Lo que quedó del toque de queda
Por Hugo Medrano.
El toque de queda, avisado por comunicado de prensa, pocos minutos después de las 17:00 horas, de este martes 22 de octubre, comenzó a las 20:00 horas y dejó más de una sorpresa.
Saliendo de la pega, en el boulevar del Sol, después de leer el comunicado oficial que el toque queda comenzaba a las 20:00 horas y en Puerto Montt, a las 21:00 horas, me dirigí en una micro de la línea 200, hacia el centro, para llegar lo más rápido posible a buscar a mi mujer, Marisol, en la Galería Cuatro Vientos, en pleno centro de Osorno, para volver a nuestra cárcel popular, en la que quedamos apresados por el toque de queda, según su propia magistral definición.
Desde el momento de salir del estudio de Paislobo Prensa, comenzaron a sorprenderme varias cosas que estaba viendo y que accionando el sano ejercicio de la reflexión, que aconsejo que todos hagamos, con más frecuencia, sobre todo en un momento que nadie esperaba, que nadie vaticinaba, que nadie se hubiera imaginado ni en la peor situación de delirio o desequilibrio psíquico.
Al intentar cruzar el nuevo Puente San Pedro, que divide Osorno de Rahue, visualicé con asombro, mucho asombro, la laaaaarga columna de gente que venía por la calle Portales y doblaba en Mackenna, con rumbo a la Plaza de Armas. Esa fue mi primera sorpresa. Grata sorpresa. Apenas, habían pasado 25 minutos de las 5 de la tarde. El chofer de la micro me dijo: "Me voy a casa".
La segunda sorpresa fue la cantidad de carabineros distribuidos en los vértices de la Plaza de Armas y en las intersecciones aledañas. Había carabineros parados, caminando, en patrullas, en motos, en su tarea natural de cuidar y mantener el orden. También vi algunos camiones trasladando militares, la mayoría de ellos muy jóvenes, que empuñaban armas en una mano y el celular en la otra. Sus rostros transmitían incertidumbre. Luego al levantar la vista por el sonido de las hélices de un helicóptero que peinaba el cielo, dando vueltas en forma permanente.
La tercera sorpresa fue darme cuenta que desde la Plaza Yungay también se dirigía mucha gente hacia la Plaza de Armas. Realmente no creí que había tanta gente indignada. Tanta gente indignada, reitero. Estaba el abuelo, la abuela, la madre, el padre, la tía, el tío, la prima, el primo, la polola, el pololo, la profesora, el profesor, los estudiantes, las niñas, los niños, los jóvenes, los adolescentes que sumaron, al menos desde un humilde conteo, más o menos, 10 mil personas. Parte del pueblo de Osorno, apoyados por el espíritu del resto del pueblo osornino.
No hubo ni un gesto de provocación. La marcha y el acto espontáneo, porque no hay ningún líder que la haya convocado se desarrollaba entre consignas, cánticos y algarabía. Se acercaba la hora del comienzo del toque de queda. La euforia crecía. El clamor se podía escuchar y sentir.
A instantes del comienzo del toque de queda la mayoría de la gente, respetuosa de la situación, comenzó a regresar a sus hogares. Un grupo se quedó. Los periodistas también, a cumplir con las obligaciones de mostrar, de ilustrar y de contar lo que a diario sucede.
Ahí nació mi sorpresa más grande: la mayoría de los carabineros y de los militares, desaparecieron en pocos minutos.
Nuestros compañeros de tareas, Hans y José, los chicos de Radio Sago, periodistas independientes y de otros medios, comenzaron a transmitir en vivo imágenes de lo que sucedía. Un grupo reducido que no superaba la decena de personas, comenzaron a provocar disturbios de distinta gravedad. Quisieron romper señalética de las calles, semáforos, una vaca multicolor en la esquina de Mackenna con Matta. Pasaban los minutos, la efervescencia y la violencia crecía. En ese momento intentaron, una y otra vez, entrar a las instalaciones del Banco Chile.
Los minutos seguían pasando y ninguna fuerza del orden aparecía. Todos lo hacían notar en sus transmisiones. Pasaron más de 25 minutos y nada. El toque ya había comenzado y nadie que debía cuidarnos y cuidar los bienes de la ciudad, aparecía. Los vándalos de siempre casi entran al Banco. Ya había fuego, roturas, destrozos y nada.
De repente aparecieron los carabineros a poner orden. Los inadaptados comenzaron a dispersarse y los periodistas a cubrir con imágenes y emitiendo en vivo lo que sucedía.
Ahí nace mi otra sorpresa. En lugar de establecer el orden prioritariamente y capturar a los que provocaron los disturbios y destrozos, pedían de una manera violenta y agresiva los correspondientes salvoconductos, como corresponde, para identificarse.
Todos los periodistas gritaban: “Somos periodistas, somos periodistas, somos periodistas, somos periodistas”, apuntados por armas, de muy mala manera y con gestos cercanos al odio. Otra de mis sorpresas. Las fuerzas del orden tienen todo el derecho y la obligación de solicitar la documentación pertinente, para la identificación. Todos los periodistas pasaron lo mismo. Hay varios videos que lo muestran. Uno de ellos de José, nuestro compañero de PL.
Todo este relato puede parecer hasta excesivo, por su extensión. Mi sorpresa mayor que da paso a la duda, a la reflexión y por último a la interrogante: ¿Por qué las fuerzas del orden tardaron tanto en llegar a la esquina de Mackenna y Matta, si antes y durante la marcha, de este martes 22 de octubre, estaban ubicados en la Plaza de Armas, en la Plaza Yungay, en cercanías de la gobernación y alrededores? No sé cuántos había mientras la gente se manifestaba en la Plaza de Armas. Tal vez 100, 200 ó más.
Durante casi media hora en donde ocurrieron los destrozos, intentos de quema, forzamiento de entrada al Banco de Chile, nadie apareció.
Mi interrogante: ¿Por qué?, me lleva a más de una duda. Como no me gustan las dudas, quedo esperando una respuesta. Para tranquilidad de todos, para que las conjeturas no enturbien más el momento tan complicado que estamos viviendo.
La historia continúa. Sólo que ahora la están escribiendo los protagonistas, en la calle.
Por Hugo Medrano
El toque de queda, avisado por comunicado de prensa, pocos minutos después de las 17:00 horas, de este martes 22 de octubre, comenzó a las 20:00 horas y dejó más de una sorpresa.
Saliendo de la pega, en el boulevar del Sol, después de leer el comunicado oficial que el toque queda comenzaba a las 20:00 horas y en Puerto Montt, a las 21:00 horas, me dirigí en una micro de la línea 200, hacia el centro, para llegar lo más rápido posible a buscar a mi mujer, Marisol, en la Galería Cuatro Vientos, en pleno centro de Osorno, para volver a nuestra cárcel popular, en la que quedamos apresados por el toque de queda, según su propia magistral definición.
Desde el momento de salir del estudio de Paislobo Prensa, comenzaron a sorprenderme varias cosas que estaba viendo y que accionando el sano ejercicio de la reflexión, que aconsejo que todos hagamos, con más frecuencia, sobre todo en un momento que nadie esperaba, que nadie vaticinaba, que nadie se hubiera imaginado ni en la peor situación de delirio o desequilibrio psíquico.
Al intentar cruzar el nuevo Puente San Pedro, que divide Osorno de Rahue, visualicé con asombro, mucho asombro, la laaaaarga columna de gente que venía por la calle Portales y doblaba en Mackenna, con rumbo a la Plaza de Armas. Esa fue mi primera sorpresa. Grata sorpresa. Apenas, habían pasado 25 minutos de las 5 de la tarde. El chofer de la micro me dijo: "Me voy a casa".
La segunda sorpresa fue la cantidad de carabineros distribuidos en los vértices de la Plaza de Armas y en las intersecciones aledañas. Había carabineros parados, caminando, en patrullas, en motos, en su tarea natural de cuidar y mantener el orden. También vi algunos camiones trasladando militares, la mayoría de ellos muy jóvenes, que empuñaban armas en una mano y el celular en la otra. Sus rostros transmitían incertidumbre. Luego al levantar la vista por el sonido de las hélices de un helicóptero que peinaba el cielo, dando vueltas en forma permanente.
La tercera sorpresa fue darme cuenta que desde la Plaza Yungay también se dirigía mucha gente hacia la Plaza de Armas. Realmente no creí que había tanta gente indignada. Tanta gente indignada, reitero. Estaba el abuelo, la abuela, la madre, el padre, la tía, el tío, la prima, el primo, la polola, el pololo, la profesora, el profesor, los estudiantes, las niñas, los niños, los jóvenes, los adolescentes que sumaron, al menos desde un humilde conteo, más o menos, 10 mil personas. Parte del pueblo de Osorno, apoyados por el espíritu del resto del pueblo osornino.
No hubo ni un gesto de provocación. La marcha y el acto espontáneo, porque no hay ningún líder que la haya convocado se desarrollaba entre consignas, cánticos y algarabía. Se acercaba la hora del comienzo del toque de queda. La euforia crecía. El clamor se podía escuchar y sentir.
A instantes del comienzo del toque de queda la mayoría de la gente, respetuosa de la situación, comenzó a regresar a sus hogares. Un grupo se quedó. Los periodistas también, a cumplir con las obligaciones de mostrar, de ilustrar y de contar lo que a diario sucede.
Ahí nació mi sorpresa más grande: la mayoría de los carabineros y de los militares, desaparecieron en pocos minutos.
Nuestros compañeros de tareas, Hans y José, los chicos de Radio Sago, periodistas independientes y de otros medios, comenzaron a transmitir en vivo imágenes de lo que sucedía. Un grupo reducido que no superaba la decena de personas, comenzaron a provocar disturbios de distinta gravedad. Quisieron romper señalética de las calles, semáforos, una vaca multicolor en la esquina de Mackenna con Matta. Pasaban los minutos, la efervescencia y la violencia crecía. En ese momento intentaron, una y otra vez, entrar a las instalaciones del Banco Chile.
Los minutos seguían pasando y ninguna fuerza del orden aparecía. Todos lo hacían notar en sus transmisiones. Pasaron más de 25 minutos y nada. El toque ya había comenzado y nadie que debía cuidarnos y cuidar los bienes de la ciudad, aparecía. Los vándalos de siempre casi entran al Banco. Ya había fuego, roturas, destrozos y nada.
De repente aparecieron los carabineros a poner orden. Los inadaptados comenzaron a dispersarse y los periodistas a cubrir con imágenes y emitiendo en vivo lo que sucedía.
Ahí nace mi otra sorpresa. En lugar de establecer el orden prioritariamente y capturar a los que provocaron los disturbios y destrozos, pedían de una manera violenta y agresiva los correspondientes salvoconductos, como corresponde, para identificarse.
Todos los periodistas gritaban: “Somos periodistas, somos periodistas, somos periodistas, somos periodistas”, apuntados por armas, de muy mala manera y con gestos cercanos al odio. Otra de mis sorpresas. Las fuerzas del orden tienen todo el derecho y la obligación de solicitar la documentación pertinente, para la identificación. Todos los periodistas pasaron lo mismo. Hay varios videos que lo muestran. Uno de ellos de José, nuestro compañero de PL.
Todo este relato puede parecer hasta excesivo, por su extensión. Mi sorpresa mayor que da paso a la duda, a la reflexión y por último a la interrogante: ¿Por qué las fuerzas del orden tardaron tanto en llegar a la esquina de Mackenna y Matta, si antes y durante la marcha, de este martes 22 de octubre, estaban ubicados en la Plaza de Armas, en la Plaza Yungay, en cercanías de la gobernación y alrededores? No sé cuántos había mientras la gente se manifestaba en la Plaza de Armas. Tal vez 100, 200 ó más.
Durante casi media hora en donde ocurrieron los destrozos, intentos de quema, forzamiento de entrada al Banco de Chile, nadie apareció.
Mi interrogante: ¿Por qué?, me lleva a más de una duda. Como no me gustan las dudas, quedo esperando una respuesta. Para tranquilidad de todos, para que las conjeturas no enturbien más el momento tan complicado que estamos viviendo.
La historia continúa. Sólo que ahora la están escribiendo los protagonistas, en la calle.
Por Hugo Medrano