Chile y el día mundial del Cáncer

Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl 
Académico, Escritor e Investigador (UACh)


“El tiempo se acorta, pero cada día que reto a este cáncer y sobrevivo, es una gran victoria para mí” (Ingrid Bergman, actriz sueca, galardonada con tres premios Óscar).

El día 4 de febrero de cada año se celebra el día mundial de cáncer, cuyo principal objetivo es hacer presente a toda la gente, que este mal continúa causando grandes estragos en la salud de millones de personas alrededor de todo el mundo a un ritmo que no se detiene. Por el contrario: cada año, las cifras de personas que se enferman de alguna forma de cáncer se incrementan. Por lo tanto, la idea de fijar esta fecha en la conciencia de las personas, es lograr que la gente reaccione y se una de forma solidaria en la batalla contra el cáncer.

En el año 2016, la Organización Panamericana de Salud (OPS) se adhirió a la Organización Mundial de la Salud (OMS) en esta gran cruzada, bajo el lema: “Nosotros podemos, yo puedo”. La razón de fondo para unir fuerzas es muy simple: el cáncer se ha expandido sin freno por todo el planeta, causando millones de víctimas fatales. Sólo el año 2017 el cáncer causó más de nueve millones de muertos. Por lo tanto, el objetivo de este lema era mostrar de qué forma las personas –ya fuera que lo hicieran de manera colectiva o de forma individual– podían colaborar para reducir la carga del cáncer en el mundo.

Hoy ya no existe ningún rincón de nuestro planeta que esté libre de cáncer, un mal que puede afectar cualquier parte del cuerpo. De acuerdo con los investigadores y especialistas, existen más de doscientos tipos de cáncer que pueden padecer las personas, y representa a un mal muy insidioso que carcome el cuerpo, enferma el alma de las personas y depreda la economía de las familias. Esto último, como consecuencia del alto costo que tiene cualquier tratamiento del cáncer.

A lo anterior hay que sumar, que muy a menudo el resto de la gente tiende a discriminar y aislar al sujeto que ha desarrollado la enfermedad, dando la impresión que la persona afectada “fuera” el cáncer y no la víctima de este mal. Para qué hablar, que muchos de los enfermos de cáncer son despedidos de sus trabajos, perdiendo de esta forma su fuente de ingresos, lo cual, a su vez, colabora en el empobrecimiento de las familias.

Chile, por cierto, no está libre del cáncer. Especialmente, porque este mal cubre todo el territorio nacional. Ninguna región se escapa. Por el contrario, hay algunas regiones que están siendo más afectadas que otras, ya sea por sus condiciones medioambientales a raíz del excesivo nivel de polución y contaminación, o bien, por el “estilo de vida occidental” –entiéndase dieta muy poco sana– que lleva la población.

De acuerdo con el Anuario de Estadísticas Vitales publicado por el Instituto Nacional de Estadística (INE), las muertes por tumores ocuparon el 2º lugar en nuestro país y dejó en el año 2016 un total de 25.764 fallecidos, es decir, sólo un poco más atrás que las muertes por enfermedad al sistema circulatorio, con un total de 28.321 muertos. Lo preocupante de esta situación, es que de acuerdo con los datos disponibles, hay cinco regiones de nuestro país que tienen al cáncer como principal causa de muerte: Arica y Parinacota, Antofagasta, La Serena, Los Lagos y Aysén. En tanto que en las regiones de Atacama y La Araucanía, las muertes por problemas cardiovasculares superaron por muy poco los casos de cáncer y se anticipa que en algunos años más, las muertes por cáncer pasarán a ocupar el primer lugar en el “ranking” de fallecimientos.

Antofagasta, por su parte, está considerada desde hace muchos años como una verdadera “cloaca química” a raíz de la severa contaminación ambiental producto de las explotaciones mineras, ya que un estudio realizado en el año 2014 por los investigadores chilenos Andrei Tchernitchin y Aliro Bolados reveló que la ciudad de Antofagasta mostraba alta presencia de diversos metales pesados, tales como: manganeso, arsénico, cesio, zinc, mercurio, etc., todos ellos elementos altamente cancerígenos que explicaban por qué razón Antofagasta tenía –y cito textualmente– “el más alto número de cáncer de pulmón y vejiga, no sólo a nivel país, sino que latinoamericano y también mundial”.

Ya no se puede ocultar más, que el cáncer, además de representar un gravísimo problema de salud pública, es una enfermedad que está considerada –culturalmente– como un perfecto sinónimo de angustia mental, mal pronóstico y muerte de la persona afectada, razón por la cual, no resulta fácil para nadie –por muy valiente que sea– oír las siguientes tres palabras como diagnóstico: ¡Usted tiene cáncer!

Para la gran mayoría de las personas a quienes les toca recibir este diagnóstico, estas palabras son equivalentes al estallido de una bomba justo a su lado. Estas tres palabras resuenan y se repiten, una y otra vez, en la mente del sujeto que las escucha y representan para esta persona una suerte de “sentencia de muerte”, a raíz de lo cual, una vez superado el shock inicial, su reacción es tratar de responder a una sola pregunta: “¿Cómo me libero y me deshago lo antes posible de esta maldita enfermedad?”.

En función de la respuesta a dicha pregunta muchas personas están dispuestas a hacer todo aquello que se le indica, por oneroso, peligroso y poco realista que ello pueda sonar.

Muchas personas se enferman –y fallecen de cáncer– en función de las siguientes circunstancias: la carga genética que arrastra el sujeto, las impresentables condiciones ambientales en las cuales está obligado a vivir la persona (con altos niveles de contaminación de todo tipo: agua, tierra, aire), el azar y la mala fortuna, por descuido y desidia personal (dieta desequilibrada y mala nutrición, sedentarismo y falta de actividad física, obesidad y sobrepeso, etc.).

La OMS señala que el 70% de los enfermos oncológicos que residen en países en vías de desarrollo mueren, versus sólo el 50% de personas fallecidas en los países desarrollados, lo cual, además de representar un drama –al mismo tiempo que una vergüenza–, demuestra la grave falencia en términos sanitarios, así como una clara muestra de negligencia administrativa por parte de las autoridades de gobierno que permiten que miles de vidas se pierdan innecesariamente.

La gente se está enfermando –y muriendo– de cáncer por: desconocimiento, por no recibir información adecuada, por llevar un estilo de vida equivocado, porque no existen en el país suficientes programas preventivos de salud, porque la gente no dispone de los recursos económicos para recibir una atención de salud digna y de calidad, porque no existen todos los centros de atención hospitalaria que los enfermos necesitan, por la escasez (o ausencia) de especialistas en hospitales públicos, porque hay cientos de empresas nacionales y multinacionales que producen y venden productos que contienen ingredientes cancerígenos sin que ninguna autoridad los fiscalice, porque no existe una política de Estado que sea coherente con la salud que se promete –y rejura– a la ciudadanía cada vez que hay elecciones políticas, entre otras muchas razones.

Es por ello, que yo afirmo –con gran sentido de responsabilidad y conocimiento de causa– que muchas de las muertes por cáncer, son muertes evitables y, para colmo, son muertes innecesarias.

Por lo tanto, todo programa o acción preventiva que vea la luz, provengan estos programas y acciones de donde provengan, ya sea que surjan por parte del Estado o que se concreten por iniciativa de privados, son altamente necesarios y se requieren con urgencia. Con suma urgencia. ¿Su principal objetivo? Evitar que aumente aún más la tasa de cáncer en Chile y que más personas sigan falleciendo INNECESARIAMENTE.


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