Aventurero Osornino recorrió América en bicicleta: de Ushuaia al Ártico
Jorge Cárdenas, ingeniero naval de 39 años oriundo de Osorno, completó una épica travesía de 1 año y 5 meses, pedaleando desde Ushuaia, Argentina, hasta Deadhorse, Alaska, desafiando las rutas convencionales y las inclemencias del tiempo. Su viaje, que implicó recorrer la Cordillera de los Andes y zonas remotas de Centro y Norteamérica, buscó una conexión profunda con la naturaleza y las comunidades locales, marcando un antes y un después en su percepción de la vida.
Jorge Cárdenas, un ingeniero naval osornino de 39 años y exalumno del Colegio San Mateo, ha regresado a su ciudad natal tras una monumental aventura que lo llevó a recorrer el continente americano en bicicleta. Durante 1 año y 5 meses, Cárdenas pedaleó más de 30.000 kilómetros desde Ushuaia, en el extremo sur de Argentina, hasta Deadhorse, Alaska, en el Círculo Polar Ártico, invirtiendo la ruta tradicional de estos viajes. Su objetivo no fue solo el desafío físico, sino una búsqueda personal de desconexión de la rutina y reconexión con la esencia de la vida.
La idea de esta expedición gestó hace una década, cuando Cárdenas, motivado por sus padres y una infancia ligada a la aventura, decidió "trabajar no para tener cosas, sino para vivir cosas". Este plan se consolidó en un viaje de prueba inicial desde Osorno a San Martín de Los Andes, y luego a Valdivia, donde el avistamiento de una señalética de la Carretera Panamericana encendió la chispa de una idea audaz: recorrerla de punta a punta.
Cárdenas, ingeniero naval de la Universidad Austral de Chile y con experiencia laboral en un astillero en la Región de Aysén, se propuso un desafío aún mayor. Contrario a la mayoría de los ciclistas que viajan de norte a sur para aprovechar los climas más favorables, él decidió hacerlo en sentido inverso. "Quise hacer todo lo que es montañas porque amo la montaña. Quería vivir todas las experiencias habidas y por haber fuera del sistema", explicó. Esta elección lo expuso a condiciones climáticas extremas, enfrentando inviernos crudos, alturas desafiantes, escasez de alimentos y agua, y situaciones de deshidratación.
La preparación para este viaje fue meticulosa y duró años. Implicó la elección de una bicicleta de expedición de acero, robusta y diseñada para soportar las exigencias del recorrido, con neumáticos anchos de 29x3 pulgadas y un sistema de transmisión interno para evitar fallas. El equipo total, incluyendo alforjas y provisiones cuidadosamente minimizadas, pesaba alrededor de 60 kilogramos.
Durante su travesía, Cárdenas cruzó múltiples países y culturas, destacando sus encuentros con comunidades indígenas y nativas en Perú y México. "Me di cuenta que existe mucha gente que aún cultiva la tierra, aún tiene un cuidado de la naturaleza y es fiel a las raíces", afirmó, describiendo cómo estas experiencias le recalibraron su percepción sobre la inmediatez de la vida moderna. Subrayó la amabilidad y el cariño de la gente de montaña en Perú como uno de los puntos más conmovedores de su viaje.
A pesar de los momentos de extrema dificultad, como pedalear a 4.900 metros de altura en la ruta de Los 6.000 en Argentina, donde pasó 12 días sin comida sólida, o sufrir una dislocación de rodilla en la selva mexicana y tener que acomodársela solo, Cárdenas nunca dudó de su capacidad para completar la travesía. "Sabía que iba a llegar", enfatizó, atribuyendo esta determinación a los ocho años de preparación mental y física. La comunicación con su familia fue constante gracias a un localizador satelital, que les permitía monitorear su ubicación y asegurarles su bienestar.
Ahora, de vuelta en Osorno, Cárdenas se prepara para retomar su vida laboral, consciente del contraste entre la libertad vivida y la rutina que le espera. Sin embargo, la chispa de la aventura sigue encendida. "Esto no se acabó aquí. Hay una chispa adentro que está pidiendo más adrenalina, más otros lugares", aseguró, dejando abierta la posibilidad de futuras expediciones que requerirán una nueva planificación.
Cárdenas cierra su experiencia con un mensaje claro para quienes sueñan con una aventura similar: "Perder el miedo. Dejar el miedo en la casa". Destaca que la aventura no siempre implica grandes viajes; a veces, un simple paseo en la naturaleza puede cambiar la perspectiva y fomentar el atrevimiento.
Fuente información: Álvaro Torres Riobó
Jorge Cárdenas, un ingeniero naval osornino de 39 años y exalumno del Colegio San Mateo, ha regresado a su ciudad natal tras una monumental aventura que lo llevó a recorrer el continente americano en bicicleta. Durante 1 año y 5 meses, Cárdenas pedaleó más de 30.000 kilómetros desde Ushuaia, en el extremo sur de Argentina, hasta Deadhorse, Alaska, en el Círculo Polar Ártico, invirtiendo la ruta tradicional de estos viajes. Su objetivo no fue solo el desafío físico, sino una búsqueda personal de desconexión de la rutina y reconexión con la esencia de la vida.
La idea de esta expedición gestó hace una década, cuando Cárdenas, motivado por sus padres y una infancia ligada a la aventura, decidió "trabajar no para tener cosas, sino para vivir cosas". Este plan se consolidó en un viaje de prueba inicial desde Osorno a San Martín de Los Andes, y luego a Valdivia, donde el avistamiento de una señalética de la Carretera Panamericana encendió la chispa de una idea audaz: recorrerla de punta a punta.
Cárdenas, ingeniero naval de la Universidad Austral de Chile y con experiencia laboral en un astillero en la Región de Aysén, se propuso un desafío aún mayor. Contrario a la mayoría de los ciclistas que viajan de norte a sur para aprovechar los climas más favorables, él decidió hacerlo en sentido inverso. "Quise hacer todo lo que es montañas porque amo la montaña. Quería vivir todas las experiencias habidas y por haber fuera del sistema", explicó. Esta elección lo expuso a condiciones climáticas extremas, enfrentando inviernos crudos, alturas desafiantes, escasez de alimentos y agua, y situaciones de deshidratación.
La preparación para este viaje fue meticulosa y duró años. Implicó la elección de una bicicleta de expedición de acero, robusta y diseñada para soportar las exigencias del recorrido, con neumáticos anchos de 29x3 pulgadas y un sistema de transmisión interno para evitar fallas. El equipo total, incluyendo alforjas y provisiones cuidadosamente minimizadas, pesaba alrededor de 60 kilogramos.
Durante su travesía, Cárdenas cruzó múltiples países y culturas, destacando sus encuentros con comunidades indígenas y nativas en Perú y México. "Me di cuenta que existe mucha gente que aún cultiva la tierra, aún tiene un cuidado de la naturaleza y es fiel a las raíces", afirmó, describiendo cómo estas experiencias le recalibraron su percepción sobre la inmediatez de la vida moderna. Subrayó la amabilidad y el cariño de la gente de montaña en Perú como uno de los puntos más conmovedores de su viaje.
A pesar de los momentos de extrema dificultad, como pedalear a 4.900 metros de altura en la ruta de Los 6.000 en Argentina, donde pasó 12 días sin comida sólida, o sufrir una dislocación de rodilla en la selva mexicana y tener que acomodársela solo, Cárdenas nunca dudó de su capacidad para completar la travesía. "Sabía que iba a llegar", enfatizó, atribuyendo esta determinación a los ocho años de preparación mental y física. La comunicación con su familia fue constante gracias a un localizador satelital, que les permitía monitorear su ubicación y asegurarles su bienestar.
Ahora, de vuelta en Osorno, Cárdenas se prepara para retomar su vida laboral, consciente del contraste entre la libertad vivida y la rutina que le espera. Sin embargo, la chispa de la aventura sigue encendida. "Esto no se acabó aquí. Hay una chispa adentro que está pidiendo más adrenalina, más otros lugares", aseguró, dejando abierta la posibilidad de futuras expediciones que requerirán una nueva planificación.
Cárdenas cierra su experiencia con un mensaje claro para quienes sueñan con una aventura similar: "Perder el miedo. Dejar el miedo en la casa". Destaca que la aventura no siempre implica grandes viajes; a veces, un simple paseo en la naturaleza puede cambiar la perspectiva y fomentar el atrevimiento.
Fuente información: Álvaro Torres Riobó