Cuando una sola persona… no basta

Cuando una sola persona… no basta
Por el Dr. Franco Lotito C. - Académico, escritor e investigador (PUC-UACh) – www.aurigaservicios.cl



“Todos para uno y uno para todos…”

El principio con el cual funcionaban los Tres Mosqueteros –que en realidad eran cuatro: Athos, Porthos, Aramis y D’Artagnan– obra del escritor de origen francés Alexandre Dumas, es muy simple y ha permanecido inalterable por casi dos siglos: “Todos para uno y uno para todos”. Esta frase representa un hermoso lema que expresa los “grandes ideales de amistad, compromiso, honor y lealtad”, y que ejemplifica de manera extraordinaria todo lo que se puede lograr cuando las personas deciden trabajar en equipo y de manera colectiva en pos de un mismo objetivo.

En función de lo anterior, no debería ser muy difícil comprender que resulta casi imposible enfrentar solo y de manera aislada las innumerables variables, obstáculos, presiones y condicionantes que se presentan en el ejercicio del liderazgo. Es por ello, que se hace imprescindible “tener socios estratégicos confiables y leales” que permitan –y que, al mismo tiempo, faciliten– el desarrollo y ejecución de cualquier tipo de proyecto, meta u objetivo que una persona desee sacar adelante.

En este contexto, hay que tener la suficiente inteligencia para jamás subestimar las complejidades propias de una organización –sea ésta pública o privada– o de una determinada comunidad, especialmente, cuando hay que hacer frente a las múltiples presiones adaptativas que impone el entorno o el medio ambiente en el cual se mueve el sujeto que hace de líder, así como también de su organización y/o comunidad.

Por lo tanto, lo primero que debe hacer una persona que busca ejercer el liderazgo, es subirse a un balcón y –con “una mirada de helicóptero”– plantearse una determinada estrategia o fórmula de acción a utilizar, en concordancia con los actores que integran el sistema social, y visualizar a dichos actores, no tanto desde nuestra particular perspectiva, sino que desde la suya, con una única finalidad: comprender los intereses, deseos, inquietudes de los actores del sistema social que buscan ser satisfechos. Esto implica reunir tanta información como sea posible con el objetivo de hacerse un mapa mental completo de la realidad que rodea al líder.

En este sentido, nadie es lo suficientemente astuto o inteligente como para abordar por sí solo tantas variables, factores y condicionantes. Así lo entendía Walt Disney, el gigante de la entretención para niños y adultos a nivel mundial, cuando aseguraba que “los grandes logros de cualquier persona dependen, generalmente, de muchas manos, mentes y corazones”.

Ahora bien, en cualquier organización que tomemos como ejemplo, muy pronto advertiremos que el trabajo de un determinado sujeto –en este caso, el que hace las veces de líder– depende, en gran medida, de la productividad, desempeño o rendimiento que alcanzan las demás personas con las cuales interactúa. Por lo tanto, el tener la capacidad y diligencia suficiente para generar “alianzas estratégicas” resulta ser crucial y decisiva, ya que son las personas que están detrás de esta alianza las que permitirán al líder conectarse con las sensibilidades, aspiraciones y necesidades de dichas personas, conditio sine qua non para favorecer su compromiso, entrega y movilización hacia el objetivo propuesto.

Pero… ¿Cuál es el principal error que cometen muchos de aquellos sujetos que pretenden hacer de líderes? Muy simple: resistirse a invertir parte de su tiempo en aquellas personas que no comparten su visión o pasión, prefiriendo, demasiado a menudo, ignorar o –lo que es peor– “pasar por encima” de quienes no comulgan con las ideas del líder, algo que no sólo acontece al interior de las empresas, sino que también a nivel político y gubernamental, con lo cual, se hace cuesta arriba pensar en alcanzar el objetivo o meta propuesta, cualquiera que sea la meta.

Es preciso comprender que este tipo de actitudes o conductas nos limita y nos quita muchos grados de libertad. Es clave, entonces, entender –y asimilar– que las buenas intenciones no bastan para lograr ciertos objetivos y, aunque cueste, resulta ser un imperativo el ser capaces de entablar un diálogo –y un puente de comunicación– con quienes se resisten a nuestros planes y proyectos. Este puente y este diálogo permite, por cierto, generar una serie de aspectos positivos, a saber: identificar cuáles son los motivos de la resistencia de la gente, cuáles son sus sensibilidades y aspiraciones, cuáles son los intereses puntuales que entraban y dificultan el logro de la meta propuesta o la realización de un determinado proyecto. En consecuencia, repitamos una vez más: una sola persona… no basta.

De ahí la necesidad de hacer entrar en escena ciertas características y rasgos que debe tener todo aquél que se precie de “líder”. Uno de los principales rasgos que debe tener y/o desarrollar dicho líder, es “ser un sujeto creíble y capaz de generar confianza en la gente”, por cuanto, sin estos dos rasgos iniciales resultará prácticamente imposible ejercer influencia sobre las personas y poder movilizarlas. Por lo tanto, lograr ese ascendiente sobre los demás resulta vital en el ejercicio del liderazgo y es algo que dependerá directamente de nuestras propias capacidades, conductas y actitudes hacia el resto de la gente.

Un tercer aspecto –o rasgo esencial en un líder– se “relaciona con la empatía, rasgo que corresponde a aquella capacidad de llegada que tiene el sujeto a las personas”, es decir, aquella capacidad para tocar y comprender las fibras sensibles de quienes rodean al líder. Esta capacidad de un líder para “hacer resonar la sensibilidad de las personas”, las predispone a prestar su colaboración. El sujeto que ejerce el liderazgo debe, asimismo, saber medir el efecto que logran sus acciones e intervenciones, con la finalidad de poder determinar si está o no logrando el objetivo propuesto.

Al respecto del punto anterior, otro gran error que comete aquél que hace de líder, es negar la parte de responsabilidad que le cabe en el dilema o problema generado, apresurándose a culpar a “los otros” de las dificultades y fracasos que se producen, conducta típica en el ámbito político y empresarial. Por el contrario, si somos capaces de aceptar nuestra cuota de responsabilidad en los sucesos o problemas generados, no corremos el riesgo de aparecer juzgando a los otros desde una posición de superioridad moral, sino que seremos uno más del equipo, es decir, uno más que tiene que hacer su aporte personal al avance y éxito del proyecto, situándonos al lado –y al mismo nivel– de los restantes integrantes del grupo humano.

Finalmente, hay que recordar, que la humildad de quien es capaz de reconocer sus errores, no sólo le ayuda a enmendar y reparar los errores cometidos, sino que también sirve de ejemplo edificante para los demás. Recién ahí, es cuando “los grandes principios e ideales de amistad, honor, compromiso y lealtad se convierten en realidad”.

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