Nos acostumbramos a ahogarnos en humo

En 2012, como investigador y director del Centro de Sustentabilidad UNAB y PhD, luego subsecretario y posteriormente ministro de Medioambiente en el Gobierno de Michelle Bachelet, Marcelo Mena, quien además nació en Osorno, fue lapidario para circunscribir el problema que enfrentamos: “las estufas a leña matan hoy en Chile a más personas que todas las termoeléctricas combinadas”, aunque ya instlado como autoridad morigeró las conclusiones a las que había arribado como académico.

Entre el 5 y 9 de diciembre de 1952, Londres fue víctima de un fenómeno atmosférico pocas veces visto, que causó la muerte de 12.000 personas y dejó alrededor de 100.000 enfermos. La Guerra Mundial había acabado siete años antes y el país se encontraba sumido en la pobreza, quedando prisionero del carbón para calefaccionarse, lo que sumado a la quema de otros combustibles fósiles –petróleo- para la industria del transporte y el frío invernal, constituían la tormenta perfecta.

El problema principal de la capital inglesa radicaba en que el carbón de mejor calidad había sido exportado y los londinenses usaban el carbón de baja calidad, rico en azufre. La investigación posterior sobre los hechos registrados en esos tres días del fatídico diciembre de 1952, relata que la crítica situación atmosférica de esos días fue agravada por una mayor inversión térmica, causada por la densa masa de aire frío, a la cual los londinenses no tomaron mayor atención por estar acostumbrados a la neblina ambiental. ¿Le suena conocido?

Como resultado de la lenta reacción del Gobierno del primer ministro Churchill, aumentaron dramáticamente las infecciones del tracto respiratorio y obstrucción mecánica de las vías respiratorias superiores por secreciones, al igual que las infecciones del pulmón eran principalmente bronconeumonía o bronquitis aguda, generando en los hospitales una avalancha de enfermos que no se había visto desde los bombardeos alemanes.

Ayer 4 de junio de 2018, el mapa de ciudades bajo situación de alerta ambiental para ese día en el mundo, ubicaba a Osorno entre los primeros 15 lugares del planeta y si bien es cierto la contaminación por leña es menor a la que generó el carbón de mala calidad que usaban los londinenses en 1952, su registro de afectación a la salud no es muchísimo mejor. Ya en 2016, el doctor Edgardo Grob, médico broncopulmonar y miembro de la Sociedad de Enfermedades Respiratorias, aseveró que más 40 personas fallecen al año en la capital provincial, por esta causa.

El diagnóstico del médico fue lapidario: “el material particulado (generado por la quema de leña) produce inflamación inflación en el sistema respiratorio, aumento de los fluidos a nivel pulmonar, mayor cantidad de infecciones, daño celular por la baja de la oxigenación, lo que implica también la parte coronaria. También irritación ocular, cefalea, menor rendimiento laboral y cansancio. Es un grave problema de salud pública”. Llevado a términos económicos, ya en 2006 se estimó que los gastos en salud pública y privada por el uso de leña húmeda superaba los 4.000 millones de dólares –alrededor del 10% de esta cifra correspondía Osorno-. El problema es que, tal como ocurría en Londres con el carbón, la leña es, al mismo tiempo que el combustible más contaminante, el más barato, razón por la cual, cada vez que se menciona la posibilidad de avanzar hacia su reemplazo, surge una verdadera campaña del terror donde se acusa al responsable de emitir el argumento, de querer matarnos de frío.

En 2012, como investigador y director del Centro de Sustentabilidad UNAB y PhD, luego subsecretario y posteriormente ministro de Medioambiente en el Gobierno de Michelle Bachelet, Marcelo Mena, quien además nació en Osorno, fue lapidario para circunscribir el problema que enfrentamos: “las estufas a leña matan hoy en Chile a más personas que todas las termoeléctricas combinadas (…) La contaminación de material particulado fino (o PM 2,5) en Santiago proviene fundamentalmente del uso de leña: 70% de las emisiones en invierno (…) una estufa a leña contamina en un día lo mismo que 1.500 autos si se usa leña seca, y 12.000 autos si es leña húmeda; las estufas “ecológicas” que cumplen la norma 2012 equivalen a 375 autos (…) la leña sólo está prohibida en días de muy mala calidad de aire, cuando debería estar completamente prohibida. Al menos en la capital de Chile”.

Este punto es muy importante: no importa que se seque –ni siquiera vamos a entrar en el análisis de cuánto se encarece al certificarse, ni la imposibilidad que tienen luego las casas para almacenarla fuera de la humedad-: la leña seguirá siendo el combustible más contaminante al que podamos acceder, aún con combustiones lentas “ecológicas”.

Pero esa visión que tenía como académico, tuvo que matizarla una vez arribado al cargo de subsecretario de Medioambiente, porque a pesar de su lapidario análisis científico sobre la leña, debió salir a aclarar, ya como autoridad, que en el caso de Osorno no se va a prohibir este combustible...

Días más tarde, Guido Girardi fue víctima de un apaleo en redes sociales luego de que el 6 de julio de 2016, en una entrevista en El Austral de Osorno, señalara que se debía prohibir el uso de leña. De nada sirvió que dijera que debía hacerse de manera gradual y con subsidios estatales. ¿Qué se está defendiendo al defender la leña? Primero, se habla que se acabará con toda la actividad económica relacionada con esta explotación. ¿Es cierto? No necesariamente, porque es perfectamente posible darle mayor valor agregado: el pellet es un ejemplo de ello.

Itilier Salazar, director del Departamento de Ciencias Químicas y Recursos Naturales Universidad de la Frontera Temuco plantea desde hace años la alternativa de “la calefacción distrital, que funciona con una caldera central donde se combustiona biomasa –que se obtiene a partir de la descomposición por bacterias, en forma controlada, de la materia orgánica- y se distribuye (igual que el agua potable en este momento) el calor por las casas. Otra opción –dice- son los pellets de lodo (confeccionados en plantas de tratamiento de aguas servidas) que sirve como combustible y tiene un poder calorífico igual a la madera de pino”.

Marcelo Fernández, ex jefe de la División de Calidad del Aire del Ministerio de Medio Ambiente, apunta como solución a los calefactores a pellet, que representan del orden del 90% menos de emisiones que un calefactor a leña, mientras que Patricio Pérez, coordinador del Centro Meteorológico Ambiental de la Universidad de Santiago, propone “un plan piloto enfocado exclusivamente en Coyhaique, que consistiera en masivamente reemplazar la estufa a leña por calefacción eléctrica (subsidiada) (...). Sería bastante interesante –señala- porque si de un año para otro pasara de ser la ciudad más contaminada a la menos contaminada, produciría un impacto muy grande a toda la zona sur, sería como el modelo a imitar”.

En Chile contamos con el sol, aire, recursos hídricos en abundancia geotermia y, como señala el profesor Salazar, abundante biomasa. En 2016, a través de una columna en El Mostrador, Miguel Márquez ponía como ejemplo exitoso el caso de Noruega, país que como todos saben es bastante helado, donde precisamente la biomasa es su respuesta al compromiso de combatir el cambio climático, sin dejar que su población se muera de frío. Es que es falso que la alternativa a la prohibición de la leña sea congelarse: el problema es como logramos que las fuentes limpias sean más accesibles. De partida, parece razonable trasladar los 4.000 millones de dólares en gastos de salud asociados a la contaminación ambiental en Chile hacia subsidios que permitan materializar esta finalidad.

Mientas seguimos entre las 20 ciudades más contaminadas de Latinoamérica y continuamos adelante con la pasividad de los londinenses de medianos del siglo pasado, sólo aspiro a que podamos empezar a hablar en serio de una vez y salir de la chimuchina.

Por: Ricardo Alt Hayal
Periodista y cientista politico
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