La Educación Emocional comienza… en el jardín infantil
Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl -
Académico, escritor e investigador (PUC-UACh)
De acuerdo con la doctora en Psicología Neva Milicic y la psicóloga Teresita Marchant, el propósito de toda educación debe ser “lograr que los niños aprendan, que sean las mejores personas posibles y que desarrollen narrativas de vida que les permitan –junto con una sensación de bienestar emocional– ser un aporte significativo para la sociedad”, más que apuntar exclusivamente al desarrollo de ciertas competencias matemáticas, lingüísticas, artísticas, científicas, etc.
En tanto, que la “educación emocional de las personas consiste en un proceso de enseñanza de las habilidades emocionales” mediante el acompañamiento y apuntalamiento de un individuo en el aprendizaje y perfeccionamiento del control y manejo adecuado de las emociones.
Lo anterior significa ser capaces de identificar nuestras emociones y sentimientos, comprender su origen, así como aquilatar el gran nivel de influencia que ellas ejercen sobre nuestros pensamientos, actitudes y comportamiento. Lograr que este objetivo se cumpla, se ha convertido en un desafío que sigue pendiente en el sistema escolar tal como lo conocemos hoy.
La educación emocional se basa en la “Inteligencia Emocional” (I.E.) y se vincula con un conjunto de capacidades mentales por medio de las cuales las personas son capaces de percibir, interpretar, evaluar y expresar sus emociones. En este sentido, podemos utilizar nuestras emociones y nuestra capacidad de razonamiento con la finalidad de establecer relaciones interpersonales que tengan un carácter esencialmente positivo y que beneficien a todos los participantes de la relación.
Este proceso de aprendizaje nos ayuda: (a) a gestionar de una mejor forma las emociones, (b) permite proponer y alcanzar objetivos que sean realistas, (c) nos ayuda a ser capaces de empatizar con los demás, (d) nos facilita la posibilidad de afrontar de manera más exitosa los retos y las decisiones que la persona debe tomar. Dicho de otra manera: este proceso de aprendizaje nos permite trabajar las “habilidades socioemocionales” de las personas, las cuales resultan ser factores importantes durante toda nuestra vida.
La adecuada gestión de las emociones protege nuestra salud mental, evita y/o disminuye los niveles de ansiedad, angustia y estrés que pudiera experimentar una persona, ya que la incapacidad de regular las propias emociones no sólo nos afecta a nosotros mismos, sino que también afecta a quienes nos rodean. La razón para destacar esto último es muy fácil de comprender: ser capaces de mantener la calma, estar relajados y tranquilos en ciertas situaciones estresantes nos genera “bienestar tanto a nivel físico como mental”, condición que de manera automática se transmite y es percibido por los demás. Ahora bien, tal como veremos más adelante, algunos expertos y entendidos en la materia agregan, además, el plano espiritual como parte del proceso.
Es por todo lo anterior, que de acuerdo con Arnaldo Canales, Director Ejecutivo de la Fundación Liderazgo Chile (FLICH), resulta necesario cambiar el sistema educativo de tipo conductista que impera, hoy en día, en los colegios –por ser un sistema que privilegia enfocar a la educación como un conjunto de asignaturas con evaluaciones periódicas–, y en su lugar “promover la adquisición de herramientas, habilidades y competencias buscando fortalecer y ampliar las miradas desde una perspectiva integral y de mayor conciencia emocional en el proceso educativo, mediante la aplicación de estrategias que integren cuerpo, mente, emociones, lenguaje, relaciones interpersonales y la espiritualidad”.
Visto desde este punto de vista, la educación emocional vendría a representar, sin duda alguna, el proceso educativo más genuino que potencia el desarrollo integral del ser humano.
El Centro de Colaboración para el Aprendizaje Académico y Social (Colaborative for Academic, Social and Emotional Learning, CASEL) define el aprendizaje emocional como “el proceso de ayudar a los niños y adolescentes a desarrollar las competencias fundamentales para la efectividad en la vida”, es decir, “aquellas competencias que necesitamos para manejarnos a nosotros mismos, nuestras relaciones interpersonales y nuestro trabajo en forma efectiva y ética”.
De acuerdo con Zins, Weissberg, Wang y Wahlberg (2004), se han identificado cinco competencias básicas que deben desarrollarse en los programas de aprendizaje social. Revisemos algunas de ellas:
Digamos finalmente –sólo para tenerlo en cuenta– que “la clave del éxito del sistema educativo en Finlandia, es el respeto al profesor”.
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De acuerdo con la doctora en Psicología Neva Milicic y la psicóloga Teresita Marchant, el propósito de toda educación debe ser “lograr que los niños aprendan, que sean las mejores personas posibles y que desarrollen narrativas de vida que les permitan –junto con una sensación de bienestar emocional– ser un aporte significativo para la sociedad”, más que apuntar exclusivamente al desarrollo de ciertas competencias matemáticas, lingüísticas, artísticas, científicas, etc.
En tanto, que la “educación emocional de las personas consiste en un proceso de enseñanza de las habilidades emocionales” mediante el acompañamiento y apuntalamiento de un individuo en el aprendizaje y perfeccionamiento del control y manejo adecuado de las emociones.
Lo anterior significa ser capaces de identificar nuestras emociones y sentimientos, comprender su origen, así como aquilatar el gran nivel de influencia que ellas ejercen sobre nuestros pensamientos, actitudes y comportamiento. Lograr que este objetivo se cumpla, se ha convertido en un desafío que sigue pendiente en el sistema escolar tal como lo conocemos hoy.
La educación emocional se basa en la “Inteligencia Emocional” (I.E.) y se vincula con un conjunto de capacidades mentales por medio de las cuales las personas son capaces de percibir, interpretar, evaluar y expresar sus emociones. En este sentido, podemos utilizar nuestras emociones y nuestra capacidad de razonamiento con la finalidad de establecer relaciones interpersonales que tengan un carácter esencialmente positivo y que beneficien a todos los participantes de la relación.
Este proceso de aprendizaje nos ayuda: (a) a gestionar de una mejor forma las emociones, (b) permite proponer y alcanzar objetivos que sean realistas, (c) nos ayuda a ser capaces de empatizar con los demás, (d) nos facilita la posibilidad de afrontar de manera más exitosa los retos y las decisiones que la persona debe tomar. Dicho de otra manera: este proceso de aprendizaje nos permite trabajar las “habilidades socioemocionales” de las personas, las cuales resultan ser factores importantes durante toda nuestra vida.
La adecuada gestión de las emociones protege nuestra salud mental, evita y/o disminuye los niveles de ansiedad, angustia y estrés que pudiera experimentar una persona, ya que la incapacidad de regular las propias emociones no sólo nos afecta a nosotros mismos, sino que también afecta a quienes nos rodean. La razón para destacar esto último es muy fácil de comprender: ser capaces de mantener la calma, estar relajados y tranquilos en ciertas situaciones estresantes nos genera “bienestar tanto a nivel físico como mental”, condición que de manera automática se transmite y es percibido por los demás. Ahora bien, tal como veremos más adelante, algunos expertos y entendidos en la materia agregan, además, el plano espiritual como parte del proceso.
Es por todo lo anterior, que de acuerdo con Arnaldo Canales, Director Ejecutivo de la Fundación Liderazgo Chile (FLICH), resulta necesario cambiar el sistema educativo de tipo conductista que impera, hoy en día, en los colegios –por ser un sistema que privilegia enfocar a la educación como un conjunto de asignaturas con evaluaciones periódicas–, y en su lugar “promover la adquisición de herramientas, habilidades y competencias buscando fortalecer y ampliar las miradas desde una perspectiva integral y de mayor conciencia emocional en el proceso educativo, mediante la aplicación de estrategias que integren cuerpo, mente, emociones, lenguaje, relaciones interpersonales y la espiritualidad”.
Visto desde este punto de vista, la educación emocional vendría a representar, sin duda alguna, el proceso educativo más genuino que potencia el desarrollo integral del ser humano.
El Centro de Colaboración para el Aprendizaje Académico y Social (Colaborative for Academic, Social and Emotional Learning, CASEL) define el aprendizaje emocional como “el proceso de ayudar a los niños y adolescentes a desarrollar las competencias fundamentales para la efectividad en la vida”, es decir, “aquellas competencias que necesitamos para manejarnos a nosotros mismos, nuestras relaciones interpersonales y nuestro trabajo en forma efectiva y ética”.
De acuerdo con Zins, Weissberg, Wang y Wahlberg (2004), se han identificado cinco competencias básicas que deben desarrollarse en los programas de aprendizaje social. Revisemos algunas de ellas:
- Conciencia de sí mismo: capacidad para identificar y reconocer las propias emociones, de tener una percepción precisa de uno mismo, el desarrollo de la auto-eficacia, la espiritualidad y el desarrollo de valores.
- Conciencia social: que incluye el desarrollo de la empatía, la toma de perspectiva, el respeto por los otros y la aceptación y valoración de la diversidad.
- Autorregulación: que incluye el control de impulsos, la automotivación, la capacidad de fijarse metas y cumplirlas, el manejo del estrés y habilidad de organizarse.
- Toma responsable de decisiones: comprende la capacidad de identificar y resolver problemas, de evaluar y reflexionar antes de tomar decisiones y asumir la responsabilidad personal y moral por éstas.
- Manejo de las relaciones interpersonales: agrupa la capacidad para realizar trabajo cooperativo, pedir y dar ayuda, negociar y manejar conflictos.
Digamos finalmente –sólo para tenerlo en cuenta– que “la clave del éxito del sistema educativo en Finlandia, es el respeto al profesor”.
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