Estrés: fuente de agresión y violencia

Estrés: fuente de agresión y violencia
Por Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl - Académico, escritor e investigador (PUC-UACh)


Clínica Alemana

Diversos estudios acerca del estrés y sus efectos sobre las personas, demuestran que la tensión permanente –o crónica– está en condiciones de romper el equilibrio del cerebro, generando respuestas violentas y agresivas.

La palabra “estrés” tiene su origen en la voz inglesa “stress”, que significa “tensión” y que se emplea en el ámbito de la fisiología y psicología con un significado general de sobrecarga emocional que recae sobre una persona, habitualmente, en contra de su voluntad, condición que gatilla una serie de mecanismos que se ponen en marcha cuando el sujeto se ve envuelto en un exceso de situaciones que superan sus fuerzas y resistencia interna.

Los científicos creen haber encontrado la razón por la cual a algunas personas les resulta difícil calmarse una vez que se enojan y que explicaría por qué razón personas que siempre han sido más bien tranquilas, de pronto se vuelven violentas y agresivas. Según los expertos, los episodios de violencia descontrolada se deben a que las hormonas del estrés –principalmente adrenalina y cortisol que son producidas por nuestro cerebro en momentos potencialmente peligrosos para la integridad de la persona– son capaces de estimular los centros de ataque en el cerebro y viceversa, estimulándose mutuamente, generando una suerte de círculo vicioso difícil de romper.

Lo anterior significa que existiría un circuito de retroalimentación entre estrés y agresión, donde cualquiera de ellos que inicie la hiperactividad termina activando al otro. Desde que el Dr. Hans Selye utilizara por primera vez el concepto “stress” en su tesis doctoral se sabe que ante un determinado peligro las hormonas del estrés nos impulsan a defendernos y pelear, o bien, a escapar tan pronto sea posible. Esta reacción de lucha o huida –fight-or-flight response– fue descrita inicialmente por el Dr. Walter Cannon, y corresponde a una respuesta fisiológica por parte de un organismo vivo ante la percepción de daño, ataque o amenaza a la supervivencia y que se inicia con una descarga general del sistema nervioso simpático.

Cuando los seres humanos están estresados, el hipotálamo –zona cerebral vinculada a las emociones y a las respuestas agresivas– comienza a liberar cortisol y, a la inversa, al incentivar la producción de las hormonas del estrés, el área de ataque se activa. Este estímulo recíproco contribuye a generar escaladas de violencia sin control bajo condiciones de estrés.

Incluso más. Aún si las hormonas del estrés son liberadas por razones que nada tienen que ver con una pelea, el cerebro recibe esa señal y se prepara de inmediato para la agresión. En los seres humanos, esta reacción podría explicar por qué razón algunas personas que han tenido un mal día en el trabajo o una discusión con otro individuo, al llegar a sus casas son violentas con sus familias.

Según el estudio “Chile Saludable” llevado a cabo por Fundación Chile en conjunto con GfkAdimark reveló una preocupante realidad, a saber, que el porcentaje de chilenos estresados aumentó de un 22% a un 42% entre el año 2012, cuando se dio inicio a la medición y el año 2016, es decir, en cuatro años la cifra casi se duplicó, siendo llamativo el hecho, que las personas afirmen sentirse estresadas “siempre” o “frecuentemente”. No obstante lo anterior, dada la grave pandemia por coronavirus que afecta al mundo entero, las cuarentenas, los encierros obligatorios, los graves problemas sociales, sanitarios, económicos y políticos, así como también los altos niveles de delincuencia por los que atraviesa la población, la cifra de personas afectadas por el estrés son, hoy en día, sensiblemente más altas, realidad que explicaría, por lo menos en parte, los elevados índices de violencia y agresividad a flor de piel que hoy se vive en nuestro país. Al respecto de lo anterior, de poco consuelo sirve saber que nuestro país no es la única nación que está siendo afectada por elevados índices de estrés y por olas de violencia, agresión y destrucción.

Otro dato que llama poderosamente la atención cuando se analiza el fenómeno del estrés a nivel mundial, es que alrededor del 15% de la población experimenta en forma frecuente impulsos hostiles y destructivos, es decir, ganas de gritar, tironear, golpear o zamarrear a otra persona. Si bien, las hormonas del estrés, como el cortisol y la adrenalina forman parte del mecanismo biológico de los animales y de los seres humanos, y que este mecanismo es considerado fundamental para la supervivencia de los organismos, los científicos aseguran que si se logra disociar el circuito de retroalimentación entre estrés y agresión, se podría intervenir en este proceso para efectos de lograr un control sobre los niveles de violencia.

La fórmula para lograr este objetivo radicaría en la corteza cerebral, zona que desempeña un papel clave en los procesos de atención, percepción, cognición, pensamiento, memoria, lenguaje y conciencia y su estrecha relación con la zona prefrontal responsable de las funciones ejecutivas, es decir, las capacidades mentales necesarias para formular metas, objetivos y encontrar la forma de cómo planificar las acciones para llevar adelante dichas metas de manera eficaz, lo cual, en rigor, implicaría la posibilidad de fortalecer las acciones de esta zona cerebral, con la finalidad de poder controlar de mejor manera las conductas agresivas y violentas.

De ahí que hayan surgido una serie de programas, talleres y tratamientos psicoterapéuticos orientados al control, gestión y manejo de la ira, tanto en niños, como así también en adolescentes y adultos, programas y tratamientos que buscan que las personas pongan en práctica una serie de pasos para el control de la ira, tales como:
  1. Pensar antes de hablar: esto significa darse un momento para ordenar los pensamientos y controlar las emociones, antes de decir o hacer algo de lo cual, posteriormente, la persona termine por arrepentirse. 
  2. Disponer de un tiempo para analizar y reflexionar: con la finalidad de identificar aquello que causó la molestia, la rabia o la furia de la persona y poder evaluar si el nivel de rabia o furia que se ha experimentado es proporcional al suceso que lo causó. 
  3. Identificar posibles soluciones alternativas al uso de la violencia o agresión: esto implica buscar una solución “civilizada” al problema generado, sea de tipo social, familiar, político sanitario o laboral. 
  4. Practicar técnicas de relajación: si la persona sabe que es propensa a respuestas y conductas hostiles y violentas, realizar ejercicios de respiración profunda, escuchar música, utilizar y repetir algunas frases de autocontrol que tranquilicen a la persona (“¡Tómalo con calma!”, “¡Tranquilo!”, por ejemplo), o practicar algunas posturas de yoga pueden ser gran utilidad. 
  5. No guardar rencor: el perdón es una herramienta poderosa, ya que si la ira, la rabia, la furia u otras emociones negativas desplazan a las emociones y sentimientos positivos de la persona, es altamente posible que el propio rencor y resentimiento se vuelvan en contra de la misma persona que las experimenta, al punto de lograr que su propio sistema inmunológico se autodestruya, se deprima y se exponga a cualquier enfermedad. 
  6. Hacer ejercicio o practicar un deporte: se ha más que demostrado que la actividad física reduce los niveles de estrés producto de la rabia, la furia, la ira o la frustración, por lo tanto, salir a correr, caminar de manera enérgica, bailar, hacer jardinería, practicar un hobby del cual disfruta la persona, etc., ayudan a eliminar –o por lo menos reducir– los niveles de estrés.



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