El Burnout: el síndrome de “estar quemado”

Burnout
Por Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl - Académico, escritor e investigador (PUC-UACh)

El burnout fue reconocido oficialmente recién en mayo de 2019 por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como una enfermedad, y representa un trastorno de salud mental de tipo crónico y cotidiano causado por un estrés laboral que aparece con frecuencia en trabajadores de todo tipo, pero en forma especial y recurrente, en servicios de tipo asistencial y educacional: profesores de enseñanza básica y media, médicos en servicios de urgencia o que están relacionados con enfermos de carácter grave (pacientes con cáncer, que han sufrido accidentes vasculares, que tienen Alzheimer, etc.), enfermeras, terapeutas.

El concepto “burnout” fue acuñado, por primera vez, por el Dr. Herbert Freudenberger, un psicólogo norteamericano, en su libro “Burnout: el alto costo del alto rendimiento”, siendo uno de los primeros investigadores en estudiar y describir los síntomas del agotamiento profesional. La definición médica, por su parte, conceptualiza el síndrome de Burnout como el “resultado de un estrés crónico en el lugar de trabajo que no se ha manejado con éxito”.

A raíz de lo anterior, los distintos estudios e investigaciones que se han llevado a cabo, analizan y definen al burnout de dos maneras:

1. Visto como un síndrome de agotamiento emocional, despersonalización y reducida realización personal que puede ocurrir en individuos que hacen algún tipo de trabajo relacionado con personas.

2. Como un estado de fatiga crónica, desgaste profesional o frustración que se produce en función de una devoción y entrega a una determinada causa, o como consecuencia de una relación profesional que no produce la recompensa o satisfacción deseada.

En este sentido, el burnout está constituido por tres dimensiones claramente identificables: (a) un agotamiento emocional, que implica, precisamente, la pérdida o desgaste de los recursos emocionales de la persona, (b) un estado de despersonalización y alienación que genera una serie de actitudes negativas o de carácter marcadamente cínico e insensible hacia los demás, (c) una evaluación negativa del propio trabajo, que afecta directamente al sujeto y que lo hace sentirse no realizado en el plano personal.

Todos nosotros debemos tener muy claro, que el burnout no desaparece como por “arte de magia” a través de tomar algunos días de vacaciones y que tampoco puede ser asociado con el sólo hecho de estar con una “sobrecarga de trabajo”. El burnout está directamente vinculado con la desmotivación personal, el desgaste emocional y la falta de sentido en relación con la vida profesional que el sujeto está llevando.

Las cifras del burnout, en general, no son muy alentadoras, siendo más marcadas en algunos países que en otros, si bien se estima que en el área de la salud pública y en el sector de la educación escolar existe alrededor de un 20% de personas diagnosticadas con este síndrome y otro porcentaje similar –e incluso superior– serían proclives al burnout o estarían a punto de sufrirlo.

Un reportaje de un diario digital argentino de actualidad y de economía –Infobae– informó que “casi la mitad de los argentinos estaría afectado de burnout” como consecuencia de las “presiones económicas” que vive, hoy en día, el país trasandino, así como por las implicancias y “presiones de lo que significa el éxito laboral”.

Este trastorno de salud se presenta con mayor frecuencia en personas que son “trabajólicas”, que son idealistas, que no tienen pareja y, a menudo, se gatilla durante los primeros años del ejercicio profesional.

Es así, por ejemplo, que en el ámbito de la salud, se produce un grave conflicto de principios entre la demanda institucional de salud que ha sido burocratizada y mercantilizada, y las prestaciones de salud dignas y de calidad que las personas debieran recibir, así como también por el hecho de observar el consiguiente sufrimiento de los pacientes y sus familias por la dificultad, justamente, de obtener aquella atención digna que la gente se merece.

Igual cosa sucede con muchos de los profesores y educadores, quienes, por vocación, entran al ámbito de la educación y terminan frustrados, desilusionados y chocando de frente con la falta de recursos y materiales escolares, una sobrecarga de trabajo, la falta de reconocimiento a su labor y nivel de entrega y, lo que es peor, con padres y apoderados irresponsables y desidiosos que se suman a las actitudes y conductas agresivas, rebeldes y violentas de muchos alumnos y estudiantes.

Las principales fuentes de burnout son: la percepción de injusticia, el exceso de trabajo, insuficiente reconocimiento a la labor realizada, falta de control sobre las tareas ejecutadas, conflictos de principios y valores, etc.

Las respuestas de las personas a las fuentes que generan el síndrome del burnout son diversas y variadas: (a) indignación por parte del sujeto ante los obstáculos y las dificultades para resolver los problemas, (b) aparición de un desánimo que se torna invalidante, (c) resentimiento, impotencia y frustración, que posteriormente, es acompañado de afecciones de salud, generando enfermedades, adicciones, suicidios, (d) indiferencia, cinismo e insensibilidad, a raíz de un intento por “anestesiar” la frustración experimentada, (e) inactividad y pasividad: se produce una suerte de bloqueo personal y el sujeto comienza a “marcar el paso”.

Según González, de la Gándara y Flórez Lozano (2002) algunos de los signos que indican la posibilidad de estar sufriendo el síndrome de burnout son los siguientes: agotamiento emocional, despersonalización (la persona deja de ser un “individuo” y pasa a ser sólo un “engranaje” del sistema), deseo imperioso de abandonar la profesión o el trabajo que se está realizando, inseguridad e incertidumbre en relación con el propio quehacer, intolerancia frente a cualquier nueva petición o demanda que se le haga a la persona.

Por otra parte, existe una serie de síntomas que permiten diagnosticar que la persona está siendo afectada por el síndrome de burnout:

  1. Síntomas de tipo físico: falta de energía, fatiga crónica y desgano, debilidad, susceptibilidad aumentada a sufrir enfermedades, trastornos intestinales, jaquecas, tensión muscular, dolores, insomnio y trastornos del sueño, presión arterial alta, abuso de alcohol, falta de deseo sexual.
  2. Síntomas de tipo emocional: depresión, sentimientos de impotencia, fuerte autocrítica, desesperanza, ansiedad, angustia, irritabilidad, tendencia a generar conflictos (familiares y laborales), desmotivación, frustración, distanciamiento emocional y falta de sentido en la vida.
No se requiere de mucho análisis, para efectos de visualizar las graves consecuencias de sufrir el síndrome de burnout, tanto en el plano personal como laboral: un claro deterioro de las relaciones interpersonales, aumento de los conflictos en el ámbito laboral, una marcada disminución de la satisfacción laboral, incremento del ausentismo (por enfermedad o por accidentes laborales debido a la condición de desconcentración por parte del sujeto), renuncia al trabajo y, por cierto, el consecuente rendimiento reducido y el deterioro de la calidad del servicio ofrecido por la institución.

En función de todo lo anterior, sólo es posible hacer una serie de sugerencias y recomendaciones a las personas que sienten que están llegando a su punto límite de resistencia: (a) reconocer y tomar conciencia del estado de burnout en el que puede estar cayendo, (b) pedir y saber aceptar la ayuda que puedan brindar terceras personas, (c) asumir la responsabilidad por la propia salud (o enfermedad), (d) aprender a manejar y superar el estrés, (e) mejorar la propia participación personal como miembro de un equipo de trabajo, (f) enfrentar y solucionar el sentido de realización personal, es decir, la búsqueda de sentido en la vida.

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