El manejo de la rabia: una necesidad imperativa de nuestros tiempos
Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl
El Dr. Daniel Goleman, psicólogo norteamericano que adquirió fama y notoriedad mundial con la publicación de su libro “Inteligencia Emocional”, señala en su obra “Emociones destructiva. Cómo comprenderlas y dominarlas” –escrito que surgió como producto de un diálogo científico con el Dalai Lama–, que la rabia y la ira son emociones autodestructivas y peligrosas, razón por la cual, lo recomendable es tratar de manejar dichas emociones o, en su defecto, buscar reemplazarlas por otras emociones más beneficiosas para el cuidado de nuestra unidad psico-física (mente y cuerpo), y en favor de nuestra sanidad mental.
El primer gran obstáculo radica en que nadie nos enseña –ni en el colegio, ni en la universidad o en el trabajo– cómo manejar y controlar estas emociones tan fuertes y tan potentes.
Por otra parte, vemos, con cierto grado de desesperación, que la forma deshonesta y poco ética en que se comportan –entre otros– nuestras autoridades de gobierno, los políticos y los empresarios de este país nos provoca, justamente, ese tipo fuerte de emociones: ira y rabia, a las que además, se suma un alto nivel de frustración e impotencia ante la dificultad de defendernos de tanto abuso, lo que, naturalmente, en un círculo vicioso, nos genera más rabia aún.
De acuerdo con diversas investigaciones, la ira es una emoción de tipo violento y agresivo que está caracterizada por un notable aumento del ritmo cardíaco, una elevación de la presión sanguínea, un aumento de los niveles de adrenalina y noradrenalina circulando frenéticamente por nuestro organismo, condición que también puede estar acompañada de sudor, enrojecimiento de la epidermis, un aumento de la tensión muscular, la aceleración de la respiración y un incremento de la energía (o fuerza muscular), así como de la gesticulación corporal.
Algunos investigadores ven la ira como parte de la respuesta cerebral de atacar o de huir (fight or flight) de una determinada amenaza o de un posible daño.
Como en la mayoría de los casos no podemos atacar ni agredir físicamente a quienes nos dañan, abusan de nosotros y nos explotan –ya que nosotros nos iríamos a la cárcel, no obstante ser los otros los causantes de nuestro mal–, tenemos dos posibles alternativas: (a) “comernos” (bancarnos) nuestra rabia, o (b) utilizar a un tercero –un objeto cualquiera o alguien más débil e indefenso– sobre el cual descargar nuestra ira y nuestra rabia.
Dado el hecho que la ira disminuye e inhibe notablemente nuestra capacidad para razonar, las personas pueden terminar realizando una diversidad de conductas agresivas: romper y destrozar objetos, descargar nuestra furia contra una puerta, patear objetos, utilizar la agresión verbal (uso del sarcasmo, la ironía, la descalificación, etc.), desquitarse golpeando a un animal indefenso, auto-agredirse (jalarse los cabellos, azotar la cabeza contra un muro, infligirse cortes o auto-mutilarse) o, lo que es más grave aún, golpear y lastimar a seres humanos que queremos y amamos, pero que en ese momento de rabia se convierten automáticamente en nuestro punching ball, ya que nuestro cerebro dejó de reflexionar y razonar, y ahora se encuentra en modo “instinto animal” de agresión pura.
La rabia surge, generalmente, cuando: (a) vemos o vivimos situaciones que son injustas, (b) cuando no podemos o somos incapaces de controlar una determinada situación, (c) cuando no podemos controlar las acciones de los demás, (d) cuando no aceptamos determinados hechos que nos desagradan, (e) cuando nos molesta la forma de actuar de quienes nos rodean.
Es decir, la ira –y la subsecuente agresividad– surge ante cualquier situación que nosotros interpretamos como una amenaza a nuestra integridad, a nuestra dignidad como personas, a nuestra calidad de seres humanos que hacen las cosas de manera correcta. La ira y la rabia se asocian fuertemente con sentimientos de temor, de frustración, de sentir que hay quienes abusan de nuestra paciencia y de nuestro deseo íntimo de actuar de manera correcta. Con respecto a la “agresión” misma, señalemos brevemente que existen dos tipos de agresión: (a) agresión hostil: provocada por la ira y el enojo del momento que vive de la persona, y que se ejecuta como un fin en sí mismo, llamada también “agresión afectiva o pasional”, y (b) la agresión instrumental: aquella que es utilizada de manera premedidata con el fin de lastimar a otros, o como un medio para lograr algún otro objetivo, en que el sujeto que la utiliza sabe perfectamente que aquello que está haciendo, está mal. Ambos tipos de agresión pueden provocar mucho daño.
Si bien tenemos una serie de estrategias que nos permiten minimizar el grado de rabia que experimentamos, éstas requieren de un cierto esfuerzo, trabajo personal y tiempo de práctica –a menudo, también de ayuda externa y experta–, si es que realmente queremos superar esta experiencia negativa, la cual, como ya hemos visto, puede ser incluso auto destructiva –afectando severamente nuestro sistema inmune y nuestro organismo– cuando no podemos liberarnos de ella.
Lo primero que corresponde hacer, es (a) identificar de manera clara cuál es la fuente o la causa de nuestras emociones negativas, con el fin de establecer si existe algún factor que depende de mi propia persona y que me ayude a defenderme de este “ataque emocional”, (b) detenerse un momento a examinar lo que se está viviendo (experimentando) y, como consecuencia de este acto, buscar la manera de serenarse para no caer en “modo de agresión irreflexiva” (contar hasta diez y hasta veinte, si es necesario, REALMENTE ayuda: algunos hablan de un “time out”, es decir, de darse un espacio de tiempo para serenar los ánimos caldeados); (c) dado que la rabia y la ira pueden ser emociones auto-destructivas, la persona debe examinar seriamente la posibilidad de desprenderse del resentimiento que lo embarga y tomar cartas en el asunto (defendiéndose de manera adecuada; denunciando los hechos que generan la rabia; expresando una protesta de manera asertiva, es decir, defendiendo los propios derechos sin pasar a llevar ni a transgredir los derechos de los demás), (d) emprender una acción positiva que neutralice la acción negativa de la que se es objeto, por cuanto el mayor daño se lo lleva la propia persona, (e) dar el paso más difícil: pasar del “modo agresión” al “modo reflexión”, condición que involucra dar espacio –en la medida de lo posible– al uso del pensamiento lógico y racional, estrategia que tiene su complemento en los puntos (c) y (d) previamente señalados, ya que implica la búsqueda de una solución, de una fórmula o de una alternativa que permita superar el impasse y que no produzca un daño adicional al que ya le correspondió experimentar a la persona afectada.
Dar estos pasos, significa comenzar a recorrer el sendero hacia el desarrollo de la Inteligencia Emocional. No es un camino fácil de recorrer, pero si otros lo han podido recorrer, entonces… ¿por qué razón no habría de ser uno mismo capaz de hacerlo también?
Fuente: flotitoc@gmail.com
El Dr. Daniel Goleman, psicólogo norteamericano que adquirió fama y notoriedad mundial con la publicación de su libro “Inteligencia Emocional”, señala en su obra “Emociones destructiva. Cómo comprenderlas y dominarlas” –escrito que surgió como producto de un diálogo científico con el Dalai Lama–, que la rabia y la ira son emociones autodestructivas y peligrosas, razón por la cual, lo recomendable es tratar de manejar dichas emociones o, en su defecto, buscar reemplazarlas por otras emociones más beneficiosas para el cuidado de nuestra unidad psico-física (mente y cuerpo), y en favor de nuestra sanidad mental.
El primer gran obstáculo radica en que nadie nos enseña –ni en el colegio, ni en la universidad o en el trabajo– cómo manejar y controlar estas emociones tan fuertes y tan potentes.
Por otra parte, vemos, con cierto grado de desesperación, que la forma deshonesta y poco ética en que se comportan –entre otros– nuestras autoridades de gobierno, los políticos y los empresarios de este país nos provoca, justamente, ese tipo fuerte de emociones: ira y rabia, a las que además, se suma un alto nivel de frustración e impotencia ante la dificultad de defendernos de tanto abuso, lo que, naturalmente, en un círculo vicioso, nos genera más rabia aún.
De acuerdo con diversas investigaciones, la ira es una emoción de tipo violento y agresivo que está caracterizada por un notable aumento del ritmo cardíaco, una elevación de la presión sanguínea, un aumento de los niveles de adrenalina y noradrenalina circulando frenéticamente por nuestro organismo, condición que también puede estar acompañada de sudor, enrojecimiento de la epidermis, un aumento de la tensión muscular, la aceleración de la respiración y un incremento de la energía (o fuerza muscular), así como de la gesticulación corporal.
Algunos investigadores ven la ira como parte de la respuesta cerebral de atacar o de huir (fight or flight) de una determinada amenaza o de un posible daño.
Como en la mayoría de los casos no podemos atacar ni agredir físicamente a quienes nos dañan, abusan de nosotros y nos explotan –ya que nosotros nos iríamos a la cárcel, no obstante ser los otros los causantes de nuestro mal–, tenemos dos posibles alternativas: (a) “comernos” (bancarnos) nuestra rabia, o (b) utilizar a un tercero –un objeto cualquiera o alguien más débil e indefenso– sobre el cual descargar nuestra ira y nuestra rabia.
Dado el hecho que la ira disminuye e inhibe notablemente nuestra capacidad para razonar, las personas pueden terminar realizando una diversidad de conductas agresivas: romper y destrozar objetos, descargar nuestra furia contra una puerta, patear objetos, utilizar la agresión verbal (uso del sarcasmo, la ironía, la descalificación, etc.), desquitarse golpeando a un animal indefenso, auto-agredirse (jalarse los cabellos, azotar la cabeza contra un muro, infligirse cortes o auto-mutilarse) o, lo que es más grave aún, golpear y lastimar a seres humanos que queremos y amamos, pero que en ese momento de rabia se convierten automáticamente en nuestro punching ball, ya que nuestro cerebro dejó de reflexionar y razonar, y ahora se encuentra en modo “instinto animal” de agresión pura.
La rabia surge, generalmente, cuando: (a) vemos o vivimos situaciones que son injustas, (b) cuando no podemos o somos incapaces de controlar una determinada situación, (c) cuando no podemos controlar las acciones de los demás, (d) cuando no aceptamos determinados hechos que nos desagradan, (e) cuando nos molesta la forma de actuar de quienes nos rodean.
Es decir, la ira –y la subsecuente agresividad– surge ante cualquier situación que nosotros interpretamos como una amenaza a nuestra integridad, a nuestra dignidad como personas, a nuestra calidad de seres humanos que hacen las cosas de manera correcta. La ira y la rabia se asocian fuertemente con sentimientos de temor, de frustración, de sentir que hay quienes abusan de nuestra paciencia y de nuestro deseo íntimo de actuar de manera correcta. Con respecto a la “agresión” misma, señalemos brevemente que existen dos tipos de agresión: (a) agresión hostil: provocada por la ira y el enojo del momento que vive de la persona, y que se ejecuta como un fin en sí mismo, llamada también “agresión afectiva o pasional”, y (b) la agresión instrumental: aquella que es utilizada de manera premedidata con el fin de lastimar a otros, o como un medio para lograr algún otro objetivo, en que el sujeto que la utiliza sabe perfectamente que aquello que está haciendo, está mal. Ambos tipos de agresión pueden provocar mucho daño.
Si bien tenemos una serie de estrategias que nos permiten minimizar el grado de rabia que experimentamos, éstas requieren de un cierto esfuerzo, trabajo personal y tiempo de práctica –a menudo, también de ayuda externa y experta–, si es que realmente queremos superar esta experiencia negativa, la cual, como ya hemos visto, puede ser incluso auto destructiva –afectando severamente nuestro sistema inmune y nuestro organismo– cuando no podemos liberarnos de ella.
Lo primero que corresponde hacer, es (a) identificar de manera clara cuál es la fuente o la causa de nuestras emociones negativas, con el fin de establecer si existe algún factor que depende de mi propia persona y que me ayude a defenderme de este “ataque emocional”, (b) detenerse un momento a examinar lo que se está viviendo (experimentando) y, como consecuencia de este acto, buscar la manera de serenarse para no caer en “modo de agresión irreflexiva” (contar hasta diez y hasta veinte, si es necesario, REALMENTE ayuda: algunos hablan de un “time out”, es decir, de darse un espacio de tiempo para serenar los ánimos caldeados); (c) dado que la rabia y la ira pueden ser emociones auto-destructivas, la persona debe examinar seriamente la posibilidad de desprenderse del resentimiento que lo embarga y tomar cartas en el asunto (defendiéndose de manera adecuada; denunciando los hechos que generan la rabia; expresando una protesta de manera asertiva, es decir, defendiendo los propios derechos sin pasar a llevar ni a transgredir los derechos de los demás), (d) emprender una acción positiva que neutralice la acción negativa de la que se es objeto, por cuanto el mayor daño se lo lleva la propia persona, (e) dar el paso más difícil: pasar del “modo agresión” al “modo reflexión”, condición que involucra dar espacio –en la medida de lo posible– al uso del pensamiento lógico y racional, estrategia que tiene su complemento en los puntos (c) y (d) previamente señalados, ya que implica la búsqueda de una solución, de una fórmula o de una alternativa que permita superar el impasse y que no produzca un daño adicional al que ya le correspondió experimentar a la persona afectada.
Dar estos pasos, significa comenzar a recorrer el sendero hacia el desarrollo de la Inteligencia Emocional. No es un camino fácil de recorrer, pero si otros lo han podido recorrer, entonces… ¿por qué razón no habría de ser uno mismo capaz de hacerlo también?
Fuente: flotitoc@gmail.com