Tomar la justicia por las propias manos: ¿Es la solución en contra de la delincuencia y la violencia?
Dr. Franco Lotito C.
Académico e Investigador (UACh)
www.aurigaservicios.cl
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La violencia y el uso de la agresión han sido estudiados por muchos investigadores a través de toda la historia. Algunos de los más insignes estudiosos de la conducta agresiva, tanto en seres humanos como en las especies animales, son Sigmund Freud, Niko Tinbergen y Konrad Lorenz, entre muchos otros.
La violencia ha sido definida como el uso intencional de la fuerza o el poder físico, ya sea de hecho o como una mera amenaza, contra uno mismo, contra otra persona, contra un grupo o una comunidad, que cause o que tenga muchas probabilidades de provocar lesiones, muerte, daños psicológicos, graves trastornos o privaciones. Esta definición de violencia vincula la intención del acto con la comisión del acto mismo, independientemente de las consecuencias y resultados que se produzcan.
En este sentido, nunca antes en la historia de la humanidad, ha habido tantas guerras, agresividad, uso desmedido de la violencia, destrucción y muerte inútil en el mundo, tal como sucedió durante todo el siglo XX con dos Guerras Mundiales y más de 150 conflictos armados de menor envergadura. Y, lo que es peor: de acuerdo con estudios internacionales muy actualizados, en los últimos cinco años, el número de conflictos armados y los ataques terroristas han aumentado de manera notable, tal como se demuestra con lo que ha ocurrido en los primeros 16 años del siglo XXI. Chile, por su parte, no ha estado exento de esta realidad del uso de la violencia.
El grave peligro que se corre con lo que se ha señalado más arriba, es que los seres humanos tienden a “normalizar” el uso de la violencia y ver a esta conducta, precisamente, como parte del comportamiento humano normal.
¿Por qué razón destaco esto? Porque los diversos investigadores del comportamiento humano, han demostrado que muchas de nuestras conductas y actitudes son APRENDIDAS y, demasiado a menudo, son guiadas por facultades que no son propiamente “racionales”, tales como los instintos, las emociones y las pasiones. En un momento de rabia descontrolada hay personas que agreden violentamente, e incluso matan, al objeto de su amor. El caso de los sujetos celópatas, por ejemplo, es de antología.
Hoy en día, a raíz de la comisión de ciertos delitos de alta connotación pública en la región, tales como asaltos a hogares de agricultores, a parejas de ancianos, así como la percepción de inseguridad ciudadana, la existencia de una “puerta giratoria” y una justicia garantista en favor de los delincuentes, se ha producido un alto nivel de frustración e impotencia en la ciudadanía, lo que ha llevado, a su vez, a una suerte de “llamado a las armas” y a “tomar la justicia por la propias manos” por parte de algunos líderes sociales.
¿Cuáles son los riesgos que corremos si hacemos esto? Muchos y variados. Especialmente, cuando las personas que deciden adoptar esa actitud de autodefensa no tienen la necesaria preparación, el conocimiento, la experiencia o la experticia requerida para el manejo de armas de fuego, o bien, para hacer frente con éxito a un grupo de delincuentes violentos y decididos a realizar cualquier acción, tales, como por ejemplo, golpear, atacar con brutalidad, o disparar, sin mucha contemplación, a la víctima de turno, cuando ésta intenta defenderse. O lo otro, que también constituye un riesgo: cuando no se dispone del mismo nivel de desprecio por la vida ajena, como la puede tener un delincuente avezado y con un largo prontuario delictual, en que esos segundos de duda por parte del ciudadano común pueden conducir a una tragedia peor y de grandes proporciones.
Todos nosotros tenemos muy claro que no podemos, de ninguna manera, restarle importancia a estos atracos, asaltos y delitos varios que se cometen: eso sería un gravísimo error. Pero muy distinto, es el hecho de hacer un llamado generalizado a la población a armarse y a tomar la justicia por las propias manos. Esto puede representar un gran despropósito.
La razón es muy simple: se corre el gran riesgo de actuar como lo hizo un matrimonio de la novena región, matrimonio que decidió tomar las justicia por sus propias manos, en función de lo cual, agredió, torturó y finalmente asesinó de un martillazo en la cabeza a un menor de 13 años, porque pensaron que este menor era el autor de una supuesta violación de su hija de cinco años. Luego de los peritajes policiales realizados a la menor y el informe emitido por el Servicio Médico Legal, se aclaró que la niña no mostraba indicio alguno de haber sufrido una violación –que era el motivo esgrimido por los padres de esta menor para el asesinato del niño de 13 años– con lo cual, se descartó totalmente la participación de este preadolescente.
¿Resultado final? Varios y todos ellos muy negativos: la muerte innecesaria y absurda de un menor inocente; un matrimonio en prisión, acusado de tortura y asesinato, junto a otro menor que colaboró con la pareja en la muerte del supuesto agresor; una niña de cinco años que no tendrá el cuidado de sus padres y que podría terminar en manos del SENAME; la condena social a la pareja asesina, entre otras graves consecuencias. Podemos entender que bajo ciertos estímulos emocionales y pasionales se detonan ciertas situaciones y conductas agresivas, pero ello no justifica que una persona, un matrimonio o un grupo de individuos –caso de los linchamientos, por ejemplo– pueda tomar por sus propias manos el “derecho” de hacer justicia.
En este punto, es preciso señalar que existen tres teorías que intentan explicar el uso de la violencia:
1. La teoría del instinto agresivo, como algo innato del ser humano
2. La teoría de la frustración-agresión
3. La teoría del aprendizaje social, es decir, la sociedad y la familia colaboran de manera conjunta para que el niño, desde pequeño, vaya adoptando y haciendo suyas las actitudes agresivas y de violencia que ve en su entorno cercano.
Si bien, ninguna de estas teorías, por sí sola, puede explicar la violencia al interior de la especie humana –por el riesgo que corremos de caer en una suerte de reduccionismo científico–, si analizamos de cerca estos tres enfoques, muy pronto advertiremos que las tres teorías, en su conjunto, explican una gran parte de lo que sucede –o podría suceder, si nos descuidamos– con este ser humano propenso a la violencia, en virtud, primero que todo, a la existencia de un “instinto agresivo” como parte de su ADN. Eso por un lado.
Por otra parte, existe un principio en psicología que ha sido demostrado en innumerables ocasiones y que es muy simple de comprender: donde existe injusticia, se produce rabia y frustración, y éstas, a su vez, de forma casi automática, conducen a la agresión y a la violencia. Si bien, es el Estado y el gobierno de una nación los encargados de proteger la vida, la integridad física de las personas, así como sus bienes y pertenencias, cuando éstos fallan y no cumplen a cabalidad con esa misión –y lo que se espera de ellos–, es cuando se comienza a generar el caldo de cultivo que, posteriormente, dará pie para que ciertas situaciones se produzcan y nos lleven por el camino de la violencia.
El primer llamado entonces, es que esas autoridades responsables entiendan que están obligadas a reaccionar, de una vez por todas, y actuar con prontitud, tomando TODAS LAS MEDIDAS Y PRECAUCIONES para que no se les escape de las manos el control de lo que está sucediendo en nuestro país en torno a la delincuencia y otras formas peligrosas de violencia, tales como la corrupción a nivel de partidos políticos, los escándalos financieros, la violencia en contra de la mujer, las colusiones entre clase política y la élite económica, los escándalos que envuelven una y otra vez al SENAME o la sensación generalizada de impunidad que existe en el país. No se puede –ni se debe permitir– que imitemos al pueblo norteamericano, el que ha terminado armándose hasta los dientes.
En la medida que exista un sentimiento o la sensación de injusticia e inequidad –política, legal, social, económica– entre la población de una nación, desde ese mismo instante se estará dando el primer paso para el uso indiscriminado de la violencia.
Termino estas reflexiones, recordando el título de otro de mis artículos, en que yo señalaba que la “mejor arma en contra de la violencia” era aprender a “usar la cabeza, a reflexionar y pensar más”.
Este es un objetivo que debe ser puesto en práctica desde el jardín infantil y la educación básica de los menores de este país, acción que no servirá absolutamente de nada, si ese sentimiento de injusticia o de impunidad al que yo aludía más arriba, se mantiene, permanece vivo y presente en la percepción de la ciudadanía. Y en esto, por cierto, que las autoridades de gobierno tienen una gran responsabilidad.
Fuente: flotitoc@gmail.com
Académico e Investigador (UACh)
www.aurigaservicios.cl
La violencia y el uso de la agresión han sido estudiados por muchos investigadores a través de toda la historia. Algunos de los más insignes estudiosos de la conducta agresiva, tanto en seres humanos como en las especies animales, son Sigmund Freud, Niko Tinbergen y Konrad Lorenz, entre muchos otros.
La violencia ha sido definida como el uso intencional de la fuerza o el poder físico, ya sea de hecho o como una mera amenaza, contra uno mismo, contra otra persona, contra un grupo o una comunidad, que cause o que tenga muchas probabilidades de provocar lesiones, muerte, daños psicológicos, graves trastornos o privaciones. Esta definición de violencia vincula la intención del acto con la comisión del acto mismo, independientemente de las consecuencias y resultados que se produzcan.
En este sentido, nunca antes en la historia de la humanidad, ha habido tantas guerras, agresividad, uso desmedido de la violencia, destrucción y muerte inútil en el mundo, tal como sucedió durante todo el siglo XX con dos Guerras Mundiales y más de 150 conflictos armados de menor envergadura. Y, lo que es peor: de acuerdo con estudios internacionales muy actualizados, en los últimos cinco años, el número de conflictos armados y los ataques terroristas han aumentado de manera notable, tal como se demuestra con lo que ha ocurrido en los primeros 16 años del siglo XXI. Chile, por su parte, no ha estado exento de esta realidad del uso de la violencia.
El grave peligro que se corre con lo que se ha señalado más arriba, es que los seres humanos tienden a “normalizar” el uso de la violencia y ver a esta conducta, precisamente, como parte del comportamiento humano normal.
¿Por qué razón destaco esto? Porque los diversos investigadores del comportamiento humano, han demostrado que muchas de nuestras conductas y actitudes son APRENDIDAS y, demasiado a menudo, son guiadas por facultades que no son propiamente “racionales”, tales como los instintos, las emociones y las pasiones. En un momento de rabia descontrolada hay personas que agreden violentamente, e incluso matan, al objeto de su amor. El caso de los sujetos celópatas, por ejemplo, es de antología.
Hoy en día, a raíz de la comisión de ciertos delitos de alta connotación pública en la región, tales como asaltos a hogares de agricultores, a parejas de ancianos, así como la percepción de inseguridad ciudadana, la existencia de una “puerta giratoria” y una justicia garantista en favor de los delincuentes, se ha producido un alto nivel de frustración e impotencia en la ciudadanía, lo que ha llevado, a su vez, a una suerte de “llamado a las armas” y a “tomar la justicia por la propias manos” por parte de algunos líderes sociales.
¿Cuáles son los riesgos que corremos si hacemos esto? Muchos y variados. Especialmente, cuando las personas que deciden adoptar esa actitud de autodefensa no tienen la necesaria preparación, el conocimiento, la experiencia o la experticia requerida para el manejo de armas de fuego, o bien, para hacer frente con éxito a un grupo de delincuentes violentos y decididos a realizar cualquier acción, tales, como por ejemplo, golpear, atacar con brutalidad, o disparar, sin mucha contemplación, a la víctima de turno, cuando ésta intenta defenderse. O lo otro, que también constituye un riesgo: cuando no se dispone del mismo nivel de desprecio por la vida ajena, como la puede tener un delincuente avezado y con un largo prontuario delictual, en que esos segundos de duda por parte del ciudadano común pueden conducir a una tragedia peor y de grandes proporciones.
Todos nosotros tenemos muy claro que no podemos, de ninguna manera, restarle importancia a estos atracos, asaltos y delitos varios que se cometen: eso sería un gravísimo error. Pero muy distinto, es el hecho de hacer un llamado generalizado a la población a armarse y a tomar la justicia por las propias manos. Esto puede representar un gran despropósito.
La razón es muy simple: se corre el gran riesgo de actuar como lo hizo un matrimonio de la novena región, matrimonio que decidió tomar las justicia por sus propias manos, en función de lo cual, agredió, torturó y finalmente asesinó de un martillazo en la cabeza a un menor de 13 años, porque pensaron que este menor era el autor de una supuesta violación de su hija de cinco años. Luego de los peritajes policiales realizados a la menor y el informe emitido por el Servicio Médico Legal, se aclaró que la niña no mostraba indicio alguno de haber sufrido una violación –que era el motivo esgrimido por los padres de esta menor para el asesinato del niño de 13 años– con lo cual, se descartó totalmente la participación de este preadolescente.
¿Resultado final? Varios y todos ellos muy negativos: la muerte innecesaria y absurda de un menor inocente; un matrimonio en prisión, acusado de tortura y asesinato, junto a otro menor que colaboró con la pareja en la muerte del supuesto agresor; una niña de cinco años que no tendrá el cuidado de sus padres y que podría terminar en manos del SENAME; la condena social a la pareja asesina, entre otras graves consecuencias. Podemos entender que bajo ciertos estímulos emocionales y pasionales se detonan ciertas situaciones y conductas agresivas, pero ello no justifica que una persona, un matrimonio o un grupo de individuos –caso de los linchamientos, por ejemplo– pueda tomar por sus propias manos el “derecho” de hacer justicia.
En este punto, es preciso señalar que existen tres teorías que intentan explicar el uso de la violencia:
1. La teoría del instinto agresivo, como algo innato del ser humano
2. La teoría de la frustración-agresión
3. La teoría del aprendizaje social, es decir, la sociedad y la familia colaboran de manera conjunta para que el niño, desde pequeño, vaya adoptando y haciendo suyas las actitudes agresivas y de violencia que ve en su entorno cercano.
Si bien, ninguna de estas teorías, por sí sola, puede explicar la violencia al interior de la especie humana –por el riesgo que corremos de caer en una suerte de reduccionismo científico–, si analizamos de cerca estos tres enfoques, muy pronto advertiremos que las tres teorías, en su conjunto, explican una gran parte de lo que sucede –o podría suceder, si nos descuidamos– con este ser humano propenso a la violencia, en virtud, primero que todo, a la existencia de un “instinto agresivo” como parte de su ADN. Eso por un lado.
Por otra parte, existe un principio en psicología que ha sido demostrado en innumerables ocasiones y que es muy simple de comprender: donde existe injusticia, se produce rabia y frustración, y éstas, a su vez, de forma casi automática, conducen a la agresión y a la violencia. Si bien, es el Estado y el gobierno de una nación los encargados de proteger la vida, la integridad física de las personas, así como sus bienes y pertenencias, cuando éstos fallan y no cumplen a cabalidad con esa misión –y lo que se espera de ellos–, es cuando se comienza a generar el caldo de cultivo que, posteriormente, dará pie para que ciertas situaciones se produzcan y nos lleven por el camino de la violencia.
El primer llamado entonces, es que esas autoridades responsables entiendan que están obligadas a reaccionar, de una vez por todas, y actuar con prontitud, tomando TODAS LAS MEDIDAS Y PRECAUCIONES para que no se les escape de las manos el control de lo que está sucediendo en nuestro país en torno a la delincuencia y otras formas peligrosas de violencia, tales como la corrupción a nivel de partidos políticos, los escándalos financieros, la violencia en contra de la mujer, las colusiones entre clase política y la élite económica, los escándalos que envuelven una y otra vez al SENAME o la sensación generalizada de impunidad que existe en el país. No se puede –ni se debe permitir– que imitemos al pueblo norteamericano, el que ha terminado armándose hasta los dientes.
En la medida que exista un sentimiento o la sensación de injusticia e inequidad –política, legal, social, económica– entre la población de una nación, desde ese mismo instante se estará dando el primer paso para el uso indiscriminado de la violencia.
Termino estas reflexiones, recordando el título de otro de mis artículos, en que yo señalaba que la “mejor arma en contra de la violencia” era aprender a “usar la cabeza, a reflexionar y pensar más”.
Este es un objetivo que debe ser puesto en práctica desde el jardín infantil y la educación básica de los menores de este país, acción que no servirá absolutamente de nada, si ese sentimiento de injusticia o de impunidad al que yo aludía más arriba, se mantiene, permanece vivo y presente en la percepción de la ciudadanía. Y en esto, por cierto, que las autoridades de gobierno tienen una gran responsabilidad.
Fuente: flotitoc@gmail.com