Bon Jovi en Chile 2010: "yo estuve ahí para contarlo"

Santiago. Por: Erica Vera.

Cuando supe que venían no podía creerlo: Bon Jovi a Chile. Recuerdo ese año 1990, cuando ellos vinieron a Chile. Tenía casi 10 años y vi en la televisión cuando actuaron.

Casi 20 años después, circunstancias de la vida hacían imposible viajar…pero una persona de noble corazón me dijo “te regalo la entrada”. La compré en Puerto Montt y cuando la tuve en mis manos no daba crédito a lo que veía: el mágico ticket de Cancha General, Bon Jovi, viernes 2 de octubre, 21.00 horas, Estadio Nacional, Santiago de Chile.

Teniendo pasajes y la entrada, lo demás importaba poco. Lo necesario era tener agua , algo que comer y la tarjeta BIP cargada para andar en Metro o micro…dicen por ahí que “el que quiere celeste... que le cueste”.

Llegué a Santiago. Desayuno a la salida del Terminal (la plata no daba para ir a una cafetería). De inmediato a tomar el Metro. Destino. Estadio Nacional. Al llegar, una cantidad interminable de vendedores ofrecían los productos ad hoc: cintillos, gorros, poleras, chapitas, muñequeras, entre otras cosas. Me compré un cintillo negro con letras brillantes que resaltaban “BON JOVI, CIRCLE TOUR, CHILE”.

Del metro al estadio no es lejos. Era mucha gente que, a las 12.30, y con mucho calor iba en masa a agarrar la mejor ubicación. Al llegar a avenida Grecia, ya había gente esperando en la entrada del Nacional. Me ubiqué en una de las filas y, pasado los minutos, la “conversa” se había instalado entre las mujeres que hacíamos guardia por entrar al show.

Hasta las 17.30 había que esperar, pero eso no impidió que con el grupo habláramos de lo humano y lo divino: de dónde éramos, que edad teníamos, qué hacíamos, que cómo nos gustó Bon Jovi, que si el Estadio Nacional estaba mejor o peor que antes…hasta el terremoto salió a flote. El almuerzo fue un simple pan con jamón y un jugo en caja. Con el calor reinante, la verdad es que pocas ganas daban de comer… para el santiaguino promedio no era “nada” pero para alguien como yo, del sur lluvioso y helado, era algo casi imposible de aguantar.

Así pasaron las horas. Seguía llegando gente. 17.20 horas. 10 minutos antes de lo proyectado, se abren las puertas del Estadio Nacional. Emoción al máximo. Ahí comencé a pensar “esto sí es verdad…sí podré conocer a Bon Jovi”.

Tras los controles de rigor (donde los guardias querían quitar desde pan, galletas, hasta pilas), salí corriendo, junto a las chicas, hacia el interior del estadio, con tal de llegar a la fila de Cancha General. Llegamos casi dentro de las primeras pero nos enfrentamos a los “colados”, esos tipejos (as) que llegaron tarde y querían pasarse de listos ingresando primeros.

Chao con ellos, nos colocamos casi en cadena humana con tal de respetar nuestra ubicación. Mal que mal, ingresar dentro de los primeros significaba estar a una distancia ideal del grupo cuando actuara.

Pasado este control, ahora sí…AHORA EL ESTADIO NACIONAL ESTABA FRENTE A NOSOTROS. Todas juntas corrimos hacia la entrada e ingresamos gritando un fuerte “Ahhhhhhhhhhhhhhhhhh”, mientras los guardias nos miraban con cara extraña pero nos importaba poco aquello…¡qué importaba eso…si nuestro sueño de niñas estaba a pocos pasos de poder concretarse!.

La eterna espera tuvo frutos: nos ubicamos casi al inicio de Cancha General, al lado de la reja que separaba cancha general de la VIP (que de VIP solo tenía la ubicación porque igual había que estar parado para ver el recital). A solo 100 metros de distancia, en unas horas más, estaría Jon Bon Jovi, Richie Sambora, Tico Torres y David Bryan.

Ya ahí, nos sentamos en el suelo porque, la verdad, las piernas ya no daban más de lo cansadas.

Ahí descansamos algo, mientras seguía llegando más y más gente en todos los sectores del estadio. Lo bueno fue que, curioso o no, quedamos todos juntos los que hacíamos la fila a la entrada del estadio.

Las horas pasaron súper rápido y a las 20.00 horas comenzó el show de Lucybell, teloneros del recital de fondo. Muchos no entendíamos qué relación musical tenía este grupo con Bon Jovi pero bueno, fueron casi 45 minutos de un show que, a juicio personal, sirvió de relleno a la espera del número estelar. Los escuchamos con respeto ya que aprovecharon bien su oportunidad de serla antesala de un grupo de nivel mundial como Bon Jovi.

COMIENZO DEL SHOW… Y CUMPLIR UN SUEÑO

21.00 horas en punto. Se apagan las luces. Comienzan los gritos. Se encienden los flashes de las cámaras de fotos y videos. Al clásico cántico previo de cada recital (Ohhh oh oh oh oh…), le continúa un silencio sepulcral. Nadie habla. Nadie dice nada.

Hasta cuando aparecen ellos en escena. Ahí todos gritamos, nadie puede decir que no lo hizo. La algarabía inundó todo el Estadio Nacional, nuestro recinto, nuestro único lugar del país capaz de albergar a 55 mil personas para ver a un grupo musical.

Cuando Jon Bon Jovi tomó el micrófono, el ruido de las mujeres era ensordecedor. Comenzó cantando “Blood on blood” y comenzó la fiesta desde cancha vip hasta galería. La puesta en escena fue majestuosa: dos pantallas gigantes, a cada lado del escenario, con tecnología HD eran imponentes; el escenario en sí tenía otra pantalla, espectacular y, durante el recital, apreciamos los juegos de luces a otro nivel. Verdadera categoría mundial.

De ahí coreamos todos los éxitos de Bon Jovi, uno a uno. “Keep the faith”, “Born to be my baby”, “You give love a bad name”, “It’s my life”, “Someday I’ll be Saturday night”, “Blaze of glory”, “Never Say Goodbye” y tantos…tantos más. Hasta nos cantó “Pretty Woman”, en un cover genial del tema de Roy Orbison y canción de la película “Mujer Bonita”.

Fueron 21 temas cantados, gritados, saltados, intentando colocar nuestras cámaras de foto lo mejor posible para inmortalizar, en algo, el momento. El sonido fue espectacular, a otro nivel y, lo mejor, la voz de Jon Bon Jovi sigue igual, intacta, como en los viejos tiempos.

Cuando el show se empinaba por las 2 horas y casi 30 minutos, y tras varios temas adicionales por petición de todos, Bon Jovi dijo adiós. Y lo hizo a lo grande, ovacionados por los 55 mil chilenos y chilenas que agotamos todas las entradas a su recital. Jon portó una bandera chilena y, junto a los demás, se despidieron, quizás pensando en esos miles de personas de este país, hombres y mujeres de todas las edades que, al fin del mundo, y 20 años después, corearon una a una sus canciones.

Terminado este periplo, me quedé con varias sensaciones. De alegría, por haber visto a mis ídolos de siempre en vivo; de tristeza, porque quizás nunca más vuelvan a venir y, si es que lo hacen, ya serán más viejos, y me cargaría apreciarlos sin voz y sólo por cumplir una gira.

A las chicas que me acompañaron nunca más las vi. De hecho, nunca supe sus nombres. Me saqué fotos con dos de ellas; las demás seguro se fueron rápido con tal de alcanzar una micro afuera del estadio. Esa micro que fue esquiva para mí y que me hizo caminar desde el Estadio Nacional hasta Vicuña Mackenna y, de ahí, hasta Francisco Bilbao, casi al llegar a Plaza Italia (los que conocen Santiago, sabrán el enorme trayecto que aquello significó).

Una caminata sola, con hambre, con sed. Cansada a morir y casi sin voz de tanto gritar. Pero, dentro de todo, y en plena Vicuña Mackenna, tras haber agotado mi última “luca” en comprar una bendita agua mineral, sólo sonreí y dije “al fin cumplí mi sueño, pasé de todo, sin plata, pero la valentía de haber venido a Santiago valió la pena… ya tengo una historia que contarle algún día a mis nietos”.

Porque quizás para muchos fue una locura. Quizás sí lo haya sido pero… si no hacemos alguna locura alguna vez y sólo dejamos que nuestra sea monótona, cumpliendo horarios todos los días, vacacionando siempre en los mismos lugares, no dándonos siquiera un “gustito” ¿sería harto fome, cierto?

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