Cambios de conducta que delatan y alertan sobre un posible intento de suicidio

Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl - Académico, Escritor e Investigador (PUC-UACh)

Quiero comenzar con una cita en que se señala lo siguiente: “En nuestros tiempos, el suicidio es un modo de desaparecer: se comete tímidamente, silenciosamente, chatamente. No es ya un hacer, es un padecer”.

La frase con la que se ha iniciado este artículo, es obra del reconocido escritor italiano del Siglo XX, Cesare Pavese, cuya causa de muerte fue, precisamente, el suicidio, método que también utilizó, recientemente, la adolescente de 16 años del colegio de élite, Nido de Águilas, Katherine Winter, a raíz de haber sido objeto de bullying por parte de sus compañeros y compañeras de curso, una práctica que se ha convertido en una verdadera plaga y lacra de nuestra sociedad.

Ahora bien, el suicidio de cualquier persona –niño, adolescente o adulto– representa una gran pérdida para la sociedad, así como un daño irreparable para la familia de aquella persona que opta por el suicidio como fórmula de “escape” a una vida que el suicida mira –y evalúa– como dolorosa, deprimente, tortuosa, angustiante y como un calvario.

Chile –junto a Corea del Sur–, tiene el dudoso “honor” de ostentar la segunda tasa más alta de suicidios de niños y adolescentes entre los 37 países pertenecientes a la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), y las proyecciones relacionadas con el suicidio infantil y/o juvenil en Chile son muy poco auspiciosas, por cuanto, según datos suministrados por el Ministerio de Salud, las muertes auto provocadas van a alcanzar en el año 2020 –en la población que va de los 10 a los 19 años–, alrededor de 12 casos de suicidio por cada 100.000 habitantes, cifra que resulta, simplemente, abrumadora y dramática, ya que estamos hablando de niños y jóvenes.

Es así, por ejemplo, que ser rechazado por los compañeros de curso, estar bajo la presión de tener buenas notas en su desempeño académico, esperar que los padres no se enojen si el hijo fracasa en el colegio, ser popular y exitoso socialmente, ser alguien en la vida, vivir la separación traumática o el divorcio de los padres, sufrir violencia intrafamiliar, experimentar la pérdida de un ser querido, soportar la influencia de los pares en la decisión de si tomar alcohol o no, de si ingerir drogas o no, de si mantener relaciones sexuales precoces o no, ser objeto de bullying y ciberbullying por parte de sus compañeros, etc., son algunos de los distintos tipos de presión constante que experimentan los menores, y representan los múltiples factores y variables que deben ser observadas con atención por parte, tanto de los padres y guardadores de los niños, como así también por parte de los profesores de los menores, ya que el conjunto de las variables antes señaladas, los exponen a tener ideas y pensamientos suicidas, que, demasiado a menudo, terminan con la muerte de la persona.

Todo evento que un sujeto siente –o interpreta– como traumática, puede causar fuertes cambios en su estado de ánimo, al mismo tiempo que generar inestabilidad emocional y depresión, con el consiguiente riesgo, de que la persona se quite la vida. Ahora bien, no obstante que el sufrimiento que experimenta una persona con ideación suicida es personal y privado, y que además, sólo puede ser expresado con dificultad por parte de la persona, existe una variedad de señales que pueden alertar a los demás, acerca de las intenciones del posible suicida.

Entre las señales y cambios de conducta más significativos que deben alertar a los responsables del bienestar integral del sujeto afectado, se pueden señalar los siguientes:

- Manifestar y contar a otras personas que la vida ya no tiene sentido y que no vale la pena vivir.

- Hablar o escribir con frecuencia acerca de la muerte: escribir poesías o en el diario de vida frases alusivas a la muerte.

- Autolastimarse (Cutting) a través de hacerse cortes en partes del cuerpo fácil de esconder, con el objetivo de dejar de sentir el dolor emocional que hay dentro de la persona.

(Estos tres primeros puntos pueden entenderse –en el contexto de la psicología y psiquiatría–, como “un grito de auxilio”).

- Presentar un marcado estado de desánimo, abatimiento o señales de depresión.

- Experimentar graves alteraciones del sueño y del apetito.

- Presentar dificultades de la memoria, concentración y atención.

- Mostrar pérdida de interés por actividades que antes le producían placer al sujeto.

- Perder repentinamente la capacidad de disfrutar la vida.

- Negarse rotundamente a asistir al colegio (en el caso de los niños y adolescentes).

- Expresar ideaciones suicidas y de muerte, es decir, analizar con sus pares qué tipo de método utilizar para llevar a cabo el objetivo.

Los anteriores son algunos de los signos, síntomas y conductas más relevantes a los cuales hay que prestar mucha atención, si es que se desea evitar una tragedia mayor.

Dado el hecho, de que cada persona reacciona de manera diferenciada ante los traumas emocionales y ante situaciones estresantes, resulta entonces, importante verificar, si la respuesta o reacción del niño (adolescente o joven) ante este tipo de vivencias, es proporcional al hecho que la ha gatillado, en función de lo cual, quienes rodean al sujeto afectado, deben entrar de inmediato en un estado de alerta, si se advierte que la persona se ha tomado la vivencia traumática muy a pecho y con demasiada intensidad.

Por otra parte –y paradojalmente– la misma alerta debe hacerse presente, si el individuo afectado se toma la vivencia traumática muy a la ligera y se pone –de una manera extraña y poco habitual– “divertido y chistoso”, como si aquí no hubiera pasado nada, a pesar de que internamente, el sujeto puede estar sufriendo severamente, pero evita y se cuida de manifestar públicamente su dolor, agobio y amargura.

Tengamos presente, que existe una unidad entre el cuerpo y la mente de una persona, por lo tanto, si un individuo que ha vivido un suceso traumático no es capaz de reaccionar y levantarse, es porque, simplemente no puede hacerlo, en función de lo cual, requiere de toda la ayuda externa, cuidado e interés que otros puedan brindarle, sea que se trate de sus padres, un profesor u otro familiar cercano del sujeto afectado.

Finalmente, resulta muy ilustrador revisar y analizar una afirmación del dramaturgo, poeta, novelista y científico alemán Johann Wolfgang von Goethe del siglo XVIII –con la que uno podría estar de acuerdo o en desacuerdo–, quién decía, que “El suicidio sólo debe mirarse como una debilidad del hombre, porque indudablemente, es más fácil morir que soportar sin tregua una vida llena de amarguras”. Esta es, por cierto, una afirmación, que para las personas que sienten que están viviendo un calvario y que tienen pensamientos e intenciones suicidas, claramente no resulta válida de tener en consideración.

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