Peleas callejeras con resultado de muerte

Hugo Pérez White.

La opinión pública está preocupada por las continuas peleas que se producen entre pandillas formadas por niños y jóvenes provocando frecuentemente enfrentamientos con las fuerzas de orden con resultados de destrucción de bienes públicos y privados, personas heridas y hasta muertes de transeúntes, riñas que dejaron de ser habituales peleas callejeras que siempre sucedían en las noches de bohemia y que en la actualidad se han transformado en verdaderas luchas campales donde salen a relucir hasta armamentos diversos que ya han causado varias muertes de personas inocentes y otras con heridas de consideración.

Se comentan los hechos delictuales pero, no se hacen análisis más profundos sobre las causas que los provocan y que puedan solucionarse en un futuro quizá más largo que lo deseado, pero el problema está bullente, está enraizado en la sociedad como maleza en los pastizales difícil de eliminar.

Algunos creen que la democracia consiste en permitir que cada individuo puede hacer lo que quiera con sus eventuales oponentes, desconociendo en su esencia la enorme cantidad de deberes y obligaciones que ello implica y que si hay conflictos, hay organismos del Estado que están destinados a ejercer justicia, mantener y hacer valer el estado de derecho, a cuya disposición debemos estar todos los ciudadanos para dirimir las divergencias que se presentan en la vida diaria.

La premisa de que la razón la tiene el más fuerte, ya debería ser tiempo pretérito y la historia se encargará de dejar sus opiniones a las futuras generaciones, quienes en ese contexto, sacarán sus propias conclusiones.

El asesinato de carabineros y policías han constituido hechos lamentables que se producen por la falta de valores en nuestra juventud y en cierta forma esta aseveración es cierta, pero, tampoco es bueno perder de vista que esos valores y principios que rigen una sana convivencia aún existen, pero a un sector de la población se les ha olvidado o no quieren reconocer que están presentes en todo momento.

Esta distorsión esquemática mental se debe revertir y debemos volver la mirada hacia nuestros hijos y cumplir la función de padres formadores y no olvidar que somos el primer espejo en que los niños se miran y no es conveniente dejarlos que se desarrollen como su inmadurez se lo sugiera, generalmente influenciados por terceras personas, que ven en ellos el caldo de cultivo a sus nefastas intenciones.

A los hijos hay que cuidarlos y orientarlos en la medida de nuestras posibilidades y obtener los medios disponibles para que los padres sigamos haciéndolo bien y ello nos permita educarlos con eficiencia.

Indudablemente que hay otros actores formadores de principios morales y valores cívicos, pero, en primer lugar están los padres que hemos traído al mundo a esos niños y muchas veces los hemos dejado solos para que resuelvan sus necesidades de vida, sus propios problemas y hacemos caso omiso de sus inquietudes para aprovechar eficientemente toda la capacidad creativa que aún puedan tener en sus atormentados cerebros y los hemos abandonados a la suerte de la calle y ahora estamos empezando a constatar las consecuencias que no son en nada alentadoras y esperamos lograr algún día no muy lejano, una sana y respetuosa convivencia social.
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