La Vida Escolar de un Normalista

A pesar que el edificio en que funcionaba la Escuela Normal de Valdivia no era lo suficientemente cómodo para mantener en su interior a centenares de jóvenes provenientes desde diversas ciudades del sur del país incluyendo la alejada Punta Arenas, la recuerdo con nostalgia y con un cariño profundo por la formación que recibí en sus alas.

Esta apreciación la hago con una mirada lejana en el tiempo y con el paso de los años sigo añorando los instantes felices que me tocó vivir en esa vieja escuela y aún recuerdo todos los vericuetos que diariamente recorríamos como la Inspectoría general paso obligado para entrar y salir de la escuela, el aula magna donde periódicamente se realizaban veladas y conciertos a la comunidad, cada una de sus salas de clases, sus abnegados profesores, los baños donde muchos compañeros corrían en los recreos para fumar los prohibidos cigarrillos, el largo pasillo para ingresar al establecimiento, la sala de trabajos manuales donde construíamos juguetes de madera y tantos lugares que de una manera u otra formaron parte de mi segundo hogar que inconscientemente me enseñaron a valorar la importancia de ser profesor.

Fue construida totalmente de madera, casona de antigua data y muy frágil para mantener internos a cientos de jóvenes que debían vivir los siete días de la semana dentro del establecimiento y pese a todas estas incomodidades físicas, vivíamos felices, dedicados totalmente al estudio y la recreación.

La alimentación era fundamental para nuestro desarrollo físico y mental y para fiscalizar el buen uso de los recursos que el Estado entregaba vía Ministerio de educación se contaba con los servicios profesionales de un ecónomo especializado en el manejo de las raciones diarias ejerciendo una supervisión directa en el equipo de funcionaros dedicados a preparar los alimentos en grandes cocinas a leña en cuyas cubiertas de fierro las ollas danzaban alegremente al compás de las bocanadas de fuego que producían los leños que continuamente eran abastecidas por el fogonero de turno.

Al almuerzo y la cena nunca faltaban los dos platos habituales que se consumían en las casas sureñas consistentes en una cazuela tradicional con papas de la zona y carne de vacuno que nunca faltaba en nuestros platos, luego venía un suculento “segundo” pues así se le llamaba a este plato de fondo y para terminar la merienda diaria un buen postre de duraznos cocidos con mote, leche con maicena u otros agregados o frutas frescas.

En el primer recreo de la mañana se nos daba un jarro de leche caliente e igual proceso se hacía en las noches antes de ir a los dormitorios a reponerse del ajetreo diario.

Los desayunos y las once eran también bien reponedores y el té, café o leche se consumía al gusto del alumno acompañado de un exquisito emparedado de pan marraqueta u otro casero acompañado de mantequilla, queso y cecinas surtidas.

Como se puede apreciar la preocupación por tener a una juventud sana y activa era una preocupación constante de las autoridades del colegio.

En el aspecto deportivo contábamos con una cancha de fútbol que colindaba con el cementerio de la ciudad y otra cancha de básquetbol descubierta en las cuales había actividad física todo el día y cuando se podía se ocupaba el gimnasio municipal distante a varias cuadras del colegio todo lo cual era un verdadero paseo porque permitía aunque fuese por un instante caminar por las calles de la ciudad y lo mismo pasaba cuando teníamos clases de agricultura y debíamos caminar un largo trecho para llegar al terreno que poseía la escuela donde se cultivaban verduras diversas y se criaban cerdos que se faenaban para consumirlos en la preparación de las comidas del internado y allí practicábamos faenas propias del campo cuyas actividades nos iban a servir cuando nos correspondiera trabajar en escuelas rurales y así fue exactamente.

Cómo no recordar aquellos tiempos en que las ilusiones se fueron plasmando en realidades y de esa arcilla amorfa que llegaba a sus aulas, salía un profesor lleno de ideales para hacer de sus niños hombres y mujeres de bien y creo que no se equivocaron.-

Hugo Pérez White
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