El orgullo de ser Madre y Emprendedora

Venden en las ferias, hacen dulces en sus casas, ofrecen productos puerta a puerta o confeccionan ropa. Pero tener la libertad de ajustar sus horarios para compartir más tiempo con sus hijos, es la mayor alegría que les otorga el trabajar de forma independiente.

Lo dan todo sin cuestionamientos. Madrugan para luchar por sus sueños y el bienestar de los suyos. Así son las historias de Zulema, Stephany y Josefina. Desde distintos lugares del país, ellas coinciden en un objetivo en común: la mayor motivación para surgir son sus hijos.

Al igual que ellas, son miles las emprendedoras que forman parte de Fondo Esperanza (FE) y que compatibilizan su rol de mamá, con el de trabajadora; haciendo de esta doble labor, su principal satisfacción. FE, es una institución de desarrollo social con 11 años de trayectoria, que tiene como misión apoyar el emprendimiento de sectores vulnerables, a través de la entrega de microcréditos, capacitación y promoción de redes de apoyo. Con esto busca aportar al mejoramiento de sus condiciones de vida, la de sus familias y comunidad. Fondo Esperanza, es la comunidad de emprendimiento solidarios más grande de Chile y, actualmente, trabaja por cumplir el sueño de 100.000 emprendedoras y emprendedores de 240 comunas, desde Arica a Chiloé, con 54 oficinas a lo largo del país.

Luchando por sus sueños

Zulema Martínez es una amante de la cocina. Desde su casa en Parral, VII Región del Maule, prepara deliciosas masas y tortas. Pero su día no sólo está destinado al arte culinario, ya que su misión más importante es cuidar a su hijo Ricardo, de 28 años, que quedó con discapacidad producto de una negligencia médica al nacer. “Si no le hubiese dedicado el 100% no hubiese sobrevivido. Me siento tan satisfecha con lo que crié que valió la pena el esfuerzo”, dice con orgullo y emoción.

Para ella, como madre soltera, el camino no ha sido fácil. Sin embargo, supo cómo ganarle a la adversidad a través de la constancia, el esfuerzo y la comida. “Amasandería Martínez” es el nombre del local en el que los parralinos tienen la suerte de comprar sus dulces preparaciones.

Desde otro lugar de Chile, Stephany Astudillo, oculta varias historias tras su sonrisa. Era sólo una adolescente cuando tuvo a sus dos hijos. “Fui mamá muy joven y se me hizo difícil el camino. Traté de seguir en el colegio pero no había tiempo, así que preferí dejar de estudiar”, recuerda. Afortunadamente, siempre contó con el apoyo de su familia y gracias a ello terminó la enseñanza media en una escuela nocturna, cuando cumplió los 18.

Esta microempresaria de San Antonio, a sus 25 años, se proyecta junto su esposo y su familia, con quienes montó un puesto en la feria en el que venden plantas de todo tipo. “Nuestra meta es contar con una parcela para tener el vivero. Con lo que hacemos ahora tenemos un flujo que nos permite ir ahorrando mensualmente, pero aún nos falta”, dice, mientras destaca con orgullo que el emprendimiento que tiene junto a su familia cuenta con una clientela variada que de martes a domingo busca alguna plantita.

Desde la VI Región, Josefina Sepúlveda despliega toda su prolijidad para que cada ángulo quede perfecto. Se esfuerza al máximo para que los techos, ventanas y puertas de las casas de chocolate que construye, resulten lo más reales posible.


Para esta emprendedora de la comuna de Requínoa, VI Región, el mayor orgullo que le deja su labor, es el poder aportar en la educación de sus niñas. “Gracias a nuestro esfuerzo, con mi marido, podemos costear los estudios de dos hijas universitarias y una que está en cuarto medio. Tengo una familia que valora mucho lo que hago, incluso, cuando mis chiquillas saben que estoy madrugando para cumplir con los pedidos, me mandan mensajes de texto para darme ánimo”, comenta orgullosa.

Desde distintos puntos del país, estas madres emprendedoras, seguirán luchando por un sueño que va mucho más allá del éxito y prosperidad material: el de otorgar a sus hijos un mañana mejor.

Tamara Tobar Flores
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