Estrés: un flagelo que agobia y golpea con fuerza

Estrés
Por Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl - Académico, escritor e investigador (PUC-UACh)



Partamos señalando, que hay muchas ciudades y comunas de Chile que han tenido que soportar una segunda cuarentena, condición que ha obligado a los ciudadanos, una vez más, no sólo a restringir sus movimientos y tener que encerrarse en sus casas en forma obligatoria y, en algunos casos, antes de las 20:00 Hrs., sino que también ha impedido a cientos de miles de personas poder salir a trabajar en forma regular y normal para efectos de poder generar ingresos, cuidar y alimentar a sus familias, pagar sus cuentas, etc., lo que ha llevado a un aumento considerable de trastornos de carácter psicológicos.

Todo psiquiatra y psicólogo clínico tiene muy claro, que los problemas de tipo laboral, familiar y/o económico generan un alto nivel de estrés en las personas, condición que se torna aún más grave y perniciosa cuando el estrés se hace crónico, por cuanto, además de síntomas de ansiedad, frustración, agotamiento, depresión, irritabilidad, insomnio, aumento del nivel de agresividad y violencia, etc., el estrés también provoca una alteración del sistema inmunológico, lo cual, expone a las personas a desarrollar con mayor facilidad cualquier tipo de mal, contagiarse enfermedades infecciosas, e incluso, abre –y facilita– el camino para desarrollar un cáncer cuando el estrés se torna crónico. En este sentido, desde octubre de 2019 –entre el estallido social y la llegada de la pandemia– la población de Chile ha sido sometida a un alto nivel de estrés físico y psicológico.

A lo anterior, hay que sumar el encierro obligatorio de adultos, adolescentes y niños –en ocasiones, en espacios muy estrechos y que obligan al hacinamiento–, con menores que no pueden ser enviados al colegio por temor al contagio y que les impide recibir una educación de calidad y en forma presencial, o bien, por el miedo de que se conviertan en un vector de contagio de padres y abuelos, un tema sensible que crispa los nervios, pone más presión a una situación, que ya, de por sí, ha tensado al máximo las cuerdas de la resistencia de muchas personas, hasta llegar al punto de quiebre.


Lo peor de todo, es que el gobierno y las autoridades parecen desconocer –o no tener mucha conciencia– acerca de las múltiples “secuelas secundarias” que deja la pandemia en nuestro país, ya que si bien, se han tomado ciertas medidas económicas para paliar los grandes efectos negativos del alto nivel de cesantía y paralización de la economía, nadie parece interesarse en quién va a pagar los elevados costos en salud mental y física de los millones de chilenos agobiados por el elevado nivel de estrés al que están siendo sometidos desde hace un buen tiempo, con ciudades y comunas que han superado con creces los cuatro y hasta cinco meses de encierro, en un círculo vicioso de nunca acabar, tales como por ejemplo, en ciudades como Punta Arenas, Puerto Montt, Osorno, Temuco y otras.

El estrés se ha convertido en uno de los principales trastornos de estos últimos dos años como consecuencia de las presiones de toda índole a las que está sometida la población, ya sea que hablemos de los (a) elevados niveles de cesantía, (b) la paralización de la actividad económica, (c) la imposibilidad que tiene mucha gente –por falta de recursos– de acceder a un computador y a una impresora para obtener sus permisos de circulación, especialmente en las zonas rurales, (d) las numerosas y continuas marchas de protestas, muchas de las cuales terminan en saqueos, incendios y destrucción de propiedad pública y privada por parte de hordas criminales, (e) el alto nivel de polarización política que se vive en Chile y la consiguiente incapacidad e incompetencia de nuestra (mala) clase política de dejar a un lado sus egoístas intereses y lograr la unidad y los acuerdos necesarios para ponerse a trabajar en favor y en beneficio de la ciudadanía.

Una ciudadanía que observa –con impotencia y frustración– cómo sus representantes en el gobierno y en el parlamento se insultan, amenazan y descalifican mutuamente, mientras la población se hace cada vez más pobre, no puede trabajar, sufre hambre, no puede pagar sus cuentas y las “villas miserias” aumentan y crecen como callampas con cada día que pasa.

Todo este estrés acumulado afecta seriamente al ser humano y le provoca diversos y graves daños:
  1. A nivel cerebral: depresión, insomnio, ansiedad, desesperación, frustración, ataques de angustia y pánico, cansancio y fatiga mental, irritabilidad, incremento del nivel de agresividad. 
  2. A nivel gastrointestinal: gastritis, colitis, úlceras, cólicos, diarrea. 
  3. A nivel cardiovascular: presión arterial alta, infartos, taquicardia, palpitaciones, embolias. 
  4. A nivel de la piel: irritaciones cutáneas de diverso tipo, herpes zóster, ronchas y sarpullidos dolorosos. 
  5. A nivel del sistema inmune: depresión del sistema inmunológico y baja de las defensas, lo que expone a la persona a contraer infecciones y enfermedades de todo tipo, incluyendo un cáncer.
No está de más consignar, que diversos estudios de tipo genético, han revelado que las personas sometidas al impacto de una tensión de tipo crónica sufren un desgaste en su ADN, específicamente una secuencia de ADN que se encuentra en los extremos de los cromosomas y que se conocen como telómeros, condición que causa la muerte celular temprana, a lo cual se suma un alto nivel de productos de desechos que son tóxicos para los tejidos y que producen un envejecimiento prematuro de las personas, con la aparición de arrugas y surcos en la piel, flacidez facial, cejas y cara caída, etc.

Digamos finalmente, que sería recomendable que las autoridades tengan muy en cuenta, que estrés y frustración se asocian directamente con un circuito de la furia, donde la agresión y la violencia están a flor de piel y pueden surgir con mucha facilidad, tal como lo hemos visto en los últimos años.

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