La Misión de Quilacahuín dice adiós al Hermano Martin Bakkers
“Hace 44 años llegué a Chile junto a otros hermanos de mi Congregación, por intermedio del Venerable Siervo de Dios Monseñor Francisco Valdés. Recuerdo la primera vez que lo vi. Siempre me pareció un hombre amable, de acción. Un humilde capuchino dedicado en cuerpo y alma a los que más sufrían, a los pobres”. Recuerda con un poco de tristeza el hermano holandés Martin Bakkers, perteneciente a la Congregación de los Hermanos Penitentes y quien se despide para siempre de Chile para retornar a su país de origen.
¿Cómo fueron para el hermano Martin estos primeros años en la Misión?
“En el año 1971 llegué al Hospital del Perpetuo Socorro, en la Misión de Quilacahuín, perteneciente a la Comuna de San Pablo. Soy de profesión enfermero. Pero la verdad, tuve que asumir variados roles: Jefe de Personal, Auxiliar paramédico, conductor, secretario, auxiliar de servicio, calderero. Nunca podré olvidar aquellos primeros momentos. Fue un golpe tremendo ver tanta pobreza, tanto dolor, tanto sufrimiento. Para mí fueron terribles aquellos dos primeros años. No sabía idioma. Al hospital llegaban a diario muchos casos, algunos más graves que otros. La zona era de difícil acceso, caminos en mal estado. En algunos sectores no había agua potable, las personas vivían en pésimas condiciones. La vida en el campo fue difícil. Trabajé en todo lo que pude ayudando a la comunidad que era eminentemente agrícola. Así fueron mis primeros años como misionero”. Sus ojos quedan por un rato detenidos en el tiempo, su mirada se enfoca en sus manos ásperas y firmes. Manos que lo han dado todo durante más de 4 décadas por el bienestar del prójimo. Trata de contener la emoción mientras habla, mas resulta perceptible para su entrevistador.
Usted ha dado su vida por los demás. Ha trabajado sin descanso, nunca se ha quejado. Siempre ha atendido de forma cálida y alegre. Ha salvado miles de vidas. ¿Cómo enfrenta esta nueva etapa; cómo afronta el decirle adiós para siempre a este país, su segunda Patria?
Te confieso que tengo un poco de miedo pero a la vez soy optimista. Creo en Dios cotidiano, hacedor de las cosas simples. Ya no tengo el mismo ímpetu ni las mismas fuerzas de hace cuarenta años atrás cuando llegué a Chile, a servir en la Diócesis de Osorno. Aquí dejo la mayor y mejor parte de mi vida. Mis compañeros de siempre de trabajo, mis hermanos, mis mejores amigos. Aquí dejo mil recuerdos de un pueblo que me acogió con calor humano y con amabilidad. Agradecimiento, satisfacción y tristeza, experimento en este instante en que me preguntas. Agradecimiento por este pueblo maravilloso; satisfacción porque he obrado de acuerdo a la voluntad del Señor; tristeza porque este será un viaje sin retorno.
El Señor ha obrado maravillas en usted hermano, su misión anónima, silenciosa, es desde ya meritoria e imperecedera. ¿Cuál es su mayor deseo antes de partir?
Quiero que continúe la obra, por la que luchamos tanto. Que impulsen con ímpetu, con sentido de pertenencia y motivación la Misión. Siendo humildes, edificando sin esperar nada a cambio. Siendo solidarios como virtud de vida.
¿Cómo transcurre su cotidianidad por estos días antes de su partida?
Trato de ser feliz con las cosas simples que el Señor me regala, siempre dejo un tiempo para leer novelas policiales, son mis favoritas. También para dormir. Aunque estamos en el 2015 me quedé en el siglo pasado en cuanto a las tecnologías. Soy más tradicional. (Se sonríe) De la geografía chilena recordaré siempre el impacto que me ocasionó la carretera Austral. Eran paisajes de esos que solo vemos en las revistas. Cuando probé por primera vez un plato que en mi opinión es delicioso: la cazuela de vacuno. El Señor me regaló momentos mágicos y únicos, que al final son los que nos quedan en la memoria agradecida. Me voy pero siempre los recordaré. Parte importante de mi vida queda acá.
Su mayor premio…
El haber sido útil para tantas personas. Desarrollando una profesión en favor de los más necesitados. Alguien me dijo una vez algo muy bonito. “Usted –hermano Martin- es un hombre fuerte porque tiene ideas, porque ayuda sin esperar nada a cambio, usted es un hombre invencible porque tiene valores y ha puesto su confianza en Dios”. Realmente me conmovieron esas palabras. Muchas veces nos cuestionamos que camino debemos de tomar, que es lo correcto que debemos hacer, a que obra entregamos toda nuestra energía, creo que la respuesta es simple, debemos seguir siempre el camino de la utilidad, del mejoramiento de la vida del ser humano, de la misericordia y del servicio. La mejor forma de decir es hacer. Mi Mayor premio es el cariño y el respeto que me he ganado entre los pobladores de la Misión. Ahora le pregunto yo, me increpa el hermano Martin con un exquisito sentido del humor; me dijo que serían 5 minutos y 2 preguntas y llevamos casi una hora conversando. (Se ríe)
Fuente: obispadocomunica - obispadocomunica@gmail.com
¿Cómo fueron para el hermano Martin estos primeros años en la Misión?
“En el año 1971 llegué al Hospital del Perpetuo Socorro, en la Misión de Quilacahuín, perteneciente a la Comuna de San Pablo. Soy de profesión enfermero. Pero la verdad, tuve que asumir variados roles: Jefe de Personal, Auxiliar paramédico, conductor, secretario, auxiliar de servicio, calderero. Nunca podré olvidar aquellos primeros momentos. Fue un golpe tremendo ver tanta pobreza, tanto dolor, tanto sufrimiento. Para mí fueron terribles aquellos dos primeros años. No sabía idioma. Al hospital llegaban a diario muchos casos, algunos más graves que otros. La zona era de difícil acceso, caminos en mal estado. En algunos sectores no había agua potable, las personas vivían en pésimas condiciones. La vida en el campo fue difícil. Trabajé en todo lo que pude ayudando a la comunidad que era eminentemente agrícola. Así fueron mis primeros años como misionero”. Sus ojos quedan por un rato detenidos en el tiempo, su mirada se enfoca en sus manos ásperas y firmes. Manos que lo han dado todo durante más de 4 décadas por el bienestar del prójimo. Trata de contener la emoción mientras habla, mas resulta perceptible para su entrevistador.
Usted ha dado su vida por los demás. Ha trabajado sin descanso, nunca se ha quejado. Siempre ha atendido de forma cálida y alegre. Ha salvado miles de vidas. ¿Cómo enfrenta esta nueva etapa; cómo afronta el decirle adiós para siempre a este país, su segunda Patria?
Te confieso que tengo un poco de miedo pero a la vez soy optimista. Creo en Dios cotidiano, hacedor de las cosas simples. Ya no tengo el mismo ímpetu ni las mismas fuerzas de hace cuarenta años atrás cuando llegué a Chile, a servir en la Diócesis de Osorno. Aquí dejo la mayor y mejor parte de mi vida. Mis compañeros de siempre de trabajo, mis hermanos, mis mejores amigos. Aquí dejo mil recuerdos de un pueblo que me acogió con calor humano y con amabilidad. Agradecimiento, satisfacción y tristeza, experimento en este instante en que me preguntas. Agradecimiento por este pueblo maravilloso; satisfacción porque he obrado de acuerdo a la voluntad del Señor; tristeza porque este será un viaje sin retorno.
El Señor ha obrado maravillas en usted hermano, su misión anónima, silenciosa, es desde ya meritoria e imperecedera. ¿Cuál es su mayor deseo antes de partir?
Quiero que continúe la obra, por la que luchamos tanto. Que impulsen con ímpetu, con sentido de pertenencia y motivación la Misión. Siendo humildes, edificando sin esperar nada a cambio. Siendo solidarios como virtud de vida.
¿Cómo transcurre su cotidianidad por estos días antes de su partida?
Trato de ser feliz con las cosas simples que el Señor me regala, siempre dejo un tiempo para leer novelas policiales, son mis favoritas. También para dormir. Aunque estamos en el 2015 me quedé en el siglo pasado en cuanto a las tecnologías. Soy más tradicional. (Se sonríe) De la geografía chilena recordaré siempre el impacto que me ocasionó la carretera Austral. Eran paisajes de esos que solo vemos en las revistas. Cuando probé por primera vez un plato que en mi opinión es delicioso: la cazuela de vacuno. El Señor me regaló momentos mágicos y únicos, que al final son los que nos quedan en la memoria agradecida. Me voy pero siempre los recordaré. Parte importante de mi vida queda acá.
Su mayor premio…
El haber sido útil para tantas personas. Desarrollando una profesión en favor de los más necesitados. Alguien me dijo una vez algo muy bonito. “Usted –hermano Martin- es un hombre fuerte porque tiene ideas, porque ayuda sin esperar nada a cambio, usted es un hombre invencible porque tiene valores y ha puesto su confianza en Dios”. Realmente me conmovieron esas palabras. Muchas veces nos cuestionamos que camino debemos de tomar, que es lo correcto que debemos hacer, a que obra entregamos toda nuestra energía, creo que la respuesta es simple, debemos seguir siempre el camino de la utilidad, del mejoramiento de la vida del ser humano, de la misericordia y del servicio. La mejor forma de decir es hacer. Mi Mayor premio es el cariño y el respeto que me he ganado entre los pobladores de la Misión. Ahora le pregunto yo, me increpa el hermano Martin con un exquisito sentido del humor; me dijo que serían 5 minutos y 2 preguntas y llevamos casi una hora conversando. (Se ríe)
Fuente: obispadocomunica - obispadocomunica@gmail.com