Los directores de escuelas deben ser líderes de verdad
Hubo un período en mi vida profesional en que hice todas las diligencias que el Ministerio de Educación exigía para postular a cuanto concurso se abría para optar a un cargo de director.-
En esa época romántica de mi vida estaba dispuesto a servir en cualquier parte del país, para satisfacer mis deseos de superación que invadía mi espíritu.
Cada derrota era una desilusión que la tragaba con sabor amargo porque no era el factor económico que me impulsaba a conseguir estas metas, ya que la diferencia de sueldos entre un profesor de aula y un director de escuela era mínimo y con una carga horaria de treinta horas semanales contra cuarenta y cuatro de un director lo cual no era ningún estímulo especial para postular a ser director de escuela en estas circunstancias.
En Antofagasta postulé a la dirección de la Escuela Anexa a la Escuela Normal de esa ciudad y antes de tomar la decisión viajé expresamente a conocer el establecimiento y recorrí la ciudad la cual me entusiasmó notablemente, la encontré tranquila y limpia, con paisajes desérticos maravillosos y un clima envidiable, todo especial como para llevar en mis retinas esas imágenes y optar a vivir en ella.
Posteriormente quise postular a la dirección de la Escuela Consolidada de Experimentación de María Elena, pero, cuando llegué a esta ciudad un día 01 de noviembre, “día de todos los santos” que el mundo cristiano lo recuerda con mucho recogimiento espiritual pude observar cómo las mujeres con sus coronas de flores de papel de colores avanzaban por la extensa llanura hacia algún cementerio que en algún punto perdido de la zona debía existir y que pese a los esfuerzos visuales no pude verlo y aún así, esas valientes mujeres desafiaban el sol reinante y el árido suelo que debían transitar sin inmutarse.
En ese momento me di cuenta que la pampa no era para mí y no iba a resultar esta incursión, pese a las amplias comodidades que poseía ese establecimiento.
En las pocas horas que permanecí en María Elena tuve que soportar un intenso calor al cual no estaba acostumbrado.
Los dioses del desierto se confabularon en mi contra y volví a Antofagasta tan rápido como pude en el mismo bus que me había trasladado en la mañana.
Así pasaron los años sin mayores inquietudes que una dedicación completa al trabajo docente y la investigación pedagógica y en un momento inesperado se me ofreció la rectoría interina de una Escuela Consolidada que se encontraba acéfala y sin mediar concurso previo, fui designado a dicho cargo que duró cual suspiro de una flor ya que días después del golpe militar fui exonerado de dicho cargo y nuevamente volví a Puente Alto a cumplir mis actividades como profesor experimental que por suerte lo tenía en propiedad, caso contrario me habría visto deambulando por las calles de la capital haciendo quizá qué cosas para poder sobrevivir en un período tan difícil y lleno de complicaciones.
Nunca más volví a soñar en los cambios profundos que necesitaba la educación para mejorar su calidad pedagógica e incorporar a todos los niños que estaban perdiendo las posibilidades de integrarse a los beneficios que produce una buena educación en los cuales estaba dispuesto a entregar toda mi capacidad innovadora que creía tener.
Así como yo, quizás cuántos profesores llevan en el alma el deseo de servir a su patria o mejor de su acervo pedagógico y no pueden hacer realidad este sueño por las pocas posibilidades de ascenso que existe en el sector educacional y que perduran hasta los actuales momentos.
Hugo Pérez White
En esa época romántica de mi vida estaba dispuesto a servir en cualquier parte del país, para satisfacer mis deseos de superación que invadía mi espíritu.
Cada derrota era una desilusión que la tragaba con sabor amargo porque no era el factor económico que me impulsaba a conseguir estas metas, ya que la diferencia de sueldos entre un profesor de aula y un director de escuela era mínimo y con una carga horaria de treinta horas semanales contra cuarenta y cuatro de un director lo cual no era ningún estímulo especial para postular a ser director de escuela en estas circunstancias.
En Antofagasta postulé a la dirección de la Escuela Anexa a la Escuela Normal de esa ciudad y antes de tomar la decisión viajé expresamente a conocer el establecimiento y recorrí la ciudad la cual me entusiasmó notablemente, la encontré tranquila y limpia, con paisajes desérticos maravillosos y un clima envidiable, todo especial como para llevar en mis retinas esas imágenes y optar a vivir en ella.
Posteriormente quise postular a la dirección de la Escuela Consolidada de Experimentación de María Elena, pero, cuando llegué a esta ciudad un día 01 de noviembre, “día de todos los santos” que el mundo cristiano lo recuerda con mucho recogimiento espiritual pude observar cómo las mujeres con sus coronas de flores de papel de colores avanzaban por la extensa llanura hacia algún cementerio que en algún punto perdido de la zona debía existir y que pese a los esfuerzos visuales no pude verlo y aún así, esas valientes mujeres desafiaban el sol reinante y el árido suelo que debían transitar sin inmutarse.
En ese momento me di cuenta que la pampa no era para mí y no iba a resultar esta incursión, pese a las amplias comodidades que poseía ese establecimiento.
En las pocas horas que permanecí en María Elena tuve que soportar un intenso calor al cual no estaba acostumbrado.
Los dioses del desierto se confabularon en mi contra y volví a Antofagasta tan rápido como pude en el mismo bus que me había trasladado en la mañana.
Así pasaron los años sin mayores inquietudes que una dedicación completa al trabajo docente y la investigación pedagógica y en un momento inesperado se me ofreció la rectoría interina de una Escuela Consolidada que se encontraba acéfala y sin mediar concurso previo, fui designado a dicho cargo que duró cual suspiro de una flor ya que días después del golpe militar fui exonerado de dicho cargo y nuevamente volví a Puente Alto a cumplir mis actividades como profesor experimental que por suerte lo tenía en propiedad, caso contrario me habría visto deambulando por las calles de la capital haciendo quizá qué cosas para poder sobrevivir en un período tan difícil y lleno de complicaciones.
Nunca más volví a soñar en los cambios profundos que necesitaba la educación para mejorar su calidad pedagógica e incorporar a todos los niños que estaban perdiendo las posibilidades de integrarse a los beneficios que produce una buena educación en los cuales estaba dispuesto a entregar toda mi capacidad innovadora que creía tener.

Hugo Pérez White