aclaran y no estamos dispuestos a reconocerlo, significa que nunca nos interesó la justicia, sino solo ajusticiar.
Esta columna y la anterior se complementan, pero no se han referido al invitado de piedra en esta discusión jurídica: la impunidad y las consecuencias que genera. Será el tema en dos semanas más.
Fuente información: Juan Carlos S. Claret Pool
Hace un mes, en este mismo espacio, publiqué una columna titulada “La Ciudad de la Furia” que reflexionó sobre la funas inmediatas sobre hechos que después se aclaran y nadie responde por el daño causado. La idea fue resaltar el valor de conocer la verdad como requisito para la justicia, lo que demanda tiempo y rigor. Como las reacciones fueron múltiples, quisiera ahondar en la actitud que estoy promoviendo.
Lo que sucede, es que ante hechos de alta connotación, nuestro estremecimiento suele ser expresado mediante funas, asonadas, redes sociales, etc. La inmediatez de una noticia terrible que nos parece de una injusticia tremenda, es usada como legitimación para transformarnos en justicieros de una víctima. Sin embargo, ¿son las funas una forma de proteger a las víctimas? De igual forma, aspirar a esa protección ¿nos habilita a usar la violencia?
Dejar que las instituciones funcionen no significa desentendernos del caso, ser frívolos o indiferentes, más bien, precisa que seamos lúcidos, es decir, ocuparnos que las investigaciones echen luz en aspectos que se quisieran ocultar, que se respondan las preguntas incómodas, que los derechos de las partes sean ejercidos sin obstáculos. Es decir, no soltar el tema, velar que las instituciones hagan su trabajo y se hagan valer responsabilidades en caso contrario.
Ejemplos que confirman la virtud de esta actitud hay por montón. Sin prensa lúcida haciendo preguntas, el Ministerio Público no habría descubierto lo que hoy conocemos como Operación Huracán y tampoco habríamos descubierto a hijos de dos ex presidentes recibiendo créditos preferentes de un banco o aprovechando giras de Estado para hacer negocios. También, en lo local, sin una comunidad activa, no se habrían destapados los encubrimientos de abusos en la Iglesia Católica y motivado a más víctimas a buscar verdad y justicia.
Controlar nuestro impulso primario a sobre reaccionar ante un hecho que nos parece injusto se llama templanza, y comprendo que no goza de popularidad. Sin embargo, si después de una funa los hechos se aclaran y no estamos dispuestos a reconocerlo, significa que nunca nos interesó la justicia, sino solo ajusticiar.
Esta columna y la anterior se complementan, pero no se han referido al invitado de piedra en esta discusión jurídica: la impunidad y las consecuencias que genera. Será el tema en dos semanas más.
Fuente información: Juan Carlos S. Claret Pool













