La sociedad chilena del 2015 / por el periodista y escritor Carlos López

La sociedad chilena actual se caracteriza por pertenecer a un modelo económico de libre mercado o neoliberal que irrumpe con fuerza desde mediados de los años 70 por vinculaciones comerciales, estratégicas y políticas desarrolladas con Estados Unidos y otros países.

Hoy en día, los chilenos somos herederos de un país donde nos identificamos como consumidores, conservadores, materialistas, indiferentes y violentos ante nuestros compatriotas y el mundo entero. Las nuevas tecnologías de la información y comunicación han sido creadas y adquiridas con el objetivo primordial de mantenernos interconectados, sin embargo, la pérdida de valores, principios, ética y moral, así como el arraigo a la soledad y el individualismo son parte del diario vivir de los habitantes de este país ubicado en el extremo sur del mundo.

La familia, núcleo fundamental de esta sociedad, se ha desintegrado y volcado a antivalores que nos preocupan sobre el presente y el futuro de un proyecto de Nación donde la carencia del trabajo en equipo, el respeto, la tolerancia a la diversidad, el sentido de pertenencia e identidad cultural, se vislumbran como ingredientes permanentes. Haciendo alusión a las concepciones de Franz Kafka, es necesario un cambio de actitud en los chilenos que comienza desde el interior y se expresa metafóricamente como una metamorfosis personal para convertirse posteriormente en una transmutación colectiva mayor. El bien común, la colaboración desinteresada y el amor se han perdido en las últimas décadas en este hermoso y gran país, donde hoy en día autoridades políticas, empresarios y líderes de opinión de jactan de la macroeconomía, el crecimiento y desarrollo global, no obstante, los comportamientos, conductas y actitudes de los ciudadanos no son consecuentes con la evolución y el perfeccionamiento humano.

Por su parte, los medios de comunicación social, cuyos fines tradicionales son informar, educar y entretener, se caracterizan, por lo contrario, al desinformar, maleducar y aburrir a las audiencias con mensajes ajenos a una calidad profesional, y manipulados centralizadamente por el sensacionalismo, el dinero y el poder de algunos. La crítica, la reflexión y la autoevaluación constante son deberes irremediablemente necesarios y útiles de todos los integrantes de esta sociedad chilena, respecto de temas tan amplios y trascendentales como la salud, la educación, el trabajo o la política. Cuando hablamos de discriminación, estamos conscientes de que ese concepto emerge día a día entre los chilenos por motivos de diferentes índole; cuando nos referimos a derechos humanos, sabemos que esta temática se ha politizado y mal utilizado, porque pareciera ser que los derechos pertenecen a un solo sector y no a toda la humanidad; cuando navegamos por los mares de la religión, tenemos una visión compartida de imposición de normas y dogmas, y líderes espirituales que se han aprovechado de sus fieles seguidores; si de seguridad ciudadana se trata, estamos hastiados de negligencias, irregularidades e injusticias.

Tenemos la posibilidad de la libertad y la esperanza de un país que se transforme en verdadera Nación, donde las tradiciones y las costumbres nos unan con mayor solidez, porque pareciera ser que hoy en día somos chilenos solamente en campeonatos mundiales de fútbol o en el aniversario de la Independencia Nacional. Extrañamos a los chilenos que cantaban el himno nacional con pasión y todos los días en los establecimientos educacionales, y donde el pabellón nacional flameaba en los hogares durante los 365 días del año por verdadero amor a la Patria. Hemos vivido en una estructura donde la inseguridad, la desconfianza, la irresponsabilidad, el temor y el abuso han sido elementos constantes de la convivencia y las relaciones interpersonales, por cuanto nace el llamado de atención y mensaje para mantenernos cautivos por esa mediocridad y conformidad, o ser partícipes de la renovación y una verdadera y auténtica Nación. El cambio se inicia desde nosotros mismos.

Durante años se ha manipulado a la opinión pública acerca de polarizaciones políticas, económicas y sociales, dividiendo y segregando a las personas por sus trabajos, cargos, fachadas, patrimonios, bienes materiales o apellidos. Es un claro ejemplo de los erróneos parámetros que definen y determinan el perfil público de los miembros de esta peculiar sociedad al sur de América. Este modelo mercantilista, comercial y de libre mercado nos ha otorgado la posibilidad e inmediatez de adquirir bienes y productos en una diversidad de alternativas y precios, cuyo resultado ha sido irremediablemente la producción de seres fríos, insensibles, aislados y endeudados de por vida que piensan que la felicidad está única y exclusivamente asociada a lo tangible, sin dar tiempo para pensar en los aspectos axiológicos, los valores, el cariño, el amor y el afecto por los semejantes. Los chilenos han optado por demostrar su felicidad en los bienes y se han olvidado de sus familiares, parientes, amigos y compatriotas. La imagen hoy lo es todo. Con el paso de los años, esta sociedad ha sido habitada por títeres manipulados por la economía, la tecnología, la globalización y el poder de algunos. Las nuevas generaciones deben ser capaces de conocer y evaluar la historia social de nuestro país con una mirada crítica, apelando a la objetividad, imparcialidad y neutralidad en un comienzo, pero posteriormente deben tener sus convicciones individuales, de acuerdo a sus apreciaciones, y deben seriamente pensar cuáles son sus expectativas para ganar la “Batalla de la Humanidad”. Apelo a valorarnos por lo que somos, más que por lo que tenemos.

En consecuencia, el fuero interno no quiere reconocer y asumir que nuestras falencias y debilidades son conductuales y están reflejadas en las relaciones interpersonales, en la actitud de vida, la injusticia, el desamor, la falta de identidad cultural y la pasividad de muchos. Debemos formular denuncias potentes respecto de nuestros derechos ciudadanos que son atropellados permanentemente, al igual que efectuar el necesario reclamo por un liderazgo político renovado, transformador, joven, independiente y no corrupto, que intervenga como auténtico servicio público y nos identifique como República de Chile a todos sus habitantes para llamarnos algún día: Nación.






Carlos Alberto López Monje
Periodista, Lic. en Ciencias de la Comunicación Social y Escritor
Docencia, capacitaciones, asesorías comunicacionales
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