La creatividad: Un poder sin límites
Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl
La creatividad es aquella capacidad que tienen algunas personas de dar respuestas originales frente a diversos problemas y desafíos con los que se enfrenta un determinado sujeto día a día.
Para aquellas personas que no lo saben, digamos de partida lo siguiente: la creatividad se desarrolla y se aprende de igual forma de cómo se aprende a leer.
No es una habilidad que sea propia sólo de unos pocos genios o de gente muy brillante, por cuanto, el potencial creativo existe en todos nosotros, razón por la cual, no es necesario que poseamos rasgos de personalidad y/o de inteligencia que sean excepcionales, a fin de desarrollar nuestra creatividad. La creatividad representa, efectivamente, un poder sin límites, pero está coartada por –y es prisionera de– una educación errada y de mala calidad.
Albert Einstein –premio Nobel de Física– en su fructífera vida como científico expresó varios pensamientos en relación con la creatividad. En una de estas reflexiones Einstein señaló que “la lógica te llevará de A a B, pero la imaginación te llevará a todas partes”. Es decir, la creatividad sería aquella cualidad que nos permitiría quebrar –por decirlo de algún modo– el marco cognitivo habitual, con el fin de ver y observar las cosas desde un punto de vista totalmente distinto y exponencial.
Otra reflexión de Einstein –complementaria con la anterior– se relaciona con la definición que entrega este científico en relación con la locura: “Repetir las mismas cosas una y otra vez, y esperar obtener resultados diferentes”. Sin duda, una ingeniosa –y delicada– forma de definir la locura.
El problema radica en que los distintos gobiernos que han dirigido los destinos de nuestro querido Chile –sin importar si son gobiernos de derecha o de izquierda– se han empecinado ciegamente en repetir, una y otra vez –casi de manera estúpida y majadera– las mismas fórmulas, las mismas medidas y las mismas ineptas metodologías… esperando obtener resultados diferentes. Pregunta retórica: ¿estarán poseídas por la locura nuestras autoridades?
Y lo peor de todo, es que NO APRENDEN de los resultados desastrosos que se obtienen, año tras año, en el área de la Educación. En la prueba internacional PISA del año 2012, los estudiantes chinos obtuvieron en matemáticas el primer lugar, con una media de 613 puntos, en tanto que los estudiantes chilenos obtuvieron 423 puntos quedando en el lugar 51 entre 65 países, a nada menos que 190 puntos de distancia, es decir, una brecha inalcanzable. En habilidad lectora, la media de los estudiantes chinos fue de 570 puntos, ocupando, nuevamente el primer lugar, en tanto que el de los estudiantes chilenos fue de 441 puntos, quedando en el lugar 47.
¿Cuál es el lapidario comentario de diversos expertos en Educación? Bajo los actuales “estándares de calidad docente” (¡no de infraestructura o de educación gratis!), en Chile se requerirán dos generaciones completas de profesores y estudiantes con un enfoque totalmente distinto acerca de la forma de educar antes de poder cambiar esta vergonzante realidad.
El investigador inglés Ken Robinson (2015), un experto reconocido a nivel mundial en el ámbito de la creatividad y la educación, asegura en su libro “Escuelas creativas” que las escuelas de todo el mundo –salvo honrosas excepciones de países como Noruega, China, Japón, Finlandia, Singapur, Corea del Sur, Dinamarca, Suecia– desperdician el talento y “matan la creatividad” de millones de estudiantes muy tempranamente porque están impulsadas, principalmente, por intereses políticos y comerciales y, además, porque tienen una idea totalmente errada de CÓMO APRENDEN LAS PERSONAS, razón por la cual, Robinson pide a todos aquellos gobiernos que realmente se interesan por una educación de calidad de los niños –cuyos principales ingredientes activos deberían ser, precisamente, la imaginación, la curiosidad y la creatividad– revertir el inmenso daño que se está haciendo a los niños, a la humanidad y al progreso de una nación, cuando se frena, coarta e inhibe el poder creativo que todos nosotros portamos en nuestro interior por intermedio de una educación de mala calidad, una educación trasnochada que está equivocada en la forma y en el fondo.
Diversos estudiosos han demostrado que la educación formal actual anula la creatividad infantil, formando y dando lugar, a personas adultas poco curiosas intelectualmente, sujetos pasivos, sin capacidad de respuesta y cuasi ignorantes.
Se habla incluso de la existencia de personas “analfabetas funcionales”, es decir, de personas que alguna vez aprendieron a leer y a escribir, pero quienes, por desuso, olvidaron y/o perdieron estas habilidades.
Lamentablemente, Chile está lleno de esta lacra educativa, donde lo que se privilegia es la mediocridad, el “aprendizaje de memoria” y la repetición automática y robótica de la materia que enseñan los docentes, quienes, por razones de una insuficiente formación académica, por falta de tiempo, frustración profesional, por falta de recursos, mala infraestructura, desinterés, por falta de vocación, pésimos salarios, cansancio, estrés, etc., se desentienden totalmente del acto de asegurarse si el estudiante COMPRENDIÓ –o no– aquello que ahora está repitiendo como “loro” ante el profesor. Es más: el estudiante es castigado con una mala nota si no repite textualmente lo que el maestro le enseñó. Las notas, las pruebas y los exámenes se convierten en la finalidad última de nuestro sistema educativo –en lugar de usarse como un método de DIAGNÓSTICO–, sin que le importe un rábano a nadie cómo llegó el estudiante a obtener dichas notas y si realmente “aprendió” las materias impartidas.
Uno de los estudios más impactantes en educación realizado en el año 2013 por el Centro de Microdatos de la Universidad de Chile reveló que el 65% de los egresados de Institutos, Centros de Formación Técnica y Universidades chilenas –cito textualmente a continuación– “apenas pueden comprender textos simples y extraer información de ellos o resolver una o dos operaciones matemáticas a la vez, como sumas o restas”, debiendo en muchos casos usar una calculadora para sumar cifras enteras (como por ejemplo: 1200 + 300 + 500).
También se ha demostrado que muchas universidades orientadas al lucro (y universidades públicas también) entregan “títulos profesionales de baquelita” –es decir, basura inservible–, tal como lo expresó literalmente en marzo de 2014 el ex ministro de educación, Nicolás Eyzaguirre, en que el “profesional” egresado, demasiado a menudo, tiene severos problemas para leer de corrido y comprender pensamientos abstractos, o bien, el estudiante universitario de sexto semestre de ingeniería no sabe cómo ni cuándo aplicar una simple regla de tres.
La pregunta entonces es: ¿cómo se espera que una persona sea creativa en nuestro país, si el 65% de los estudiantes egresados de universidades y el 80% de los adultos del país, en general, apenas logran comprender textos básicos y tienen dificultades para realizar correctamente cálculos matemáticos simples?
Ken Robinson hace una afirmación que resulta atemorizante: el sistema educativo ha sido concebido para satisfacer las demandas de una sociedad industrializada: mano de obra disciplinada y barata con una preparación técnica mínima para servir los intereses del Estado, sin importar quién esté gobernando, mientras los ciudadanos agachen la cabeza y no sean capaces de pensar por sí mismos.
La buena noticia, es que todos nosotros estamos en condiciones de reactivar nuestra capacidad para ser creativos, aunque esta capacidad esté dormida o enterrada en nuestro subconsciente. Frente a esta realidad, todos aquellos que son padres y tienen hijos pequeños, tienen un tremendo desafío por delante: lograr que la curiosidad y el pensamiento creativo de sus hijos gane espacio, pueda crecer y desarrollarse sin limitaciones.
Ser creativos exige que reestructuremos el pensamiento, de forma tal que seamos capaces de modificar la manera en que enfrentamos los problemas y, por esta vía, estemos en condiciones de probar distintas soluciones, hasta encontrar aquella que sea mejor.
Es por ello, que los padres deben preocuparse por –e involucrarse en– la educación de sus hijos, ya que el origen de la “personalidad creativa” hay que formarla y forjarla en los primeros años de vida. ¿Cómo se logra esto? Cuando los niños tienen la libertad –y la posibilidad– de imaginar, cuestionar, transformar y cambiar las ideas preconcebidas, por intermedio del apoyo de dibujos, movimientos corporales, realizando juegos, explorando espacios y cosas nuevas, dando rienda suelta a su imaginación y alimentando la insaciable curiosidad del niño, sin que se los castigue por equivocarse.
Son pocos los maestros –y menos aún los padres– que son capaces de responder, día tras día, con paciencia, con amor, con agrado y con respuestas que, además, tengan un fundamento a la base, la eterna y típica pregunta infantil: “Profesor (papá, mamá) ¿por qué…?”
Fuente: Franco Lotito C - flotitoc@gmail.com
La creatividad es aquella capacidad que tienen algunas personas de dar respuestas originales frente a diversos problemas y desafíos con los que se enfrenta un determinado sujeto día a día.
Para aquellas personas que no lo saben, digamos de partida lo siguiente: la creatividad se desarrolla y se aprende de igual forma de cómo se aprende a leer.
No es una habilidad que sea propia sólo de unos pocos genios o de gente muy brillante, por cuanto, el potencial creativo existe en todos nosotros, razón por la cual, no es necesario que poseamos rasgos de personalidad y/o de inteligencia que sean excepcionales, a fin de desarrollar nuestra creatividad. La creatividad representa, efectivamente, un poder sin límites, pero está coartada por –y es prisionera de– una educación errada y de mala calidad.
Albert Einstein –premio Nobel de Física– en su fructífera vida como científico expresó varios pensamientos en relación con la creatividad. En una de estas reflexiones Einstein señaló que “la lógica te llevará de A a B, pero la imaginación te llevará a todas partes”. Es decir, la creatividad sería aquella cualidad que nos permitiría quebrar –por decirlo de algún modo– el marco cognitivo habitual, con el fin de ver y observar las cosas desde un punto de vista totalmente distinto y exponencial.
Otra reflexión de Einstein –complementaria con la anterior– se relaciona con la definición que entrega este científico en relación con la locura: “Repetir las mismas cosas una y otra vez, y esperar obtener resultados diferentes”. Sin duda, una ingeniosa –y delicada– forma de definir la locura.
El problema radica en que los distintos gobiernos que han dirigido los destinos de nuestro querido Chile –sin importar si son gobiernos de derecha o de izquierda– se han empecinado ciegamente en repetir, una y otra vez –casi de manera estúpida y majadera– las mismas fórmulas, las mismas medidas y las mismas ineptas metodologías… esperando obtener resultados diferentes. Pregunta retórica: ¿estarán poseídas por la locura nuestras autoridades?
Y lo peor de todo, es que NO APRENDEN de los resultados desastrosos que se obtienen, año tras año, en el área de la Educación. En la prueba internacional PISA del año 2012, los estudiantes chinos obtuvieron en matemáticas el primer lugar, con una media de 613 puntos, en tanto que los estudiantes chilenos obtuvieron 423 puntos quedando en el lugar 51 entre 65 países, a nada menos que 190 puntos de distancia, es decir, una brecha inalcanzable. En habilidad lectora, la media de los estudiantes chinos fue de 570 puntos, ocupando, nuevamente el primer lugar, en tanto que el de los estudiantes chilenos fue de 441 puntos, quedando en el lugar 47.
¿Cuál es el lapidario comentario de diversos expertos en Educación? Bajo los actuales “estándares de calidad docente” (¡no de infraestructura o de educación gratis!), en Chile se requerirán dos generaciones completas de profesores y estudiantes con un enfoque totalmente distinto acerca de la forma de educar antes de poder cambiar esta vergonzante realidad.
El investigador inglés Ken Robinson (2015), un experto reconocido a nivel mundial en el ámbito de la creatividad y la educación, asegura en su libro “Escuelas creativas” que las escuelas de todo el mundo –salvo honrosas excepciones de países como Noruega, China, Japón, Finlandia, Singapur, Corea del Sur, Dinamarca, Suecia– desperdician el talento y “matan la creatividad” de millones de estudiantes muy tempranamente porque están impulsadas, principalmente, por intereses políticos y comerciales y, además, porque tienen una idea totalmente errada de CÓMO APRENDEN LAS PERSONAS, razón por la cual, Robinson pide a todos aquellos gobiernos que realmente se interesan por una educación de calidad de los niños –cuyos principales ingredientes activos deberían ser, precisamente, la imaginación, la curiosidad y la creatividad– revertir el inmenso daño que se está haciendo a los niños, a la humanidad y al progreso de una nación, cuando se frena, coarta e inhibe el poder creativo que todos nosotros portamos en nuestro interior por intermedio de una educación de mala calidad, una educación trasnochada que está equivocada en la forma y en el fondo.
Diversos estudiosos han demostrado que la educación formal actual anula la creatividad infantil, formando y dando lugar, a personas adultas poco curiosas intelectualmente, sujetos pasivos, sin capacidad de respuesta y cuasi ignorantes.
Se habla incluso de la existencia de personas “analfabetas funcionales”, es decir, de personas que alguna vez aprendieron a leer y a escribir, pero quienes, por desuso, olvidaron y/o perdieron estas habilidades.
Lamentablemente, Chile está lleno de esta lacra educativa, donde lo que se privilegia es la mediocridad, el “aprendizaje de memoria” y la repetición automática y robótica de la materia que enseñan los docentes, quienes, por razones de una insuficiente formación académica, por falta de tiempo, frustración profesional, por falta de recursos, mala infraestructura, desinterés, por falta de vocación, pésimos salarios, cansancio, estrés, etc., se desentienden totalmente del acto de asegurarse si el estudiante COMPRENDIÓ –o no– aquello que ahora está repitiendo como “loro” ante el profesor. Es más: el estudiante es castigado con una mala nota si no repite textualmente lo que el maestro le enseñó. Las notas, las pruebas y los exámenes se convierten en la finalidad última de nuestro sistema educativo –en lugar de usarse como un método de DIAGNÓSTICO–, sin que le importe un rábano a nadie cómo llegó el estudiante a obtener dichas notas y si realmente “aprendió” las materias impartidas.
Uno de los estudios más impactantes en educación realizado en el año 2013 por el Centro de Microdatos de la Universidad de Chile reveló que el 65% de los egresados de Institutos, Centros de Formación Técnica y Universidades chilenas –cito textualmente a continuación– “apenas pueden comprender textos simples y extraer información de ellos o resolver una o dos operaciones matemáticas a la vez, como sumas o restas”, debiendo en muchos casos usar una calculadora para sumar cifras enteras (como por ejemplo: 1200 + 300 + 500).
También se ha demostrado que muchas universidades orientadas al lucro (y universidades públicas también) entregan “títulos profesionales de baquelita” –es decir, basura inservible–, tal como lo expresó literalmente en marzo de 2014 el ex ministro de educación, Nicolás Eyzaguirre, en que el “profesional” egresado, demasiado a menudo, tiene severos problemas para leer de corrido y comprender pensamientos abstractos, o bien, el estudiante universitario de sexto semestre de ingeniería no sabe cómo ni cuándo aplicar una simple regla de tres.
La pregunta entonces es: ¿cómo se espera que una persona sea creativa en nuestro país, si el 65% de los estudiantes egresados de universidades y el 80% de los adultos del país, en general, apenas logran comprender textos básicos y tienen dificultades para realizar correctamente cálculos matemáticos simples?
Ken Robinson hace una afirmación que resulta atemorizante: el sistema educativo ha sido concebido para satisfacer las demandas de una sociedad industrializada: mano de obra disciplinada y barata con una preparación técnica mínima para servir los intereses del Estado, sin importar quién esté gobernando, mientras los ciudadanos agachen la cabeza y no sean capaces de pensar por sí mismos.
La buena noticia, es que todos nosotros estamos en condiciones de reactivar nuestra capacidad para ser creativos, aunque esta capacidad esté dormida o enterrada en nuestro subconsciente. Frente a esta realidad, todos aquellos que son padres y tienen hijos pequeños, tienen un tremendo desafío por delante: lograr que la curiosidad y el pensamiento creativo de sus hijos gane espacio, pueda crecer y desarrollarse sin limitaciones.
Ser creativos exige que reestructuremos el pensamiento, de forma tal que seamos capaces de modificar la manera en que enfrentamos los problemas y, por esta vía, estemos en condiciones de probar distintas soluciones, hasta encontrar aquella que sea mejor.
Es por ello, que los padres deben preocuparse por –e involucrarse en– la educación de sus hijos, ya que el origen de la “personalidad creativa” hay que formarla y forjarla en los primeros años de vida. ¿Cómo se logra esto? Cuando los niños tienen la libertad –y la posibilidad– de imaginar, cuestionar, transformar y cambiar las ideas preconcebidas, por intermedio del apoyo de dibujos, movimientos corporales, realizando juegos, explorando espacios y cosas nuevas, dando rienda suelta a su imaginación y alimentando la insaciable curiosidad del niño, sin que se los castigue por equivocarse.
Son pocos los maestros –y menos aún los padres– que son capaces de responder, día tras día, con paciencia, con amor, con agrado y con respuestas que, además, tengan un fundamento a la base, la eterna y típica pregunta infantil: “Profesor (papá, mamá) ¿por qué…?”
Fuente: Franco Lotito C - flotitoc@gmail.com