¿Cómo dialogamos?

Eduardo Barahona Kompatzki
Por Eduardo Barahona Kompatzki, Psicólogo – Magíster

Soy de una generación especial, soy de la generación X

Dícese de esta generación que es la que mejor responde a los cambios, ha vivido -y sobrevivido – a cada una de las grandes transformaciones que han acontecido en el mundo, en el último tiempo, cuales, no han sido pocas. Mi generación se vio afectada por el bombardeo del consumismo de los años ´80 y principios de los años ´90, experimentó la transición de la dictadura hacia la democracia, fue capaz de vivir la época de los consensos y de la manipulación del sistema político, donde, siempre detrás, existía una lógica económica y de abusos.

Mi generación vivió la llegada de Internet, albergó cambios históricos como la caída del muro de Berlín, el fin de la Guerra Fría, la aparición del sida. Le correspondió la época del cassette, del vhs, del computador y del cd, viendo la muerte del mismo con la llegada del dvd, los dispositivos ubs, la música online y las “nubes” (cloud). Pasamos y vivimos el tránsito entre lo analógico y lo digital, hemos visto la llegada del comercio electrónico, con nostalgia recordamos aquellos tiempos donde jugábamos en la calle hasta altas horas de la noche. Fuimos los primeros usuarios de los chats y todo tipo de mensajería instantánea que aconteció a posterior. Nos sorprendió pasar de la carta en papel al email, nos costó entender que estábamos a un “click” de distancia de cualquier información, si, cualquiera. Se habla de que mi generación es la que sobrellevó los grandes cambios, que somos trabajólicos, prácticos y que bien nos hemos adoptado la globalización, sin embargo, somo una generación perdida, ya que siempre vivimos ocupados y en eso perdemos tiempo de presencia presente.

Fuimos capaces de recibir noticias de todas partes del mundo, de cualquier rincón, así como de desarrollar herramientas digitales y tecnológicas que hoy las siguientes generaciones (Millennials, Z, posmilénica), usa día a día. Somos una generación poco ideologizada -estamos abiertos al cambio-, toda vez que nos hemos concentrado en trabajar, trabajar y trabajar, como en producir, producir y producir.

Muchos de esta generación se sienten postergados, que sobran, que no hay esperanzas. Muchos recogieron el guante de la generación anterior -la de sus padres- quienes confiaros, lucharon, trabajaron y sintonizaron con los consensos políticos que el bien mayor les ofrecía, y que, al no cumplirse -al no soportar más la espera-, las emociones se transformaron en rabia, rencor e insatisfacción. Fractura y desesperanza que en muchos casos ha sido transmitida a sus hijos. Nosotros, la generación X, si bien nos estructuramos y desarrollamos en falta, el mercado lo supo salir a suplir, llenar y colmar. ¿En las generaciones posterior qué?

Muchos de mi generación, que van entre los 30 y 50 años, tienen hijos/as sobre y bajo los 18 años, quienes, desde su nacimiento han tenido Internet, celulares, tablets y cuanta tecnología abunda. Wikipedia es su gran referente y a San Google le rinden pleitesía. Capos en el Instagram -¿generación especular?- pendientes de un Like o un me gusta, capaces de alterar su propia imagen por medio de Photoshop -la imago es todo-, funcionan en twitter por tanto sus reflexiones tienen o no van más allá de los 140 caracteres. Han tenido posibilidad de conocer, gracias a la globalización, personas de todo el mundo, youtube es su verdad, y si está en la red: se copia, se hace o es cierto. Buscan direcciones en un mapa en el teléfono, le hablan al celular y este les responde, están siempre conectados y buscan la inmediatez, pero, ¿a qué están conectados?, ¿Sabrán sobre los aprendizajes al tolerar la espera? Se organizan virtualmente, se congregan de igual forma, whatsapp es su mejor clandestino y este pasó a ser el remplazo de los Martes Bellarminos. Sin ir muy lejos, la revolución pingüina, incluso el estallido actual, lo organizaron por redes sociales mostrando capacidad de gestión y organización... pero de 140 caracteres.

Muestran ellos/as un gran sentido de comunidad, de aclanarse en redes sociales, les gusta la libertad -¿a quién no a los 18 o 20 años?, no tienen UN líderes pues líderes son todos. Entienden que todos los líderes que les han presentados las generaciones anteriores se han caído: Iglesia, Políticos, Instituciones públicas, privadas, fuerzas armadas, de orden, etcétera. Absortos en medio de todas esas rutinas institucionales de salir a pedir perdón, miran a su alrededor para ver que ha quedado de pie, donde pueden refugiarse. Para muchos de ellos la desolación y el dolor se hace un absoluto, ven que nada se salva, y sus siluetas caminan con el espíritu triste y dormido…sedado, con sus ojos grandes, desorbitados…rojos buscando guaridas para el alma. ¿Qué les duele tanto?, ¿Será porque dichos lugares seguros, para nosotros, donde depositamos nuestras y sus esperanzas es algo que hoy hay que aborrecer?, ¿Será la sensación de injusticia, en ellos y nosotros y los anteriores, la que les revuelve el estómago?,¿Será porque luchar con el monstruo grande, con los molinos de viento es una quijotada hoy posible ante una institucionalidad en decadencia?

La generación Z – entre los 13 y 20 años no solamente usan las aplicaciones digitales, más bien viven y se definen desde ellas. A diferencia de la generación anterior, son virtuales, no digitales, menos, analógicos. Tienen una suerte de relación afectiva con internet y los diversos dispositivos electrónicos. Viven encerrados en una realidad paralela que no les permite ver más allá que lo que el mundo virtual les presenta. A diferencia de la generación anterior (Millennials), son individualistas y tienen una visión más negativa del mundo, y es que han escuchado tanto del cambio climático, de la tercera guerra mundial, del derretimiento de los glaciares, de la extinción de la selva y de la muerte del pulmón del mundo que tienden a tener una visión pesimista de la vida. Esta generación ha visto a sus abuelos, padres y/o hermanos mayores luchar en el mercado laboral, ante la misma, muchos quieren ser independientes. Poseen celulares sin necesitarlos y así como en mi generación el paso de la niñez a la adultez era en una casa de dudosa reputación, esta generación vive el tránsito entre niñez y adolescencia cuando llega a sus manos un celular, y no cualquiera, uno inteligente, con internet… un smartphone.

Para esta generación la tecnología móvil, las redes sociales y la hiperconexión se han vuelto cada vez más importantes, quienes, llegan incluso a utilizar internet como una herramienta para adquirir habilidades sociales que luego replican a situaciones de la vida real. Las redes sociales las usan principalmente para desarrollar y mantener relaciones con personas con las que están cerca, amigos y familiares, especialmente con aquellos a los que ven todos los días. Como resultado, el creciente uso de la tecnología móvil ha hecho que los miembros de esta generación pasen más tiempo en sus teléfonos inteligentes y en las redes sociales y ha hecho que el desarrollo de relaciones en línea se convierta en una nueva norma generacional. Es internet y las redes sociales la forma como construyen su identidad, su personalidad.

Dos puntos a favor para esta generación: a) Aprenden sobre cosas que les interesan y no las que necesariamente se dictan en los colegios, escuelas o liceos. b) No necesitan falsear su imago por medio de Photoshop, es una generación que se acepta tal como es y cómo es el otro/a.

A mi generación le mostraron que el yo es más importante que el nosotros, “YO puedo salir adelante sin necesidad de nadie más que mí mismo”, por tanto, primero yo, segundo y tercero yo. Nuestra identidad personal, a diferencia de la Generación Z, funciono dentro de una lógica de mercado, a saber, generar en la sociedad el reclamo incesante de los objetos que queríamos. El boom de las agencias de publicidad marcaron un crecimiento histórico con mi generación, dónde, los y las publicistas nos creaban la necesidad para ir a buscarla: “Si está en el mercado, si las vitrinas de las tiendas colocan esos artículos en primera línea ¿Por qué YO no puedo tenerlo si está ahí disponible?”... nos sabíamos en falta, el mercado me ofrecía lo que yo necesitaba, la publicidad se encargaba en engrandecerlo, y, si ya no lo consigo por la razón lo conseguiré por la fuerza… la fuerza de mi esfuerzo, de mis sacrificios, de mis postergaciones. Esto lo transmitimos a la generación posterior, pero algo sucedió en el camino que cambio.

Con esta herida narcisista nos hemos desarrollado, la herida y la falta la hemos heredamos a la siguiente generación, quienes, más comunitarios y colectivos que nosotros, quieren hacernos entender y colocar en la mesa un país, una región, una comuna, una ciudad, un territorio que sea justo.

¿Cómo avanzamos?

En los tiempos actuales, hasta hace unos pocos días, el chileno, biólogo, filósofo y premio nacional de ciencias, Doctor Humberto Maturana deja una frase interesante que el orden político, nuestros representantes y los que tenemos algún perfil político latente debiéramos considerar. Señala: “Si fuese líder de un partido político y el gobierno elegido es otro, yo no me llamaría la oposición, si no la colaboración. Entonces el otro no trataría de deshacer lo que yo hice en el gobierno anterior, porque ambos quisiéramos hacer un proyecto común”.

Tras el estallido emocional que se desplegó en lo social, Maturana reflexiona que la queja de nuestro país es de no haber sido escuchados. En esto, no acoge la violencia, pues esta no es queja, sino vandalismo. Sitúa a la queja bajo lo que he podido escribir en mis artículos anteriores: el malestar en la cultura de nuestro país es bajo una pseudo declaración de haber vivido en un país en democracia, pero, no democrático. Maturana señala que la democracia es un modo de vivir, no una teoría. Es un propósito de convivencia, un deseo de coexistir con el otro, un deseo de vivir con. Al ser un propósito y no una teoría, se fundamenta en el mutuo respeto, la honestidad, en el escucharse, en el ver al otro como un legítimo otro, por tanto, escapa a una máxima teórica que adopta fundamentos primarios. En esto, entonces, si no somos capaces de reflexionar sobre nuestros fundamentos, estos se convierten en dogmas, en ideologías… en fanatismos.

¿Cómo escuchamos a estas tres generaciones descritas con sus subjetividades y objetividades?

Hemos perdido la capacidad de escucharnos en presencia presente, no solo nosotros, también nuestros hijos y los hijos de ellos. Todo nos y lo comunicamos virtualmente, no hay capacidad de respeto, de validación. A juicio psicológico, esto se perdió en una primera infancia cuando uno, ellos, nosotros, no fuimos respetados. Al no ser respetados, al no tener una imagen contenedora y contenida -Winnicott dirá suficientemente buena- la fragilidad emocional emergerá a solo un click.

Los escenarios adversos de estas últimas semanas hacen brotar esa tensión manifiesta -nuestra fragilidad emocional-que nos polariza de manera muy agresiva. Esta agresividad no contenida en la primera infancia desafía nuestra capacidad psicológica, dónde, no tenemos ya intensión o voluntad con personas que piensen distinto a lo de uno. Nuestros mecanismos de defensa son refugiamos en nuestras trincheras éticas, intelectuales o políticas, quizás las mismas que en nosotros generaron dogmas y no propósitos de coexistencia con el otro. Siguiendo a Maturana, para avanzar el necesario ES salir de las ideologías, arriesgarnos al diálogo con quien piensa y se define distinto a mí, incluso a los que están completamente en vereda opuesta, quizás ahí se encuentre un espacio contenedor y continente hacia si y el otro. En esto hay un factor clave, recobrar el sentido y el valor de la conversación como un desafío crítico y fundamental. Es un desafío porque expone mi propia visión de mundo ante la visión que tiene otra persona.

Si realmente pensamos y sentimos que el resultado de esto no es que una de las visiones gane o se imponga ante la otra, ni siquiera que demuestre lógicamente la debilidad de la otra, sino que, de la conversación se genere una visión más amplia donde mi visión se vea alimentada por la del otro y viceversa, posibilitando que esa persona y yo nos llevemos una visión más completa de la primera perspectiva que teníamos, hará que efectivamente tengamos un propósito de coexistencia, de honestidad y de respeto mutuo. En pocas palabras: hacer entrar en crisis mí y su verdad en virtud de un bien mayor -que entre ambas se nutran- donde una y otra posturas tengan un sentido de colaboración y no de oposición. Esto exige un genuino carácter de humildad y de ofrecimiento.

¿Lo construimos ahora para dejárselo a la generación de 30 años más?



Fuente de la información: Eduardo Barahona Kompatzki
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