Cuestión de Humanidad

Ilustración Myriam O.
Por Myriam O, Artista Multidisciplinaria.

Se acerca el momento en que tendremos que elegir qué tipo de personas queremos ser y determinar si preferimos ser humanos hasta el final o claudicar, contribuyendo con ello a fomentar una transformación que más bien mutila nuestra naturaleza. Ante esta disyuntiva, no puedo evitar recordar algunas películas de ciencia ficción, escalofriantemente similares a nuestra realidad actual, que daban cuenta de una deshumanización total en un futuro que lucía improbable. Ahora bien, sucede que debido al aislamiento y sus consecuencias, hemos sentido gran ansiedad y algunos hasta desesperación por crear contenidos digitales para transmitir por internet utilizando diversos canales y redes sociales —fenómeno que parece obedecer al temor a perder un lugar en dicha realidad simulada. Pero al hacerlo, y probablemente sin darnos cuenta, arriesgamos relegar a un segundo plano nuestra propia libertad, la misma que a tan alto precio conquistó la raza humana a lo largo de la historia. Porque estamos enfrentando un nuevo paradigma que impone la idea de que es mejor hacer todo desde nuestro hogar, ya que salir de él es potencialmente riesgoso para nosotros mismos y los demás. Pero, ¿cuándo no hubo riesgos? ¿Cuándo dejamos de ser mortales?

Este nuevo modelo dicta que hoy ya no es suficiente una fotografía simpática en alguna red social para estar vigentes, sino que nuestra vida tiene que ser vivida y transmitida de principio a fin a través de una pantalla. Y hablo de nuestra libertad, pues debido a la pandemia ella se ha visto no solo muy restringida, sino que gravemente dañada por esta nueva visión de mundo que implica entregar hasta el más mínimo poder de decisión y autodeterminación, como es la facultad de optar por relacionarnos entre nosotros y con nuestro entorno en vivo y en directo, y por consiguiente la rendición de nuestra capacidad de elección: cómo, cuándo, dónde y con quién.

Nos hemos visto limitados por el paradigma, el miedo a la muerte y ahora por la depresión económica que amenaza con coartar nuestras opciones aún más de aquí en adelante. Entonces vale la pena preguntarse si deseamos seguir siendo ese ser humano sociable y libre para cantar en un concierto, disfrutar de un café con amigos y pasear al perro a la orilla de un lago; libre para pololear en la playa en verano, jugar una pichanga e ir a clases de pintura o de yoga. Porque si fuera por el comportamiento de rebaño que están manifestando muchos de nuestros semejantes, debiéramos conformarnos con consumir estímulos solamente audiovisuales. En circunstancias que percibir y experimentar la realidad de la vida humana involucra todos los sentidos, además de raciocinio individual y sentimientos.



Por otro lado, estamos a un paso de los pololeos por pantalla a permanencia. Después de todo, alguien nos podría contagiar un virus. Recordará usted una película de Sylvester Stallone llamada “Demolition man”, que transcurría en una ciudad descrita como perfecta, cuyos ciudadanos eran férreamente controlados con el pretexto de protegerlos de todo mal. Tanto así, que las relaciones sexuales se llevaban a cabo mediante un casco que activaba los sentidos con el uso de imágenes y sonido. Nadie se tocaba, era ilegal, debido a las infecciones virales que podía acarrear acto tan aberrante. En 1993 esa escena fue hilarante, pero hoy, ¿no le suena familiar? A lo mejor usted vive con el objeto de su afecto. Pero, ¿qué impacto tendrá en quienes deseen emparejarse luego de meses de bombardeo multimedia indicando que incluso el contacto físico con los padres es una conducta riesgosa? El mundo distópico está aquí. Sin embargo, ¿debería quedarse?

Es mi opinión que si seguimos este camino, posiblemente terminaremos como en la película de Stallone o en manos de un ente artificial e inteligente como HAL, de “2001: Odisea del Espacio”. Entonces, ¿por qué no aguardar con paciencia un renacer a la vida normal, en vez de centrarse meramente en lo que podamos ver o crear en una pantalla? Es urgente y necesario volver a un equilibrio.

Ciertamente nuestra raza es frágil en el aspecto físico, podemos ser aplastados como una hormiga por un edificio o un virus. Pero esa fragilidad es sinónimo de humanidad y es parte de nuestro acervo como especie, razón por la cual la vida es preciosa y protegida y nuestro instinto de supervivencia tan poderoso. Después de todo, aunque internet y las máquinas inteligentes son enormes bibliotecas portátiles y herramientas comunicacionales importantes —de hecho usted amablemente está leyendo estas líneas— nos ofrecen poco que no tenga un respaldo físico real. Yo puedo traspasar al papel estas palabras y leerlas frente a una asamblea; los museos y galerías de arte todavía existen para ser visitados y los artistas estamos vivos, esperando compartir nuevamente con nuestro público. Nuestra familia y amigos también nos esperan para celebrar juntos la libertad de amar y admirar la perfección del universo natural que sigue estando ahí afuera, ofreciéndose a nosotros generosamente.

Sí, deberemos decidir entre vivir y experimentar la vida como es, en su belleza y vulnerabilidad, o seguir creando y consumiendo sin mesura contenidos digitales que promueven el reemplazo del contacto personal, en desmedro precisamente de aquello que nos define como humanos. Esa es la cuestión.


Comunicado de Prensa / Fuente e Ilustración: Myriam O, Artista Multidisciplinaria
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