Creatividad para la escuela
Por: Carlos Delgado Álvarez.
Director Macro Zona Sur
Agencia de Calidad de la Educación
Nuestros niños viven en contextos saturados de información, de conocimientos frecuentemente fragmentarios e interesados en los aspectos más diferentes, distantes y lejanos en el espacio y en el tiempo. Si adicionamos la masividad del ingreso temprano de los niños a la escuela, requiriendo ya no solo atención al desarrollo cognitivo, sino que a los aspectos emotivos y del comportamiento individual, donde además, el contexto familiar es invadido por los medios de comunicación ejerciendo un poderoso influjo en el desarrollo de los conocimientos y habilidades, en la trasmisión de información y en la generación de expectativas, actitudes y valores; entonces nuestras escuelas tienen nuevas tareas.
El déficit de nuestros estudiantes no es de información y datos, sino de organización significativa y relevante de la dispersión y sesgos con que la reciben en su vida cotidiana. Lo más preocupante no se sitúa en el volumen de información acumulada, sino en que la gran apuesta del proceso educativo, como es el desarrollo de actitudes, expectativas y valores que favorezcan el crecimiento autónomo, ofreciéndoles la oportunidad de que cada uno construya de forma crítica sus propias maneras de sentir, pensar y actuar en un marco de convivencia satisfactoria para las comunidades, en el enriquecimiento de su persona, constituido como sujeto de experiencias, pensamientos, deseos y afectos, pueda no ser cumplido.
Una de las mayores dificultades que se debe enfrentar es el academicismo dominante en nuestros establecimientos escolares, donde predomina el aprendizaje de las disciplinas y no su utilización como herramientas para que los estudiantes reconstruyan progresivamente y de forma reflexiva sus modos espontáneos de pensar, sentir y actuar su cultura experiencial. Nuestra escuela debe asumir la autonomía de la cual goza en nuestro sistema educacional para reemplazar el currículum disciplinar y la obsesión academicista por uno basado en problemas organizado en diferentes proyectos de trabajo, interpretación y experimentación. Cuando la escuela solamente provoca aprendizajes disciplinarios de contenidos vitalmente indiferentes, que se aprenden para aprobar exámenes y luego olvidar, no se estimula su aplicación consciente y reflexiva en la vida cotidiana; los contenidos y métodos de las tareas académicas deben evaluarse por su capacidad para explicar o clarificar los problemas complejos que rodean la vida de los estudiantes y por su utilidad para favorecer el diseño de estrategias relevantes de intervención y solución de problemas.
En la comunidad de aprendizaje que visualizamos para la escuela, los estudiantes deben ser el núcleo de los diseños y han de estar real y activamente incorporados en la elaboración y el desarrollo de las decisiones más importantes, así comprenderán las dificultades que implica tomar decisiones democráticas y desarrollar proyectos cooperativos. Pero también, la escuela debe asumir que tanto la distribución de los espacios como la organización de los tiempos deben transformarse y dejar de ser funcionales a la trasmisión de conocimiento disciplinar, en espacios cerrados y compartamentalizados, en horarios fragmentados y ordenados jerárquicamente. La enseñanza que se demanda hoy requiere un marco espacial y temporal flexible para acomodarse a la diversidad de proyectos que pueden formularse y desarrollarse en cada grupo de estudiantes, que les permita participar de un proyecto de vivencia cultural en la disponibilidad abierta de los espacios, del tiempo y de los recursos, afrontando las tareas que se deriven de la creatividad colaborativa. Siguiendo a Piaget, el objetivo principal de la educación en las escuelas debería ser la creación de hombres y mujeres que son capaces de hacer cosas nuevas, no simplemente repetir lo que otras generaciones han hecho; hombres y mujeres que son creativos, inventivos y descubridores, que pueden ser críticos, verificar y no aceptar todo lo que se les ofrece.
Nuestros niños viven en contextos saturados de información, de conocimientos frecuentemente fragmentarios e interesados en los aspectos más diferentes, distantes y lejanos en el espacio y en el tiempo. Si adicionamos la masividad del ingreso temprano de los niños a la escuela, requiriendo ya no solo atención al desarrollo cognitivo, sino que a los aspectos emotivos y del comportamiento individual, donde además, el contexto familiar es invadido por los medios de comunicación ejerciendo un poderoso influjo en el desarrollo de los conocimientos y habilidades, en la trasmisión de información y en la generación de expectativas, actitudes y valores; entonces nuestras escuelas tienen nuevas tareas.
El déficit de nuestros estudiantes no es de información y datos, sino de organización significativa y relevante de la dispersión y sesgos con que la reciben en su vida cotidiana. Lo más preocupante no se sitúa en el volumen de información acumulada, sino en que la gran apuesta del proceso educativo, como es el desarrollo de actitudes, expectativas y valores que favorezcan el crecimiento autónomo, ofreciéndoles la oportunidad de que cada uno construya de forma crítica sus propias maneras de sentir, pensar y actuar en un marco de convivencia satisfactoria para las comunidades, en el enriquecimiento de su persona, constituido como sujeto de experiencias, pensamientos, deseos y afectos, pueda no ser cumplido.
Una de las mayores dificultades que se debe enfrentar es el academicismo dominante en nuestros establecimientos escolares, donde predomina el aprendizaje de las disciplinas y no su utilización como herramientas para que los estudiantes reconstruyan progresivamente y de forma reflexiva sus modos espontáneos de pensar, sentir y actuar su cultura experiencial. Nuestra escuela debe asumir la autonomía de la cual goza en nuestro sistema educacional para reemplazar el currículum disciplinar y la obsesión academicista por uno basado en problemas organizado en diferentes proyectos de trabajo, interpretación y experimentación. Cuando la escuela solamente provoca aprendizajes disciplinarios de contenidos vitalmente indiferentes, que se aprenden para aprobar exámenes y luego olvidar, no se estimula su aplicación consciente y reflexiva en la vida cotidiana; los contenidos y métodos de las tareas académicas deben evaluarse por su capacidad para explicar o clarificar los problemas complejos que rodean la vida de los estudiantes y por su utilidad para favorecer el diseño de estrategias relevantes de intervención y solución de problemas.
En la comunidad de aprendizaje que visualizamos para la escuela, los estudiantes deben ser el núcleo de los diseños y han de estar real y activamente incorporados en la elaboración y el desarrollo de las decisiones más importantes, así comprenderán las dificultades que implica tomar decisiones democráticas y desarrollar proyectos cooperativos. Pero también, la escuela debe asumir que tanto la distribución de los espacios como la organización de los tiempos deben transformarse y dejar de ser funcionales a la trasmisión de conocimiento disciplinar, en espacios cerrados y compartamentalizados, en horarios fragmentados y ordenados jerárquicamente. La enseñanza que se demanda hoy requiere un marco espacial y temporal flexible para acomodarse a la diversidad de proyectos que pueden formularse y desarrollarse en cada grupo de estudiantes, que les permita participar de un proyecto de vivencia cultural en la disponibilidad abierta de los espacios, del tiempo y de los recursos, afrontando las tareas que se deriven de la creatividad colaborativa. Siguiendo a Piaget, el objetivo principal de la educación en las escuelas debería ser la creación de hombres y mujeres que son capaces de hacer cosas nuevas, no simplemente repetir lo que otras generaciones han hecho; hombres y mujeres que son creativos, inventivos y descubridores, que pueden ser críticos, verificar y no aceptar todo lo que se les ofrece.