Jeannette Jara y la economía del pánico: Radiografía de una reacción predecible
Por Cristóbal González.
La victoria de Jeannette Jara en las primarias presidenciales del pasado domingo definió no solo a una candidata, sino también un terreno de disputa: el modelo de desarrollo. Desde entonces, no han faltado las reacciones desde sectores que, con legítimo apego al statu quo económico, comenzaron a poner en duda la viabilidad de su programa. Lo preocupante no es que existan reparos —eso es parte del juego democrático—, sino la rapidez con que se ha instalado un discurso que, sin ofrecer muchos matices, reduce cualquier intento de transformación a una amenaza. Lo hemos visto antes: cuando la izquierda habla de redistribución, la respuesta automática es que se viene abajo la economía.
La entrevista al economista Tomás Rau, publicada esta semana por Diario Financiero, es un buen ejemplo. En ella, el académico califica las propuestas de Jara como “comunismo reflotado en tiempos modernos”. La afirmación no busca abrir un debate, sino clausurarlo. Lo curioso es que quien la dice no es un político, sino un economista. O tal vez no sea tan curioso: parte importante de la defensa del modelo chileno se ha sostenido en la idea de que la economía es una ciencia neutral, donde hay recetas correctas y otras que, simplemente, no deben tocarse.
Pero eso no es verdad. La economía no es neutral. Está atravesada por decisiones políticas, valores y objetivos que se escogen y se priorizan. ¿Por qué, por ejemplo, es legítimo preocuparse por el alza de los costos laborales y no por el estancamiento del salario real? ¿Por qué el crecimiento del PIB es el indicador clave, y no la distribución del ingreso o la calidad del empleo? ¿Por qué se habla tanto de inflación y tan poco de deuda por salud?
Cuando se critica el alza del salario mínimo a $750.000 —como lo hace Rau— sin mencionar que el programa de Jara contempla una implementación gradual, subsidios a pymes, y medidas de fortalecimiento de la productividad, se cae en una caricatura. No hay un “salto al vacío” ni un decreto autoritario, sino un diseño escalonado, con énfasis redistributivo. Eso no lo convierte en una propuesta perfecta. Pero sí merece ser evaluada con más seriedad que un titular de guerra fría.
La obsesión por el “costo laboral” como variable sagrada ignora algo que tanto el Banco Mundial como la OCDE han advertido hace años: la desigualdad no solo erosiona la cohesión social, también frena el crecimiento sostenido. Lo mismo ocurre con el gasto público, donde, desde ciertos sectores, cualquier propuesta de expansión fiscal se asocia automáticamente con populismo. Pero no todo gasto es gasto corriente ni clientelismo: Invertir en infraestructura, cuidados, salud o educación es inversión productiva de largo plazo. Como señala la economista Mariana Mazzucato, “el Estado ha sido clave en todas las grandes transformaciones tecnológicas del último siglo” y no reconocer eso es más ideología que análisis técnico.
Ahora bien, el programa de Jara no está exento de desafíos. Su viabilidad fiscal depende de una reforma tributaria ambiciosa, en un contexto donde el Congreso ha sido históricamente hostil a cualquier cambio redistributivo. Tampoco está resuelto cómo se abordará el bajo dinamismo de la productividad chilena, que no es culpa del salario, sino de décadas de desindustrialización, precariedad laboral y desinversión en innovación. Ignorar esos riesgos sería ingenuo. Pero reducir todo el proyecto a una amenaza “comunista” no solo es simplista: es intelectualmente tramposo.
La victoria de Jeannette Jara en las primarias presidenciales del pasado domingo definió no solo a una candidata, sino también un terreno de disputa: el modelo de desarrollo. Desde entonces, no han faltado las reacciones desde sectores que, con legítimo apego al statu quo económico, comenzaron a poner en duda la viabilidad de su programa. Lo preocupante no es que existan reparos —eso es parte del juego democrático—, sino la rapidez con que se ha instalado un discurso que, sin ofrecer muchos matices, reduce cualquier intento de transformación a una amenaza. Lo hemos visto antes: cuando la izquierda habla de redistribución, la respuesta automática es que se viene abajo la economía.
La entrevista al economista Tomás Rau, publicada esta semana por Diario Financiero, es un buen ejemplo. En ella, el académico califica las propuestas de Jara como “comunismo reflotado en tiempos modernos”. La afirmación no busca abrir un debate, sino clausurarlo. Lo curioso es que quien la dice no es un político, sino un economista. O tal vez no sea tan curioso: parte importante de la defensa del modelo chileno se ha sostenido en la idea de que la economía es una ciencia neutral, donde hay recetas correctas y otras que, simplemente, no deben tocarse.
Pero eso no es verdad. La economía no es neutral. Está atravesada por decisiones políticas, valores y objetivos que se escogen y se priorizan. ¿Por qué, por ejemplo, es legítimo preocuparse por el alza de los costos laborales y no por el estancamiento del salario real? ¿Por qué el crecimiento del PIB es el indicador clave, y no la distribución del ingreso o la calidad del empleo? ¿Por qué se habla tanto de inflación y tan poco de deuda por salud?
Cuando se critica el alza del salario mínimo a $750.000 —como lo hace Rau— sin mencionar que el programa de Jara contempla una implementación gradual, subsidios a pymes, y medidas de fortalecimiento de la productividad, se cae en una caricatura. No hay un “salto al vacío” ni un decreto autoritario, sino un diseño escalonado, con énfasis redistributivo. Eso no lo convierte en una propuesta perfecta. Pero sí merece ser evaluada con más seriedad que un titular de guerra fría.
La obsesión por el “costo laboral” como variable sagrada ignora algo que tanto el Banco Mundial como la OCDE han advertido hace años: la desigualdad no solo erosiona la cohesión social, también frena el crecimiento sostenido. Lo mismo ocurre con el gasto público, donde, desde ciertos sectores, cualquier propuesta de expansión fiscal se asocia automáticamente con populismo. Pero no todo gasto es gasto corriente ni clientelismo: Invertir en infraestructura, cuidados, salud o educación es inversión productiva de largo plazo. Como señala la economista Mariana Mazzucato, “el Estado ha sido clave en todas las grandes transformaciones tecnológicas del último siglo” y no reconocer eso es más ideología que análisis técnico.
Ahora bien, el programa de Jara no está exento de desafíos. Su viabilidad fiscal depende de una reforma tributaria ambiciosa, en un contexto donde el Congreso ha sido históricamente hostil a cualquier cambio redistributivo. Tampoco está resuelto cómo se abordará el bajo dinamismo de la productividad chilena, que no es culpa del salario, sino de décadas de desindustrialización, precariedad laboral y desinversión en innovación. Ignorar esos riesgos sería ingenuo. Pero reducir todo el proyecto a una amenaza “comunista” no solo es simplista: es intelectualmente tramposo.
Chile ya ha vivido este tipo de alarmismo. Pasó cuando se propuso la jornada de 8 horas. Pasó con la reforma tributaria de Bachelet. Pasó con la ley de 40 horas. Y pasó cuando Gabriel Boric llegó a La Moneda. En cada ocasión, se dijo que el modelo no resistiría. Y, sin embargo, aquí seguimos, con los mismos problemas estructurales de fondo, pero también con una ciudadanía cada vez más dispuesta a debatirlos.
Es legítimo y necesario discutir el programa de Jara. Pero esa discusión debe hacerse con argumentos, no con reflejos condicionados. Hay una distancia importante entre la crítica y el descrédito. La primera mejora las ideas; la segunda, solo busca frenarlas.
Si queremos que el país avance, hay que elevar el nivel del debate. Porque la economía no puede seguir siendo ese lugar donde unas pocas voces se autoatribuyen la razón técnica, mientras todo lo que huele a redistribución se despacha como “irresponsable” o “ideológico”. La pregunta no es si el programa de Jara es de izquierda. La pregunta es si responde a los desafíos reales del país. Y eso, por más que incomode a algunos, no se responde con dogmas. Se responde con política, con evidencia y con voluntad de futuro.
Fuente información: cristobal91@gmail.com
Es legítimo y necesario discutir el programa de Jara. Pero esa discusión debe hacerse con argumentos, no con reflejos condicionados. Hay una distancia importante entre la crítica y el descrédito. La primera mejora las ideas; la segunda, solo busca frenarlas.
Si queremos que el país avance, hay que elevar el nivel del debate. Porque la economía no puede seguir siendo ese lugar donde unas pocas voces se autoatribuyen la razón técnica, mientras todo lo que huele a redistribución se despacha como “irresponsable” o “ideológico”. La pregunta no es si el programa de Jara es de izquierda. La pregunta es si responde a los desafíos reales del país. Y eso, por más que incomode a algunos, no se responde con dogmas. Se responde con política, con evidencia y con voluntad de futuro.
Fuente información: cristobal91@gmail.com