Los animales también tienen sentimientos y su corazoncito [audio y texto]

Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl - Académico, Escritos e Investigador (UACh)



“No me importa si un animal es capaz de razonar. Sólo sé que es capaz de sufrir y por ello lo considero mi prójimo” (Albert Schweizer, médico, filósofo y músico alemán).

“Hay dos cosas que cada día me sorprenden más: la nobleza de los animales y la crueldad de los hombres”.

Aunque a algunas personas les vaya a parecer increíble y exagerado lo que se va a plantear a continuación, en función de los conocimientos que se dispone hoy en día en el ámbito de la etología y del estudio del comportamiento de los animales, se sabe que los animales también sienten, sufren y tienen su corazoncito, pudiendo experimentar emociones y sentimientos similares a las de los seres humanos. Es cierto que durante varias décadas muchos científicos y expertos en el estudio del comportamiento animal se habían negado a aceptar esta realidad.

Sin embargo, al igual que los seres humanos, los animales pertenecientes a diferentes especies también tienen sus días buenos y sus días malos. Disfrutan y sufren de similares estados de ánimo que las personas. Gozan, ríen, disfrutan, se deprimen y lloran igual que nosotros. Para qué hablar de cuando maltratamos, torturamos e infligimos dolor a los animales. (Esto último, lo destaco, porque hay seres humanos de todas las edades, quienes, por un placer torcido y enfermizo –o sólo por el gusto de hacer daño e infligir dolor–, se dedican a torturar animales a vista y paciencia de otras personas).

Ahora bien, ¿cómo podemos demostrar todo lo que hemos afirmado al inicio de este artículo? Pues, muy sencillo. Partamos diciendo, que todo aquél que haya tenido alguna vez a un perro de mascota, sabe y advierte de inmediato –y con mucha facilidad– cuándo su perro está contento, temeroso, sufriente, deprimido o triste. Asimismo, en innumerables ocasiones se ha podido constatar que un perro está dispuesto a entregar su propia vida, si de proteger o de defender de alguna agresión a su amo se trata, sin esperar nada a cambio. Este es el mismo perro que salta, gira de alegría y se pone como loco cuando divisa la llegada de su amo o cuanto advierte que éste toma la correa para sacarlo a pasear y jugar con él.

En este sentido, la etología es la rama de la biología y de la psicología experimental que se preocupa de estudiar el comportamiento de los animales en sus medios naturales, en condiciones de libertad, o bien, de laboratorio. Los científicos Konrad Lorenz, Karl von Frisch y Niko Tinbergen recibieron en el año 1973 el premio Nobel de Fisiología (o Medicina) por sus estudios acerca de la conducta de los animales.

En función de los conocimientos que hoy se tienen de los primates –gorilas, chimpancés, orangutanes y el bonobo (o chimpancé pigmeo)–, es decir, las creaturas más cercanas al ser humano, muchos estudiosos han comenzado a reconocer que los animales también pueden experimentar felicidad o sentirse desgraciados y tristes, caer en una depresión o demostrar arranques de solidaridad, igual que un ser humano.

En relación con el tema de la solidaridad, el caso mejor documentado, es el de Azalea, una mona Rhesus de un centro de primates de Estados Unidos que estaba afectada por una alteración cromosómica con efectos similares al síndrome de Down humano. No obstante la condición de “discapacidad cognitiva” de Azalea y del hecho de que sus habilidades estaban notoriamente mermadas, ella fue aceptada por el resto de los monos de su clan, los cuales tenían con ella el cuidado y la conducta solidaria de expulgarla el doble de veces que a los demás integrantes del clan. Este comportamiento ha sido observado en otras ocasiones y con otras especies, lo que lleva a concluir a los investigadores la existencia de un sentimiento de solidaridad y altruismo con los discapacitados en ciertas especies de animales. Es así, por ejemplo, que entre los primates una de las fórmulas de cooperación más extendida entre ellos es el establecimiento de alianzas para combatir y derrotar a un tercero: dos chimpancés machos jóvenes hacen una alianza para derrocar al jefe del clan de más edad.

En el caso de los delfines, que son animales sociales y que viven en grupo familiares, se ha observado en innumerables ocasiones que estos animales son capaces de establecer fuertes lazos sociales entre ellos, donde algunos individuos enfermos o heridos son cuidados por otros delfines de la manada, hasta el grado de ayudarlos a respirar, llevándolos a la superficie cuantas veces sea necesario para su recuperación y sobrevivencia. Asimismo, se ha observado el rescate de sus compañeros atrapados entre las redes de pescadores, mordiendo los sedales o sacándolos de las redes en las cuales han caído. Las ballenas, a su vez, son capaces de interponerse entre un barco cazador de ballenas y un compañero de su especie que se encuentre herido.

Por otra parte, no hay mayor demostración de apego que cuando se comparte la agonía de un familiar o de un compañero cercano, en función de lo cual, se ha observado que los elefantes, por ejemplo, realizan una suerte de velatorio en honor a sus muertos y regresan durante varios años al lugar donde murió un integrante de la manada con el fin de tocar sus huesos como una forma particular de rendir tributo al compañero fallecido. Asimismo, los primates, como los gorilas y chimpancés, muestran una reacción similar a la de los seres humanos ante el fallecimiento de uno de los suyos, es decir, las fases del duelo identificadas por la Dra. Elizabeth Kübler-Ross: primero aparece una primera etapa de protesta y rabia ante la muerte del compañero, a la cual le sigue una fase de desesperación y tristeza, con falta de apetito, adoptando el sobreviviente una postura encorvada y con la mirada fija y perdida en el infinito.

Es más. Los animales, están en grado de experimentar lástima por otros de su misma especie e incluso por sujetos de otras especies, aún cuando es improbable que la experimenten de una manera tan compleja e intensa como la experimentamos los seres humanos. Sin embargo, cuántas historias no hemos conocido cada uno de nosotros, cuando es el amo el que fallece, a raíz de lo cual, la mascota entra en un estado de melancolía y depresión profunda, teniendo a la muerte como final de la historia. Es así, por ejemplo, que en uno de mis libros yo relato el caso de un joven ejemplar de delfín hembra que en el año 2006 quedó encallada y al borde de la muerte en un banco de arena en la costa Adriática de Italia y fue rescatada por Tamara Monti, una instructora en un acuario, quien cuidó y acunó al bebé delfín –a la que llamó Mary G.– como si fuera su hija, alimentándola durante meses con licuados de arenques, con las vitaminas y minerales necesarios para esta especie y con alimentos balanceados, ayudándola a adaptarse a sus nuevas condiciones de vida, desarrollándose entre ellos una relación afectuosa muy cercana y llena de felicidad que se expresaba con la delfín frotando constantemente su hocico contra la mejilla de Tamara. Sin embargo, el destino quiso que Tamara muriera asesinada trágicamente, quedando Mary G. al cuidado de otras personas, lo cual, impactó muy negativamente en el delfín, ya que al poco tiempo de advertir la ausencia de su madre sustituta, Mary G. comenzó a rechazar la comida, mostraba trastornos nerviosos y vomitaba todo lo que le daban de alimento, bajando su peso de 210 kilos a 160 kilos en menos de dos semanas, en una clara señal de pena, tristeza y desolación de no tener a su madre adoptiva a su lado. Eso por una parte.

Por otro lado, hay emociones como la alegría que algunos animales experimentan con una mayor intensidad que otros, tal como en el caso de un perro –a diferencia de un gato, por ejemplo– que, tal como hemos señalado más arriba, se pone eufórico de alegría cuando nota que su amo toma la correa para sacarlo a pasear.

Las muchas preguntas que surgen, luego de haber señalado todos estos comportamientos con características de “humanos”, y que ponen al descubierto que los animales también tienen una vida emocional muy variada y enriquecedora, son las siguientes:

1.¿Se puede seguir aceptando el maltrato animal, tal como lo ha hecho hasta ahora, nuestra sociedad?

2.¿Es justificable matarlos para vestirse o adornarse con ellos, como sucede con las pieles de muchos animales?

3.¿Son justificables las condiciones en cómo se cría a ciertas especies de animales para después matarlos para ofrecerlos, posteriormente, como alimentos y comerlos?

4.¿Es aceptable someter a graves torturas a diversas especies animales en laboratorios con fines experimentales, tal como sucede con los chimpancés, orangutanes y otros animales que comparten con los seres humanos más del 97% de los genes?

5.¿Se justifica el uso y abuso que se hace de muchos animales en espectáculos circenses y otros similares para diversión de los seres humanos?

Ya por el año 1789 el filósofo Jeremy Bentham señalaba lo siguiente: “La cuestión no es, si ciertos animales pueden razonar. Tampoco se trata acerca de si pueden hablar o comunicarse, sino que la pregunta es ¿pueden sufrir los animales? Pues al parecer, no sólo sufren, sino que también pueden ser felices”.

Pareciera que al ser humano le faltara mucha generosidad con respecto, no sólo a su propia especie, sino que con las otras especies que habitan la Tierra.

Ya en el año 1810, refiriéndose a nuestra especie, el gran naturalista, polímata, investigador y explorador de origen alemán, Alexander von Humboldt, hizo una especie de predicción y señaló lo siguiente: “Allí donde pone un pie el ser humano, muy pronto aparece una triste historia de destrucción y avaricia, de extinción y explotación, de desolación, sufrimiento y dolor”. Nótese, que von Humboldt esto lo expresó en el año 1810, es decir, hace más de doscientos años atrás.

En tanto que otro estudioso, George Perkins Marsh, en el año 1870, complementando lo que señaló von Humboldt, escribió lo siguiente: “Los animales salvajes mueren por sus pieles, las avestruces por sus plumas, los elefantes por sus colmillos y las ballenas por su aceite. La especie humana representa la causante de la extinción de los animales y las plantas”.

Finalmente, señalemos algo que resulta ser muy cierto y que está fuera de toda discusión: los seres humanos tenemos mucho, pero mucho que aprender de la compasión y solidaridad que muestran ciertos animales –supuestamente inferiores–, así como del afecto irrestricto que entregan muchos de ellos a los seres humanos, del altruismo sin límites que los distingue, así como del compañerismo y generosidad que muestran diversas especies animales hacia las personas, tales como las que han sido descritas en este documento.
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